El
debate político es habitualmente apasionante. No se trata de un entretenimiento
o de un simple pasatiempo como cualquier otro, ya que de su desarrollo y
acciones dependen, en buena medida, muchas de las decisiones que impactan
fuertemente en la vida cotidiana de las personas.
Esa
batalla cultural, donde las ideas compiten con la intención de lograr mayor
aceptación general, inspirar a los gobernantes e influir en el discurso que
regirá el destino de los individuos, tiene una diversidad casi infinita.
Sin
embargo, en este casi inagotable universo de visiones, un caricaturesco grupo
humano, minoritario pero grandilocuente, que se hace notar en cuanta
oportunidad dispone, es el de los eternos predicadores que sostienen que la
humanidad toda vive bajo la constante amenaza de un gran complot.
Su
teoría general se apoya sobre la base de que un conjunto de individuos, que
tienen perversas intenciones, se reúnen a diario para confabular, construyendo
así una enorme conspiración que busca, por diferentes medios, destruir todo a
su paso, para apropiarse del poder mundial.
Esa
retorcida visión de la vida tiene plena convicción sobre la existencia de un
nuevo orden mundial que se edifica día a día, silenciosa pero tenazmente, con
el objetivo de conseguir que triunfen las fuerzas del mal.
Según
el perfil del interlocutor que plantea estos dislates, la facción a la que
circunstancialmente pertenece o la inclinación doctrinaria que asume, sus
adversarios pueden tener múltiples facetas y procedencias.
Estos
exóticos miembros de la sociedad provienen desde dispares sectores. Pueden ser
nacionalistas, ultraconservadores, fanáticos religiosos o militantes de la
izquierda más fundamentalista.
Unos
y otros se inspiran en similares frases hechas, casi siempre panfletarias. Su
argumentación es invariablemente superficial, bastante vacía pero con mucho
componente místico y con más retórica
que seriedad. Sus prejuicios no tienen nunca explicación adicional alguna. Son
como dogmas los que en realidad sostienen sus elucubraciones sin asidero.
Pese
a la heterogeneidad de los orígenes ideológicos, existen rasgos comunes en ese
andamiaje argumental. Todos ellos coinciden en asignarle responsabilidades
respecto de lo que sucede en el presente, a las corporaciones ocultas, esas que
administran el poder desde las sombras.
En
general, sus enemigos son absolutamente anónimos y no tienen rostro. A lo sumo
pueden identificar a algún poderoso al que señalan como la cabeza visible de
esa cofradía. De hecho, buena parte de su esquema de razonamiento, plantea que
esos movimientos tutelan el poder desde la clandestinidad, compartiendo así
atributos comunes con las sectas secretas, lo que abona con creces al
pretendido paradigma de lo temible.
Los
contrincantes elegidos como parte de este pérfido juego intelectual son de una
gran diversidad y originalidad. Muchos se inclinan por las cuestiones
religiosas. Son los que apuntan como culpables, al sionismo internacional,
cuando no, un poco mas audazmente y en forma políticamente incorrecta, a los
judíos en su totalidad, siempre vinculándolos a los intereses económicos que
están detrás de la guerra y el capital financiero.
Otros
apuntan a temas más desconocidos, aprovechando la ignorancia reinante y
entonces acusan de conspiradores a la masonería. Lo enigmático que rodea a las
logias, ha convertido a ese planteo en uno de los preferidos por estos
personajes que viven perseguidos por ilusiones inconsistentes.
No
faltan tampoco los que creen que el comunismo, prepara su arremetida final
desde el marxismo más intransigente, siempre asociado a su ateísmo implícito y
demonizándolo por esa conjunción de visiones aberrantes desde la perspectiva
del denunciante serial.
Otra
tendencia, tal vez la que más adeptos exhibe, se inclina por las corporaciones
económicas que controlan el mundo, las multinacionales siempre funcionales al
capitalismo salvaje. En esa misma sintonía, quedan relacionados los servicios
de inteligencia, sobre todo los de ciertos países. Inevitablemente en esa
ficción aparecen la CIA y la Mosad, pudiendo sumarse otros para magnificar el
tamaño de la confabulación.
Un
párrafo aparte merece la más esotérica de las suposiciones, esa que anuncia el
conjuro planetario universal. Es que los extraterrestres, pueden ser también
protagonistas de ese mundo de fantasía que imaginan estos sujetos que no tienen
límite alguno a la hora de delirar con sus cavilaciones.
Es
difícil establecer un dialogo racional con estos comediantes del debate
político. Una cosa es plantear cuestiones racionalmente demostrables, aunque
sean opinables y otra es discutir en el ámbito de las elucubraciones que se
sostienen en espejismos cuyos únicos cimientos son las divagaciones de sus
apóstoles de turno.
Hay
que evitar enredarse en discusiones eternas con estos enajenados, aunque
resulta saludable confrontarlos en el terreno del intercambio de ideas para
dejarlos en evidencia y así limitar el impacto de sus disparates. Lo que se
debe recordar es que ellos son fieles exponentes de la persistencia de los
paranoicos.
Alberto
Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
@amedinamendez
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