El
hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, nieto de los Reyes Católicos Isabel
y Fernando, Carlos I de España y V de Alemania, emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico, en el año de gracia de 1556 abdicó a favor de su hijo Felipe
II, y después se retiró al monasterio de Yuste, a arreglar sus asuntos del
espíritu para la definitiva entrega al auténtico Señor de los Cielos.
Felipe
II fue un monarca rezandero, hesitante y envidioso. A través de la batalla de
Lepanto que comandó su medio hermano Juan de Austria (la más alto ocasión que
conocieron los siglos, según el soldado Miguel de Cervantes Saavedra), salvó a
la Cristiandad del dominio musulmán. Y con la derrota de la Armada Invencible
en aguas inglesas, comenzó la decadencia del imperio español, aquel donde jamás
se ponía el sol.
En
descargo de Felipe II hay que apuntar que el imperio que heredó era insostenible
por razones políticas, económicas y hasta religiosas. Su padre quiso levantar
una corona universal y sus logros se sintetizan en el desangramiento financiero
ibérico, el cisma cristiano y los primeros motivos para la futura insurgencia
de la España ultramarina.
En
este desajustado 2014, saturado de incertidumbres, redes sociales, indignados y
fútbol, Don Juan Carlos de Borbón y
Borbón, I de España, abdicó a favor de su hijo Felipe VI. Juan Carlos I fue un
estadista de alto vuelo, protagonista principalísimo de la transición española
y factor de unidad y moderación en una sociedad diversa y díscola.
Felipe
VI arriba al trono en una España sacudida por los fanáticos nacionalistas que
despliegan su chantaje contra los pueblos de Cataluña y Euskadi y, estremecida
también por una crisis económica creada por el populismo socialista, que el
presidente Rajoy trata de superar con enormes dificultades. Además con la
corona desprestigiada por algunos lances frívolos de su padre Juan Carlos I,
inducidos por alguna veleidosa trepadora de esas que pueblan las páginas
históricas.
Ya
algunos agoreros desahucian a la Casa Real de España. No me refiero solo a
fablistanes tremendistas como el señor Jorge Ramos, uno de los adalides de la
noticia como show y de la civilización del espectáculo. Sino también a
intelectuales y tratadistas de prosapia.
Otros
reconocen la rigurosa preparación de Felipe VI para las responsabilidades que
acaba de asumir, la alta valoración de la monarquía que tiene la inmensa
mayoría del pueblo español y, por añadidura, que varios de las naciones más
prósperas y avanzadas del planeta mantienen el modelo constitucional monárquico
parlamentario. Las monarquías absolutas residuales apenas sobreviven como
teocracias musulmanas, o en algún ignoto reducto asiático.
Con respecto a España y su nuevo rey con una
esposa plebeya, yo prefiero compartir el prudente optimismo de una periodista
de solera, como la señora Gina Montaner.
Alexis
Ortiz
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