La caracterización del régimen político que
impera en Venezuela ha sido ocasión para la polémica durante estos difíciles
años.
En la oposición, hay unos que se quejan de que
supuestamente no se aprecie de manera correcta la naturaleza del gobierno
chavista, que no se alcance a ver su carácter totalitario comunista. De allí
vendría el colaboracionismo, el comeflorismo o
el entreguismo de la dirigencia opositora, acusada hasta de
recibir prebendas de aquel.
Este enfoque crítico no se corresponde con la
realidad. Si podemos cuestionar a la oposición no es precisamente de esa
incomprensión. Le podemos echar en cara cualquiera otro asunto, pero estoy
seguro de que los políticos de oposición saben a quién enfrentan.
Se ha caracterizado al régimen venezolano de neofascismo (García Larralde), de autoritarismo competitivo (Levitsky), de híbrido (Mires), populismo, neocomunismo, militarismo-pretorianismo, “estado mafia”, autocracia con vocación totalitaria y colectivista o de “democracia autoritaria” (Zakaria), entre otras denominaciones. Todos, con sus matices, lo ubican en el campo del autoritarismo.
Pero cuando le encajamos el diente al
fenómeno chavista, en su realidad cotidiana, en su ejecutoria concreta; cuando
exploramos su composición social; al escudriñar las ideas que emiten sus
dirigentes; al analizar su discurso, al observar su comportamiento, nos topamos
con una complejidad que no puede ser despachada en trazos gruesos sin errar el
tiro.
No es un régimen abiertamente represivo; en
eso es selectivo, guarda las apariencias, disfraza sus arbitrariedades de
legalidad, utilizando la institucionalidad que domina. Permite, con
restricciones crecientes y acoso permanente, cierta crítica o prensa libre. No
suprime toda actividad económica privada, pero la regula en forma desmedida, la
controla, la cerca, y la ido secando progresivamente. Ha puesto de rodillas a
todos los poderes públicos, están sometidos totalmente al ejecutivo. Y tiene un
discurso, como dice la escritora Ana Teresa Torres, “histórico-nacionalista-bolivariano-redentorista-cristiano-socialista”, que
le permite montar a su carro a gente tan disímil como antagónica.
De los rasgos más resaltantes, si bien
podemos señalar parentescos con otras experiencias que en el mundo han sido,
podemos mencionar su naturaleza muy “nuestra”. Dirá el
lector que esta observación es tan obvia que no vale la pena ni decirla.
Sin embargo, en nuestro contexto, debe ser
subrayada, porque, por lo general, se tiende a equiparar el régimen venezolano,
de forma muy ligera, con experiencias de otras latitudes y otras épocas, como
si no tuviera raíces históricas específicas, el rol de los militares, y estos
movimientos políticos no hubiesen asimilado reveses propios y ajenos,
llevándolos a mutar, sin dejar de ser letales para la democracia.
Nuestro amigo, el politólogo-embajador,
Leandro Area, al comentar un ensayo mío sobre la cláusula democrática
instaurada por algunos organismos internacionales, tituló dos artículos “A
democracias bobas, dictaduras caribes” (I y II). (http://grupolacolina.blogspot.com/2014/07/a-democracias-bobas-dictaduras-caribes.html).
Pareciera enunciar Area una regla: toda democracia boba tiene la dictadura que
se merece. Y en el caso nuestro y el de otros, serían la derivación de una
democracia torpe, bobalicona, o su otra cara, que ha permitido se abra paso un
autoritarismo muy caribe, muy nuestro.
La democracia, y en esto creo que me
acompañará Area, es un sistema político que por su misma naturaleza es frágil,
intrínsecamente defectuoso. La pluralidad de opiniones en liza, las
contradicciones, los checks and balances y la libertad de que
gozan allí los que desearían destruirla, la aflojan, la ralentizan, la vuelven
menos eficaz y oportuna.
La inescapable vigencia de la libertad y de
los derechos humanos necesariamente la hace así, permite que en su seno
convivan, incluso, los que la malquieren. No está a salvo de los zarpazos de
los demagogos y eventuales tiranos, de “ideologías mortíferas”. Ni
siquiera la instaurada en los países más avanzados puede cantar victoria
definitiva. Fukuyama se equivocó. Lo estamos viendo en la Europa de hoy. Sobre
los problemas económicos están cabalgando electoralmente populistas, racistas y
nacionalistas extremos, hasta el nazifascismo redivivo.
La “Dictadura Caribe” es un espécimen
novedoso, postmoderno, y muy viejo a la vez. Nuevo en la utilización perversa
de las instituciones, de las formas y los tiempos, pero anacrónico en sus ideas
fundamentales. Recordemos que Goebbles decía, al entrar los nazis al Parlamento
por vez primera, que lo hacían como el lobo que entra al gallinero. Utilizaban
la “institución burguesa” para destruirla desde sus entrañas.
Así también son de resabiadas las “dictaduras
caribes”, y para muestra un botón: Venezuela.
Que la mayoría de los gobernantes de nuestro
hemisferio no asuman lo que el régimen de Venezuela es, una dictadura
militarista, que lo valoren sólo porque realiza elecciones, y que por tanto no
actúen en consecuencia, de conformidad con las normas internacionales sobre la
democracia y los DDHH, es una demostración de la debilidad moral de las
democracias, la cual se patentiza en la indiferencia, en un realismo calculado
o en un raquítico compromiso de los gobernantes con aquellos valores
universales.
¿Por siempre irremediablemente "bobas" las
democracias? ¿Son más "bobas" las democracias caribes que las de otras comarcas?
Emilio
Nouel V.
emilio.nouel@gmail.com
@ENouelV
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