En este país pululan las trampas. Este es un
país entrampado, uno que vive una cotidianeidad de trampa, una que parece
alargarse más que una trampa.
Las trampas están a la orden del día. Las
tácticas para entrampar van desde juicios falsos hasta un juego político vacio.
La trampa se extiende desde dispositivos para capturar e incomodar hasta juegos
verbales insustanciales rayanos en el acertijo.
En este país se asiste a la vieja expresión
“hacer trampa” como se mira un acto fraudulento q anda detrás de un provecho
malicioso y no se le considera más que una acción no delictual.
El país está trancado bajo la trampa. El
proceso político se quedó estático en un punto, el de la trampa. Las
acusaciones sobre el “diálogo” entre gobierno y oposición se asemejan al
escándalo y las negativas tímidas por acusar a la otra parte de no haberse
tomado en serio la tarea.
El país no encuentra como salir de la trampa
porque los actores piensan que se trata de un ratón buscando por las paredes de
un laberinto la posibilidad de encontrar el queso recompensatorio. Los días
pasan en la mayor repetición concebible. No hay acciones para abrir la puerta
de la trampa jaula ni movimiento alguno que conduzca a aliviar al país de sus
penurias ya asumidas como fatídicas.
La trampa parece construir nuevas rejas o
paredes cada día. La ineficiencia gubernamental se extiende como la inflación y
la escasez, como la represión que encuentra en las universidades un blanco
favorito, cual reproducción de mito griego redivivo.
Estamos entrampados en la ineficiencia, en un
cándido aburrimiento, en una anormalidad resignada. Existe un dispositivo que
se sirve del engaño para cazarnos. Se cuidan las salidas por la inseguridad, se
busca en diversos lugares por la comida, se asiste a la violencia intolerable,
se busca refugio ante la tormenta. La tormenta no cesa por los paraguas ni los
impermeables ni amaina con la resignación a estar en una trampa. La tormenta
prosigue haciéndose un torrente que arrasa, que produce apagones o nos deja sin
Internet, por decir lo menos ante la avalancha en crecida de males que caen
sobre la trampa, dentro de la trampa, impidiéndonos visualizar otra posibilidad
de futuro.
La trampa tiene expertos operadores. Sobre la
trampa se pasean los de diversos colores haciendo signos vacuos para que los
habitantes de la trampa confíen en una forzada supervivencia. Los sucesos de
cada día son mirados como noticias extraordinarias cuando no son más que una
repetición penitente de pervivencia de la trampa.
Para que haya trampa tiene que haber
tramposos, manipuladores, actores que simulan ante los entrampados que hay una
obra en desarrollo, cuando la verdad es que la escena es la misma y hacen todos
los esfuerzos por alargarlas hasta que el país se aletarga y se levanta al día
siguiente a observar la misma caída vertiginosa, el desamparo, la desolación
que caracteriza a toda trampa.
Los tramposos viven de la trampa. Suele llamársele
clase dirigente, la misma que produce adjetivos duros e insiste en reunirse con
sus homólogos tramposos o que proclama la inexistencia de un Estado de Derecho
pero cada día acciona ante su inexistencia.
El país se está comiendo las migajas que caen
en la trampa. Todos los días se acciona para que nada pase, para que el hábito
reine, para que la inercia prevalezca, para que nada cambie la trampa en que
está el país.
Salir de la trampa implicaría no mirar a los cuidadores y vigilantes de la trampa. Salir de la trampa es no seguir el juego de los laberintos y de los recovecos que cada día son lanzados para que las redes sociales ardan con supuesta y falsa anunciación de noticias renovadas. Para salir de la trampa el país debe entender que está en una trampa.
Teódulo López Meléndez
tlopezmelendez@cantv.net
@TeoduloLopezM
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