martes, 3 de junio de 2014

CARLOS E. AGUILERA A., EL ENSAÑAMIENTO CONTRA SIMONOVIS

La negativa de otorgarle por cuarta vez la medida humanitaria al ex Comisario Iván Simonovis, evidencia que al régimen no le importa nada la vida de quien se encuentra privado de libertad en el Centro Nacional de Procesados Militares de Ramo Verde, desde hace años. Viene a nuestra memoria el caso de Franklin Brito, quien confrontó una situación similar que acabó con su vida, tras un proceso viciado de inexactitudes legales y deliberados actos mañosos para justificar su privativa de libertad.

Resulta inexplicable que en gobierno que se dice y ufana de ser democrático a la vista de propios y extraños, se utilicen tácticas dilatorias para negarle sus derechos contemplados en la propia Constitución Nacional, a quienes se les enjuicia por supuestos delitos cometidos, lo cual nos obliga a pensar que estamos en presencia de un acelerado y peligroso proceso de “Estado de excepción permanentemente reglamentado”, en el que la suspensión de los derechos más básicos no es reemplazado por el vacío, sino por una meticulosa y abstracta reglamentación que puede ser utilizada a su más libre albedrío por quienes detentan el poder, y que puede ser utilizada en cualquier tiempo y lugar, multiplicando exponencialmente las capacidades punitivas del Estado, lo cual permite un antidemocrático,.inconstitucional y selectivo control de los poderes, tal como en efecto está ocurriendo desde hace mucho tiempo. Un Estado que deje de lado el control y regulación discriminatorio  y persecutorio, es requisito “sin eque non” para hablar de democracia y justicia.
El caso del ex Comisario Iván Simonovis toca las más sensibles fibras del sentimiento nacional, pues se ha visto como un régimen desposeído del más elemental respeto a la dignidad humana, a los valores intrínsecos y a la propia naturaleza del gentilicio venezolano, se ensaña cruelmente con un hombre con el que se deleita de causarle mayor daño y dolor posible, aprovechándose de su indefensión en el marco de la estructura de un Estado abusivo, en el que se nota la sed de venganza en grado extremo. Da la impresión – y Dios quiera no ocurra tal cosa – que como aún no ha fallecido lo acosarán hasta el último día de su vida. Un súbdito vasco  en una carta dirigida a la opinión pública desde la celda en la que se encontraba preso y gravemente enfermo, escribió es cierta ocasión: “Mantener en el corredor de la muerte a una persona gravemente enferma es inaceptable”. Acto seguido inició una huelga de hambre y colgó en su pecho un letrero que rezaba:”solo pido un trato digno”.
En algunos países europeos el ensañamiento está referido en sus Cartas Magnas, pues lo consideran genéricamente como el aumento deliberado del sufrimiento de la víctima, lo cual le causa padecimientos y el aumento deliberado e inhumano del dolor, sin especificar si ese dolor debe ser o no necesario, y que dicha circunstancia aumenta deliberada e  inhumanamente el dolor de la víctima con actos de crueldad, torturas, sevicias y otros daños físicos y psíquicos. Estudiosos jurisconsultos internacionales refieren que la mayoría de las formas con  las que se puede matar a una persona, representan un dolor o sufrimiento, físico o psíquico para la víctima.
El ensañamiento es uno de los modos de ejecución que el Código penal de esos mismos países lo tipifica como homicidio, pues el ensañamiento tiene lugar cuando aumenta deliberadamente el sufrimiento de la víctima, sin que tal situación sea necesaria para producir la muerte. En otras palabras, es el prolongado padecimiento de la víctima con el propósito de satisfacer una tendencia sádica y en tal sentido puede entenderse que, desde el punto de vista subjetivo, el ensañamiento constituye un fin distinto de quitar la vida. Significa pues un aumento inhumano del dolor de la víctima, manera cruel que puede imaginarse para dar muerte a una persona.
Negarle a Simonovis la medida humanitaria que ha solicitado en cuatro ocasiones, no solo constituye un despiadado acto de inhumanidad y fuera del contexto de la fe católica de la cual tanto se ufanan quienes controlan los resortes del poder, sino una muestra del desprecio, odio y venganza de seres que desnudan sus malvados y perversos instintos.
Ignoran deliberadamente quienes con cánticos, alegorías y hasta  rituales en nombre del extinto Chávez, que la democracia se define como una forma de vida que respeta los derechos humanos, la protección de las libertades, la igualdad de oportunidades en la participación de la vida política, económica, social y cultural, que no es solo una declaración con fines políticos sino una manera de ver el mundo y la sociedad con una visión en la que existen espacios para todos, sin exclusiones de personas ni ideas, con el fin único de lograr una sana e indispensable convivencia con respeto a la Constitución y a las leyes, porque caso contrario se le abre las puertas a inimaginables arbitrariedades con las que todo es posible.
Lo contrario ocurre cuando por encima de la moral ética del Poder Judicial venezolano, privan  bastardos intereses políticos que tanto daño le han ocasionado a esa institución, en la que la balanza de la ley se inclina del lado del manto protector de sus temerarios ejecutores. El ensañamiento judicial contra Simonovis no tiene parangón en la historia venezolana, hoy marcada con tinta roja en sus páginas.
Maduro en sus diarias intervenciones en cadena de televisión, hace alarde de su profunda fe católica e intenso amor por la humanidad y la paz, así como su propósito de llevar adelante el diálogo constructivo en la fulana mesa que comparte –por cierto, diferida en múltiples ocasiones – con  la oposición, pero a la par y casi simultáneamente desmiente que Simonovis esté gravemente enfermo, tras manifestar que padece de una simple osteoporosis, para justificar su negativa de otorgarle la tan ansiada medida de humanidad, echando por tierra lo que tanto proclama de que “su gobierno es respetuoso de los derechos humanos, sin exclusión de ninguna naturaleza”. Para que el país nacional crea en su buena intención, debería dar una prueba de ello, lo cual sin  recato alguno, ponemos en duda.
Para quienes somos verdaderamente católicos la misericordia es un término que hace virtud del ánimo que lleva a los seres humanos a compadecerse de las miserias ajenas. Se trata de una actitud bondadosa que, por lo general, puede mostrar una persona hacia alguien que tenga necesidad de ella. Para el cristianismo, la misericordia es un atributo divino entendido como sinónimo de amabilidad y perdón, que los fieles piden a Dios para que este tenga piedad de sus pecados y sus desobediencias. De acuerdo a las palabras de Jesús, el hombre debe ser misericordioso con quienes lo rodean si espera ser tratado del mismo modo, y algunos conceptos que expresan ideas opuestas, son el rencor, la venganza y el desprecio, sentimientos considerados negativos.
A menudo se comete el craso error de confundir la misericordia con la lástima, conceptos que son muy diferentes. Sentir lástima por una persona no trata de una actitud persistente de la personalidad, sino de una sensación pasajera, además de que no acarrea una acción bondadosa para acabar con los problemas ajenos, sino que se queda en la reflexión acerca de los mismos. Y este no es el caso del tema que enfocamos en el presente artículo.
Hay que predicar con el ejemplo, demostrando ser católico de fe y principios, y no persignándose en nombre del Señor Jesucristo, elevando su mirada y plegarias al infinito, con la mítica figura de quien fuera en vida su padre político y hoy su heredero.

Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador
del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)

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