Dijimos hace algún tiempo: “que siempre ha existido
conflicto entre lo ético, lo moral y lo necesario, pero al final, cuando debe
tomarse una decisión, priva el imperio de la necesidad, quedando mal parados lo
ético y lo moral”.
Al final, es lo ético y lo moral los que privan en la toma
de decisiones. Es lo lógico y lo justo, por cuanto sin moral y sin ética no
existen convivencia ni solidaridad, que son las únicas formas que permiten la
coexistencia humana; pero cuando se quiere conducir un país aplicando políticas
experimentadas en el fracaso y guiadas por la insistencia terca y falaz de un
autoproclamado “mesías”, pareciera que la mente de algunas personas sufrieran
un completo trauma, que no les permite discernir entre lo normal y lo anormal,
ni entre el bien y el mal. Es lo que vemos hoy en nuestro país, descalabrado,
tortuoso e insuficiente, que sigue la ruta trazada en una llamada “revolución
bolivariana”, que como era de esperarse llegó a su final.
Para el 2001 decíamos que “en el discurso, las
palabras impactan, pero las reacciones las producen las ideas, cuando se
analizan a la luz del conocimiento que no se adquiere solo pensando, sino
leyendo, escuchando y observando con sentido analítico y deductivo”. Los
fenómenos se conocen, no por su observación, sino por su comprensión y
entendimiento, pero es triste cuando se pretende forjar resultados valiéndose
de la magia mesiánica. Es lo que hacia el mentor planificador Jorge Giordani,
quien sin tener el suficiente seso, aturdió y trastorno la mente loca del
“difunto”, intentando trasponer el perverso comunismo como nueva mención que
arropara el proyecto, el proceso o revolución; indiscutiblemente dirigidos al
fracaso.
Algo en realidad anduvo torcido por mucho tiempo,
hasta que con la muerte del “insepulto” pudo percibirse el umbral del fracaso,
todo producto de dos mentes desequilibradas que lograron coordinarse en una
sola idea. Esa que hoy Giordani, con razón quiere descubrir como el ideal de
todos en el PSUV y la del engañado mentor. Esa es la motivación de su “carta”.
Y mientras tanto, surge la “sentencia”. Ese adefesio jurídico emanado de la
Sala Constitucional del TSJ, que a diferencia de la carta de Giordani, trata de
descubrir las mentiras constitucionales en contra del derecho político de los
militares activos. Una sarta de barbarismos que dejan al descubierto dos
elementos destructores de la seguridad jurídica; uno: transformar los actos
delictivos impugnados en normas del deber ser constitucional, es decir, lo que
dice la norma constitucional no es lo que dice, sino todo lo contrario.
El
artículo 330 prohíbe al militar activo participar en proselitismo político,
“pero puede hacerlo si es en beneficio del PSUV”.
¡Cosa más linda hermano! Se
le fueron los tapones a los magistrados. La solicitud de amparo fue hecha de
buena fe, como se dice en el texto, buscando poner fin a la violación
constitucional, pero la Sala, aceptando el barbarismo del ponente la emitió
como una sentencia, es decir, “le ganó el juicio a los accionantes”, un grueso
número de militares en retiro azuzados por los indefensos activos, que sin
proponérselo, amedrentaron tanto a los magistrados, que los hizo hacer el
ridículo.
¿Pero qué relación tiene la carta con la sentencia? Sin dudas, dos recule producto del miedo al término de la “revolución”. Giordani abandonado a su suerte por el “heredero” y los magistrados sin brújula, creyendo que el poder del Derecho está en su sentencia contra la realidad. El pueblo se cansó de tanto descaro y engaño. Y ellos lo saben, solo les esperan las pailas del infierno.
Enrique
Prieto Silva
eprieto@cantv.net
@Enriqueprietos
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