En
el supuesto de que la “revolución bolivariana” hubiese tenido un real propósito
de construir una verdadera democracia, fundada en la justicia social, la realidad es que tal propósito ha fracasado.
En el supuesto de que Hugo Chávez, primero cuando encabezó el golpe contra el
gobierno de Carlos Andrés Pérez –hecho de por sí condenable, con independencia
de sus reales o supuestas intenciones–, y luego cuando optó por la vía
electoral y democrática hubiese sido sincero, y hubiese estado dispuesto a
cumplir sus promesas electorales de 1988, sobre todo acabar con la corrupción y
garantizar el respeto a los principios básicos de la democracia, es obvio que
tal supuesta intención estuvo, desde el principio, signada por el fracaso.
Lo
más grave es que ese fracaso no ha sido la resultante de hechos y condiciones que inevitablemente así lo
hubiesen determinado. Nada de eso. El fracaso de Chávez, y de la sedicente
“revolución bolivariana”, es el producto de la incapacidad tanto suya como de
la gente que lo ha acompañado en la aventura “revolucionaria”.
Mucho
se ha dicho que uno de los mayores errores de Chávez fue no permitir la formación de una élite de
líderes, que inicialmente con él, y luego de su muerte en su ausencia física,
hubiesen podido llevar adelante el proyecto revolucionario. Todo parece indicar
que tal actitud de Chávez no fue casual, sino un comportamiento plenamente
consciente, fundado en su carácter militarista y en su vocación autoritaria. Un
hecho que poco se ha destacado es cómo Chávez fue rompiendo, o facilitando su ruptura con
muchos de sus iniciales colaboradores,
algunos definitivamente alejados de su vera, otros, como Arias Cárdenas,
vueltos sumisamente a su redil.
Lo
cierto es que, aparte cualesquiera otras consideraciones, el rasgo más
característico de Chávez como gobernante, y de sus colaboradores, ha sido la
incapacidad. Esta es de por sí fatal cuando de gobernar se trata. Pero lo es
aun más si se pretende hacer una revolución, que lleve a la creación de un
nuevo sistema de gobierno, de un nuevo tipo de estado que supere los vicios,
defectos y limitaciones del que ha imperado hasta el presente.
La
conciencia de esa incapacidad y la convicción de que en tales circunstancias el régimen, más allá del tiempo
que dure, no puede consolidarse, lleva a estos hombres y mujeres del
chavismo-madurismo a la más galopante
corrupción de nuestra historia. La consigna de cada cual parece ser
enriquecerse lo más rápidamente posible, antes de que esto se acabe.
Gregorio
Alexis Márquez Rodríguez.
sabanaguan@yahoo.com
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