“Esta
gente lucha con la mayor valentía. Si son
dirigidos
de una manera justa pueden convertirse
en
una fuerza revolucionaria”
Mao Zedong
“La
esencia del mito del bandido es la redistribución social
y
la justicia para los pobres (…) la emancipación de la
humanidad
no puede limitarse exclusivamente a las
personas
respetables. Las no respetables también se rebelan,
a
su manera”
Eric Hobsbawn
Aunque la palabreja no me gusta para nada, la
utilizo aquí sólo para llamar la atención sobre estas líneas, sobre todo,
porque mucho se ha hablado de un supuesto “empoderamiento” del pueblo por parte
del chavismo, idea comprada, incluso, por opositores.
Creo, no obstante, que son otros los
empoderados.
Hace unos días me referí al caso “Gordo
Bayón”. Sobran las palabras sobre lo que él destapó. La colectividad nacional,
boquiabierta, pudo enterarse ampliamente de los detalles escabrosos e insólitos
del suceso, del contubernio gubernamental con el delincuente. La podredumbre del poder establecido, que ya
harto conocíamos, queda al descubierto, en todo su esplendor, con su asesinato.
Lo turbador de este asunto es que él
representa sólo el vértice de un enorme iceberg, la expresión de un fenómeno
más amplio y profundo que anida en las entrañas de un movimiento político
moralmente corrompido, depravado, desde su base hasta la cúpula, escondido
detrás de un discurso de redención social y seguido, en no poca medida, por
gente sencilla e ingenua.
Obviamente, aquí hay una ideología delirante
que casa perfectamente con una expresión delincuencial de la sociedad, y que
ambas se retroalimentan.
Es la ideología que ve al malandro como una
víctima de la sociedad capitalista, un anti-sistema y frente al cual se debe
ser comprensivo.
Es, por otro lado, el delincuente que ve al
poder político como un medio propicio para multiplicar sus fechorías y evadir
la aplicación de la ley.
En otra ocasión dije que ser malandro en
Venezuela no comporta riesgos, ni costos. Es barato delinquir. La impunidad
reinante, estimulada y mantenida desde Miraflores, es garantía para el
delincuente. Venezuela, sin duda, es hoy el paraíso de los forajidos de todo
pelaje.
Si a ello agregamos el maridaje estrecho con
el poder gobernante, el coctel no puede ser más tóxico y letal en términos
sociales.
Decir que el malandro ha sido empoderado por
el gobierno chavista durante los últimos años, de ninguna manera es una
exageración producto de una mente opositora.
Todo venezolano sensato lo reconoce. No sólo
el opositor, también el que aun mantiene simpatías por quienes gobiernan. Ambos
son víctimas de este desastre, de una u otra manera, directa o indirectamente.
Este lumpen “empoderado” está en las oficinas
públicas, en altos, medianos y bajos cargos. En la Asamblea Nacional,
gobernaciones y Alcaldías. Los encontramos en las empresas estatales quebradas
gracias a las prácticas de tráfico de influencias, peculado, despilfarro y
malversación. PDVSA, SIDOR y las demás han sido esquilmadas por pandillas de
bandidos.
El historiador inglés marxista Eric Hobsbawn
escribió en un interesante libro titulado Bandidos, que “para el universo genuino
del hampa, las revoluciones son poco más que ocasiones insólitamente buenas
para perpetrar el crimen”. Históricamente hablando -agrega- el bandido que se
atrevía a robar o secuestrar a los ricos, a hacer lo que otros no se atrevían,
se convirtió en un héroe popular. En tiempos de revolución, un aliado de los
revolucionarios. Para muchos de éstos, el gánster es un “insurrecto
auténticamente libertario”, y ven en el saqueo, por ejemplo, un paso hacia la
expropiación espontánea de la burguesía por los oprimidos.
Para Hobsbawn, el delincuente tipo Robin Hood no se puede considerar fuera del
contexto de la política. Cita una frase del célebre anarquista Bakunin, que
idealizaba al bandido: “el revolucionario único y auténtico, un revolucionario
sin frases exquisitas, sin retórica culta, un revolucionario popular y social”.
El partido bolchevique y el de Mao
incorporaron no pocos delincuentes a sus filas. Sin embargo, concluye Hobsbawn,
la contribución de los bandidos, “el bandolerismo social”, a la revolución
moderna es ambigua, dudosa y de corta duración. Pero en cualquier caso, jugaron
y juegan un papel al lado de movimientos políticos revolucionarios. No pocos se
volvieron iconos para la izquierda revolucionaria. Pancho Villa fue uno.
La ETA y las FARC, por ejemplo, han
establecido alianzas con delincuentes transnacionales. Está más que demostrado
también que el castrismo cubano ha mantenido negocios con el narcotráfico. En
Venezuela, sabemos de muchos izquierdistas que hicieron del crimen su modo de vida,
antecesores de grupos paramilitares que hoy se dicen llamar “colectivos”.
Carlos el Chacal es emblemático.
No nos debería extrañar que algunos de los
que desgobiernan a Venezuela, vean al delincuente parte de su fuerza
protestaria y cuestionadora del sistema social capitalista. El mundo sin ley
que son las cárceles del país es sólo una expresión más del despelote al que
conduce una ideología.
Visto lo visto, no me cabe la menor duda, el
malandro está empoderado en Venezuela.
Emilio
Nouel V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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