Costa
Rica nos está demostrando que su histórica y brillante actuación en el Mundial
de Futbol no responde a una mera
casualidad o suerte: es parte de un proceso de años en donde, la fe, la
constancia y el trabajo han hecho el milagro. Si renunciamos a los mesianismos,
también para Venezuela es posible
construir un nuevo porvenir para la Patria. En homenaje a la gesta de Costa Rica va
nuestra reflexión:
Por
estos días La Grita está llena de vida. Mi aldea es un paraíso para la esperanza. La vida aparece generosa en la piel femenina
de las manzanas, de los duraznos, de las fresas… La vida se muestra en la acequia que canta en
la ladera, en el inigualable olor que traspiran las almojábanas. En medio de
ese derroche de vida, me acerqué a la vieja capilla donde siempre encuentro al
Cristo del Rostro Sereno.
En
el eterno santuario que le ha servido de residencia nos reencontramos los
peregrinos con ese cielo que es azul cielo y con la inocencia de la mirada
transparente de los coterráneos de mi aldea, esa mirada que irradia el brillo de honestidad que
muchos necesitan. Al ver tanta autenticidad dan ganas de cantar como la acequia
y, sin hacer preguntas, seguir con la inocencia pero sin renunciar a las
demandas de autenticidad
Los
paisanos de La Grita muestran una generosa candidez junto a una exigente
fidelidad. En un rincón del santuario me encuentro con el amigo Sandoval, un
inseparable aliado de nuestra niñez. Desde hace muchas montañas y hartos
senderos soy amigo de este hombre. Sandoval no se llama como se llama, casi
todos lo identifican como «El Cimarrón» por su carácter retraído, tímido y
huraño. Ahí estaba, de rodillas haciéndole una petición al eterno Cristo de La
Grita.
Los
conceptos de fe y fidelidad están relacionados con el de adhesión. El hombre
que cree en Cristo se adhiere a él firmemente y a las verdades que él encarna
y, por tanto, le será fiel en todo. La fidelidad implica permanencia, solidez y
lazo indestructible.
«El
Cimarrón» apenas me vio, suspendió su diálogo con el altísimo, que era el único
ser con el que conversaba. Desde pequeño, vivió en el silencio, decía mi abuela
que casi no hablaba y desesperaba con aquella mirada triste y fría. Ahora se me
acercó para decirme: «Le estoy pidiendo al Santo Cristo que me permita ser
Tico» y ratificó con énfasis «Yo quiero ser Tico».
«Tico»
es un gentilicio coloquial sinónimo de costarricense, con esta palabra se
identifican a las personas naturales de Costa Rica, ese pequeño país
centroamericano que hoy aparece dictándonos cátedra a todos los habitantes del
tercer mundo, de todo lo que se puede alcanzar con trabajo honesto, con
planificación y con visión de futuro.
La
patria de los Ticos tiene una población que no supera los cinco millones de
habitantes en un territorio de apenas cincuenta mil kilómetros cuadrados, pero
está escribiendo las páginas más gloriosas de este continente latinoamericano.
Así como en el relato bíblico el joven David con pasión y constancia venció al
gigante Goliat, Costa Rica está derrotando a los poderosos del mundo. Esta es
la lección que en esta hora nos regala la sociedad Costarricense. Es el tiempo
de enfrentar a los gigantes en todos los escenarios con valentía, capacidad,
compromiso, seguridad y confianza.
Sumado
a las brillantes hazañas deportivas,
Costa Rica muestra uno de los modelos políticos más plurales y
consolidados del continente e integra la lista de las democracias más antiguas
del mundo.
Otro
hecho relevante que nos obliga a mirar con respeto y admiración a Costa Rica es
la histórica decisión de ese pueblo de no contar con ejércitos desde hace más
de sesenta años, evitando el despilfarro que significa la compra de chatarra
militar.
Una
triada de estabilidad política y democrática, un alto nivel de desarrollo social y una renta
media, junto con una rica biodiversidad, aparecen como singularidades de este
país latinoamericano.
Recientemente
el Presidente de Costa Rica acaba de dictar otra original lección al adoptar
una medida que termina con una larga tradición populista de los presidentes
latinoamericanos. Prohibió que su nombre y su fotografía aparezcan en placas de
inauguraciones de edificaciones públicas.
Esta
decisión representa un claro mensaje para hacer desaparecer en América Latina
la figura del presidente como el hombre
todopoderoso, mesiánico, que resuelve los problemas de manera mágica, tal como
acostumbran hacer algunos de nuestros mandatarios.
Extraordinaria
lección para superar la dañina y larga tradición populista que se vive en el
continente en donde una férrea estructura
presidencialista permite esos homenajes egocéntricos que se repiten en cada uno
de las ciudades, pueblos y aldeas en donde cada vez que se inaugura alguna de
las escasas obras inmediatamente colocan una placa en agradecimiento al
«generoso gesto patriótico del presidente»
Con
razón «El Cimarrón» apenas me vio, se me
acercó para decirme: «Le estoy pidiendo al Santo Cristo que me permita ser
Tico». Hay muchos que prefieren «Ser Ticos».
Profesor
Felipe Guerrero
felipeguerrero11@gmail.com
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