Las
irresponsables declaraciones ofrecidas por Nicolás Maduro, denunciando un
supuesto golpe de Estado, no impactaron a nadie.
La posterior intervención del alcalde Jorge
Rodríguez, en la reunión del Alto Mando Político de la Revolución, produjo aún
mayor incredulidad.
Para colmo, se atrevió a señalar que la oposición
venezolana estaría planificando un supuesto magnicidio contactando "a
mercenarios provenientes de Europa Oriental y del Medio Oriente".
Una
verdadera película de James Bond durante los tiempos de la Guerra Fría. Le
faltaba un ingrediente: la conspiración del Imperio. Vincular al embajador
norteamericano en Colombia, Kevin Whitaker, en un supuesto plan de
desestabilización del gobierno venezolano, y señalar su estrecha relación con
algunos dirigentes de la oposición: María Corina Machado, Henrique Salas Römer,
Diego Arria, Gustavo Tarre Briceño y Pedro Mario Burelli, permitía terminar el
montaje del espectáculo.
Eso
sí, cometen un sorprendente error: no darse cuenta que los venezolanos ya no creen
en sus mentiras. No logran percibir la
gran diferencia que existe entre Cuba y Venezuela. No puede ser lo mismo un
país que vive en medio de una feroz dictadura comunista de más de cincuenta
años de duración y una sociedad acostumbrada al ejercicio democrático y
libertario. Ese es justamente el problema que enfrenta el gobierno de Maduro.
Los organismos de inteligencia cubanos no entienden lo que ocurre en nuestro
país. De allí que se imaginen montajes como el que estamos viendo. Sería muy
conveniente que Nicolás Maduro se dedicara a estudiar nuestro proceso histórico
y analizara con detalle las permanentes crisis militares que siempre han
marcado nuestro devenir como país. En
las insurrecciones militares venezolanas, siempre se han repetido como una constante
un conjunto de factores que provocan los golpes de Estado.
En
lugar de estar inventando tonterías, lo que debería hacer es darse cuenta de
los graves errores que ha cometido desde que se encargó de la presidencia de la
República. En medio de esta realidad política, no es difícil que surjan las
suficientes razones para que pueda producirse un proceso de desestabilización
que termine en un golpe de Estado. En una discusión, en medio de una
conferencia, con mi amigo Tulio Hernández
se me ocurrió una frase que ha sido muy utilizada por muchos
articulistas: me refiero a la división que yo hice entre "golpes malos y
golpes buenos". Ponía de ejemplo tres insurrecciones militares exitosas:
el 18 de octubre de 1945, el 24 de noviembre de 1948 y el 23 de enero de 1958.
Dos golpes malos que interrumpieron gobiernos constitucionales y un golpe bueno
que derrocó a un gobierno dictatorial y estableció un régimen democrático que,
con aciertos y errores, se prolongó por cuarenta años.
Justamente,
al discutir sobre el tema de los golpes de Estado en Venezuela con un compañero
de armas y de peña me hizo ver, con gran
inteligencia mi error en la discusión que había tenido con Tulio Hernández.
Definitivamente, no existen golpes buenos, todos son malos, al derrocar un
gobierno constitucional. Lo que ocurre es que hay veces, un buen ejemplo es la
intervención militar contra Marcos Pérez Jiménez el 1 y el 23 de enero de 1958,
en que un gobierno al irrespetar flagrantemente la Constitución Nacional se
hace ilegítimo. En ese caso, la Fuerza Armada tiene la obligación de intervenir
militarmente para restablecer su vigencia. Marcos Pérez Jiménez, había sido
designado ilegalmente como presidente provisional después de desconocer el
resultado electoral del 2 de diciembre de 1952. Para colmo, en diciembre de
1957 violó, de nuevo, la Constitución Nacional al no llamar a elecciones y
establecer un sistema plebiscitario para continuar en el poder.
Nicolás
Maduro, en lugar de estar inventando golpes de Estado y atentados en su contra,
lo que debería es dedicarse a reflexionar serenamente las circunstancias que
rodearon su acceso al poder. Una importante mayoría de venezolanos tiene
justificadas dudas sobre la legitimidad del proceso que lo condujo al poder. No
es sólo un problema de votos, de por si importante, sino el permanente
irrespeto que se hizo de varios artículos de la Constitución Nacional vigente,
acompañado, además, de un permanente abuso de poder. Tampoco se puede olvidar
el problema de la nacionalidad. Es un tema permanente de discusión pública.
Estas circunstancias tan delicadas se han visto agravadas por la muy compleja
situación que enfrenta su gobierno. Si Maduro se dedicara a analizar las
últimas encuestas debería convencerse de la imperiosa necesidad de encontrarle
una solución política a la crisis. De no hacerlo, será el responsable de un
doloroso enfrentamiento nacional.
Fernando
Ochoa Antich
fochoaantich@gmail.com
@FOchoaAntich
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