"ASESINA"
Así
como si expulsara un silencioso flato, como si le dijese al ujier que le
arrimase los bermudas para el paseo matinal, Nicolás Maduro, el pretendiente al
trono venezolano, lanza toda la metralla del Estado en contra de una mujer,
María Corina Machado.
La llama "asesina". En un solo y único acto de
prestidigitación la acusa, enjuicia y condena, al lado de varios venezolanos
vinculados a la política y a la academia. La quiere anular. Le quiere cobrar
agravios. Quiere vengarse en ella porque lo que pensaba que iba a ser un
robusto gobierno se ha convertido en esmirriada, aunque sangrienta, regencia de
segundones.
Los
emails son chimbos. Cualquiera que se acerque al estilo de hablar y escribir de
María Corina sabe que esa redacción, estilo "el espía Salazar", no es
la suya. Sabe que ha proclamado una y otra vez la necesidad de que el reemplazo
de Maduro sea constitucional y pacífico. Sabe que un liderazgo como el que ella
ha forjado no se juega a los dados. Sabe de su consistencia intelectual e
ideológica y de su coraje, para respaldar con su propia humanidad aquello en lo
cual cree y por lo cual lucha.
Un
gobierno ineficiente, errático y servil a La Habana, no podía sino añadir a la
torpeza central, otras adicionales. Tomemos el caso de Gustavo Tarre,
académico, político de alto vuelo, veterano de la democracia venezolana. Solo a
algún cretino de nulo conocimiento histórico y que no tuvo ni siquiera
capacidad de buscar en Internet la trayectoria de Tarre, puede haber escogido
entre todos los candidatos para la tramoya a alguien tan sideralmente alejado
del tejemaneje forjado por el Alto Mando Político. De igual modo puede
afirmarse de los demás acusados.
La
acusación del Alto Mando Político estuvo signada por la mentira. Se dijo que
María Corina había llegado el día anterior de EEUU. Falso. Tenía, para la
fecha, más de dos meses de haber visitado ese país. Se dijo que el día de la
acusación estaba en Panamá. Falso. Estaba en Venezuela. Se dijo que las
direcciones de correo las usaba. Falso. Una de ellas no era utilizada desde el
año pasado. Lo más exótico es que el Sebin, órgano del Estado, le da la
información a un partido político -el PSUV- y a partir de allí se desencadena
la novela, en uno de cuyos episodios la Fiscal General admite la ilegalidad y
se hace cómplice de su ocurrencia.
LA
TRAMA.
Ya
se sabe que las dictaduras del siglo XXI, las posmodernas, no hacen como Pérez
Jiménez o Trujillo: plan y pa'l cuartel. Son selectivas en la represión de los
dirigentes, aunque brutales en la represión de la calle. Su empeño en dar una
apariencia democrática en el mundo globalizado, las lleva a dar un rostro
judicial al antiguo garrote: no bastan Pedro Estrada y Miguel Silvio Sanz, como
en la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez, son indispensables jueces sin escrúpulos para darle aquellos graciosos retoques de juicios,
tribunales, fiscales y defensores.
Así
se explica la saña en contra de Leopoldo López y los dirigentes estudiantiles.
El propósito es destruirlos moralmente, convertirlos en cucarachas, como
lección para el resto. No era el estilo venezolano del enfrentamiento político,
pero bajo el mando cubano, absolutamente desprovisto de cualquier tono de
humanidad, se ha convertido en la norma.
Cuando
se trata de la calle la estrategia es la de tierra arrasada. Cualquier amago de
protesta social tiene que ser aniquilado en embrión para evitar su reproducción
viral. Por eso el uso de fuerza desproporcionada e inmisericorde en contra de
jóvenes que encarnan la lucha.
A
pesar de los esfuerzos sangrientos, represivos y brutales, la sociedad aprendió
a resistir. Se ha creado un estilo que adoptan no solo los estudiantes, sino
que ha permeado a barrios y fábricas en sus protestas específicas. Y, de
pronto, la protesta tiene nuevos tonos; es más organizada, maneja mejor sus tiempos,
no se hace blanco fácil de la munición represora, y convierte a "la
calle" en espacio de encuentro, en el cual algún atisbo de futuro parece
insinuarse.
CAÍDA
Y MESA LIMPIA.
El
régimen se lanza a esta aventura por debilidad. Está en proceso de desintegración
interna en el campo civil y en el militar. Ante una situación que Nicolás
Maduro no se muestra capaz de controlar, la sargentería ha asumido el control
político de la situación. Las "iniciativas" de los colegas de Maduro
no son sometidas ni a su escrutinio ni a su aprobación. Como confesó Cabello,
ya no está el que detenía las locuras de los subalternos; "el loquero
mayor" -siempre necesario- había muerto en las expertas manos funerarias
de los cubanos.
El
cuento del magnicidio y del golpe de estado tiene el propósito de aglutinar un
apoyo del chavismo cuando este movimiento ha perdido la fe. Maduro convoca en
contra del "enemigo externo del chavismo" para ver si lograr
recuperar la fuerza que despilfarrara a ciencia y paciencia en pocos y sangrientos
meses. Esta necesidad es la que explica los complots en los que nadie cree pero
que le dan movimiento digestivo al régimen porque sin ese alimento de carne
enemiga, termina comiéndose a sí mismo, envuelto en las miasmas de sus
contradicciones. Un enigma es el que representa la familia de Chávez, ¿se
aventurarán sus miembros a una Operación Rescate?¿Pedirán también la renuncia
de Maduro?
LO
QUE VIENE.
El
porvenir inmediato luce brumoso. Lo que en Chávez fue durante la mayor parte de
su tiempo en el poder una combinación de estrategias y tácticas, ahora es pura
mandarria; y su ruido atemoriza porque ha probado su vocación homicida. Pero
los recientes inventos sobre complots y minicidios, represión brutal,
alzamiento de los sargentos rojos, el acuerdo generalizado sobre la
incompetencia de Maduro y la necesidad compartida de buscarle una salida a la
bárbara crisis política y económico-social actuales, han generado -de forma
paradójica- un espacio para los acuerdos que deberían materializarse en la próxima
fase de la transición.
El
instrumento para salir de este atolladero será el de unas elecciones
presidenciales limpias (con CNE imparcial) para reconstituir un acuerdo
nacional. Elecciones en las que compitan de manera transparente los candidatos,
que arrojen resultados que por su pulcritud sean reconocidos por todos, serán
inicio para los entendimientos necesarios. Si de allí se llega a amplias
coaliciones políticas capaces de gestionar la catástrofe actual, el país podría
enrumbarse en el corto plazo hacia una solución pacífica y democrática.
Imaginemos que cesa la persecución de empleados públicos y dirigentes políticos, que la protesta no es reprimida, que los tribunales no son el martillo vengativo del gobierno, que los militares vuelven a sus cuarteles, que regrese la prensa libre y que el parlamento vuelve a ser asiento de la pluralidad. Imaginemos nada más...
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