Para
muchos Maquiavelo fue precursor del trabajo de los analistas políticos y
columnistas de nuestros días. En todo caso, distintos textos del pensador
arrojan luces y sombras sobre la coherencia interna de su obra, de tal manera
que el florentino en carta dirigida a Francesco Guicciardini en mayo de 1521,
llega a afirmar irónicamente que:
“desde hace tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”
¿Por
qué esta premisa? Pues porque justamente eso es lo que a diario observamos
desde hace 15 años, primero con el extinto hijo de Barinas y ahora con su hijo
putatito y heredero, Nicolás Maduro, que arropados en una falsa revolución que
la denominaron Socialista del Siglo XXI”, han convertido al país en una
hacienda y no pública precisamente, sino exclusivamente privada, para hacer lo
que les viene en gana, sin controles de gestión ni rendición de cuentas ante
organismo alguno.
Una PDVSA devenida en una empresa comercializadora de
productos, alimentos y artículos de toda naturaleza y un BCV que no rinde
cuentas como lo exige la ley, por citar solo estos dos casos, que desnuda las
impudicias de quienes detentan el poder.
No
hay día en que el pueblo venezolano no despierte con la revelación de las más
inverosímiles situaciones a las que nos tiene acostumbrado este régimen, ni se
acueste sin conocimiento de otro. Diariamente este columnista inquiere en su
memoria bajo la rigurosa y torturante interrogación: ¿por qué? ¿por qué? Y es que la capacidad de
asombro se queda corta cuando buscamos respuesta a tanto desafuero,
desgobierno, mediocridad y burla, que perpetran Maduro y sus áulicos cortesanos,
que sin falso rubor aplauden el histrionismo del dueño del circo.
Para
estos hombres y mujeres enquistados en el poder, que no padecen la crisis
económica que asola a la mayoría de la población, inmersa en la más
desgarradora situación que pudiese haberse imaginado, no pasa de ser sino una
coyuntura propia del cambio que requiere la mal llamada revolución bolivariana.
Esta
respuesta refleja la incapacidad de quienes nos gobiernan (¿), además de que
ellos saben lo que hacen, pues es parte del plan. No quepa duda que El Príncipe
de Maquiavelo ha sido almohada de los “líderes” de la susodicha revolución pues
literalmente siguen el precepto: “Si un príncipe se quiere mantener en el poder
ha de aprender a no ser bueno”; es decir, hay que ser malo. Desgraciadamente
entienden malo como ineficiente, ignorando que malo en el dogma político es ser
eficiente, o sea bueno en la praxis
Conclusión
válida: Maduro y los llamados líderes del PSUV se comportan con el temor
natural del chimpancé frente a los gorilas. Hay que ser malo y asustar al
enemigo. Lo que sí es malo (de vagos) es que ignoran al Maquiavelo republicano
(Discursos), el que afirma que los hombres son malos por naturaleza y que las
leyes los hacen buenos, por lo que desconocen que al violar las leyes del
Estado no está siendo malo en el concepto monárquico, sino despreciable y
perjuro ante los ojos de la República.
Probablemente
la razón de Estado que interpretan quienes manejan los hilos del poder, se
encuentre en la fábula “Vicios privados, beneficios públicos” (B Mandeville),
sátira en la cual la sociedad prospera por los vicios de sus miembros, es
decir, que les permita garantizar prosperidad y se desgobierne para que los
reyezuelos de la corrupción se ahoguen en sus propios vicios y glotonerías y,
así, prospere todo el pueblo (?). Chávez, para disimular esta conseja, solía
con recurrente frecuencia repetir en sus monótonos y cansones discursos, que a
diario realizaba - en muchas ocasiones
en cadena por televisión y emisoras públicas – aquella frase que el vulgo tomó
como cháchara y repetía jocosamente: “Ser rico es malo”.
Creo
que la explicación radica en los conceptos prusianos (Hitler y Stalin sus
máximos representantes), de que la soberanía no reside en el pueblo sino en el
más fuerte: el derecho (o sea el poder) es el predominio de la omnímoda y
caprichosa voluntad del gobernante. La alianza con lo imposible presagia un
Estado corporativista-fascista, fácil de deducir de las demostraciones que a lo
largo de estos quince años, el pueblo ha podido constatar en carne propia. Las
huellas llevan a alianzas y financiamientos (con China una de ellas, alcanza la
voluminosa deuda de 65 mil millones de
dólares) con obscuras intenciones por parte de quienes nos quieren vender las
bondades foráneas de un pueblo, que
subsiste bajo las más precarias condiciones como el cubano.
En
los Estados democráticos de derecho los militares en servicio activo son
ciudadanos sometidos, aún en tiempo de guerra, al poder civil (Truman despidió
a MacArthur en plena guerra de Corea); pero, en nuestro país, donde la
arbitrariedad es ley suprema, hasta los ex militares se creen grandes cacaos sin charreteras - con honradas excepciones - gracias a que
aseguraron leyes discriminatorias que los segregan de la civilidad y, en la
práctica, a algunos los convierten en quinta columna del fascismo que
practican.
No,
lo que hacen no lo hacen por ignorancia; al contrario, lo hacen con pleno
conocimiento de que es un enfrentamiento táctico que permite subvertir el
orden. Y en la anarquía, pescar en río revuelto es lograr el fin estratégico
para captar el poder absoluto, porque este fue el camino que llevó a la
humanidad al infierno nazi-comunista de Hitler y Stalin.
Carlos
E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro
fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
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