La negativa de
otorgarle por cuarta vez la medida humanitaria al ex Comisario Iván Simonovis,
evidencia que al régimen no le importa nada la vida de quien se encuentra
privado de libertad en el Centro Nacional de Procesados Militares de Ramo
Verde, desde hace años. Viene a nuestra memoria el caso de Franklin Brito,
quien confrontó una situación similar que acabó con su vida, tras un proceso
viciado de inexactitudes legales y deliberados actos mañosos para justificar su
privativa de libertad.
Resulta inexplicable
que en gobierno que se dice y ufana de ser democrático a la vista de propios y
extraños, se utilicen tácticas dilatorias para negarle sus derechos
contemplados en la propia Constitución Nacional, a quienes se les enjuicia por
supuestos delitos cometidos, lo cual nos obliga a pensar que estamos en
presencia de un acelerado y peligroso proceso de “Estado de excepción
permanentemente reglamentado”, en el que la suspensión de los derechos más
básicos no es reemplazado por el vacío, sino por una meticulosa y abstracta
reglamentación que puede ser utilizada a su más libre albedrío por quienes
detentan el poder, y que puede ser utilizada en cualquier tiempo y lugar,
multiplicando exponencialmente las capacidades punitivas del Estado, lo cual
permite un antidemocrático,.inconstitucional y selectivo control de los
poderes, tal como en efecto está ocurriendo desde hace mucho tiempo. Un Estado
que deje de lado el control y regulación discriminatorio y persecutorio, es requisito “sin eque non”
para hablar de democracia y justicia.
El caso del ex
Comisario Iván Simonovis toca las más sensibles fibras del sentimiento
nacional, pues se ha visto como un régimen desposeído del más elemental respeto
a la dignidad humana, a los valores intrínsecos y a la propia naturaleza del
gentilicio venezolano, se ensaña cruelmente con un hombre con el que se deleita
de causarle mayor daño y dolor posible, aprovechándose de su indefensión en el
marco de la estructura de un Estado abusivo, en el que se nota la sed de
venganza en grado extremo. Da la impresión – y Dios quiera no ocurra tal cosa –
que como aún no ha fallecido lo acosarán hasta el último día de su vida. Un
súbdito vasco en una carta dirigida a la
opinión pública desde la celda en la que se encontraba preso y gravemente enfermo,
escribió es cierta ocasión: “Mantener en el corredor de la muerte a una persona
gravemente enferma es inaceptable”. Acto seguido inició una huelga de hambre y
colgó en su pecho un letrero que rezaba:”solo pido un trato digno”.
En algunos países
europeos el ensañamiento está referido en sus Cartas Magnas, pues lo consideran
genéricamente como el aumento deliberado del sufrimiento de la víctima, lo cual
le causa padecimientos y el aumento deliberado e inhumano del dolor, sin
especificar si ese dolor debe ser o no necesario, y que dicha circunstancia
aumenta deliberada e inhumanamente el
dolor de la víctima con actos de crueldad, torturas, sevicias y otros daños
físicos y psíquicos. Estudiosos jurisconsultos internacionales refieren que la
mayoría de las formas con las que se
puede matar a una persona, representan un dolor o sufrimiento, físico o
psíquico para la víctima.
El ensañamiento es
uno de los modos de ejecución que el Código penal de esos mismos países lo
tipifica como homicidio, pues el ensañamiento tiene lugar cuando aumenta
deliberadamente el sufrimiento de la víctima, sin que tal situación sea
necesaria para producir la muerte. En otras palabras, es el prolongado
padecimiento de la víctima con el propósito de satisfacer una tendencia sádica
y en tal sentido puede entenderse que, desde el punto de vista subjetivo, el
ensañamiento constituye un fin distinto de quitar la vida. Significa pues un
aumento inhumano del dolor de la víctima, manera cruel que puede imaginarse
para dar muerte a una persona.
Negarle a Simonovis
la medida humanitaria que ha solicitado en cuatro ocasiones, no solo constituye
un despiadado acto de inhumanidad y fuera del contexto de la fe católica de la
cual tanto se ufanan quienes controlan los resortes del poder, sino una muestra
del desprecio, odio y venganza de seres que desnudan sus malvados y perversos
instintos.
Ignoran
deliberadamente quienes con cánticos, alegorías y hasta rituales en nombre del extinto Chávez, que la
democracia se define como una forma de vida que respeta los derechos humanos,
la protección de las libertades, la igualdad de oportunidades en la
participación de la vida política, económica, social y cultural, que no es solo
una declaración con fines políticos sino una manera de ver el mundo y la sociedad
con una visión en la que existen espacios para todos, sin exclusiones de
personas ni ideas, con el fin único de lograr una sana e indispensable
convivencia con respeto a la Constitución y a las leyes, porque caso contrario
se le abre las puertas a inimaginables arbitrariedades con las que todo es
posible.
Lo contrario ocurre
cuando por encima de la moral ética del Poder Judicial venezolano, privan bastardos intereses políticos que tanto daño
le han ocasionado a esa institución, en la que la balanza de la ley se inclina
del lado del manto protector de sus temerarios ejecutores. El ensañamiento
judicial contra Simonovis no tiene parangón en la historia venezolana, hoy
marcada con tinta roja en sus páginas.
Maduro en sus diarias
intervenciones en cadena de televisión, hace alarde de su profunda fe católica
e intenso amor por la humanidad y la paz, así como su propósito de llevar
adelante el diálogo constructivo en la fulana mesa que comparte –por cierto,
diferida en múltiples ocasiones – con la
oposición, pero a la par y casi simultáneamente desmiente que Simonovis esté
gravemente enfermo, tras manifestar que padece de una simple osteoporosis, para
justificar su negativa de otorgarle la tan ansiada medida de humanidad, echando
por tierra lo que tanto proclama de que “su gobierno es respetuoso de los
derechos humanos, sin exclusión de ninguna naturaleza”. Para que el país
nacional crea en su buena intención, debería dar una prueba de ello, lo cual
sin recato alguno, ponemos en duda.
Para quienes somos
verdaderamente católicos la misericordia es un término que hace virtud del
ánimo que lleva a los seres humanos a compadecerse de las miserias ajenas. Se
trata de una actitud bondadosa que, por lo general, puede mostrar una persona
hacia alguien que tenga necesidad de ella. Para el cristianismo, la
misericordia es un atributo divino entendido como sinónimo de amabilidad y
perdón, que los fieles piden a Dios para que este tenga piedad de sus pecados y
sus desobediencias. De acuerdo a las palabras de Jesús, el hombre debe ser
misericordioso con quienes lo rodean si espera ser tratado del mismo modo, y
algunos conceptos que expresan ideas opuestas, son el rencor, la venganza y el
desprecio, sentimientos considerados negativos.
A menudo se comete el
craso error de confundir la misericordia con la lástima, conceptos que son muy
diferentes. Sentir lástima por una persona no trata de una actitud persistente
de la personalidad, sino de una sensación pasajera, además de que no acarrea
una acción bondadosa para acabar con los problemas ajenos, sino que se queda en
la reflexión acerca de los mismos. Y este no es el caso del tema que enfocamos
en el presente artículo.
Hay que predicar con
el ejemplo, demostrando ser católico de fe y principios, y no persignándose en
nombre del Señor Jesucristo, elevando su mirada y plegarias al infinito, con la
mítica figura de quien fuera en vida su padre político y hoy su heredero.
Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador
del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
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