domingo, 11 de mayo de 2014

SIXTO MEDINA, DIÁLOGO Y RESULTADOS

En este tiempo, ningún gobierno del mundo puede prescindir de un diálogo permanente con las distintas fuerzas del espectro político y, muy particularmente con los sectores de oposición. 

La gran lección que dejó el siglo XX fue, en ese sentido, contundente. Un gobernante que apuesta sólo a su perpetuación o la de su partido en el poder- o a concentrar poder político a cualquier precio- difícilmente logrará convertirse en algo más que un referente anecdótico o pasajero en la historia de su patria. 

Lo que está ocurriendo, desgraciadamente, no es bueno para el país: el gobierno quiere un diálogo sin resultados. 

Basta con escuchar los discursos presidenciales en cadena nacional que niegan los atributos del diálogo y desestiman a la MUD en el intento de alcanzar un acuerdo o acercamiento entre posturas. Es así, como en forma desconsiderada el gobierno de Nicolás Maduro, está impidiendo la reconciliación histórica que la sociedad venezolana necesita para abocarse, con capacidad moral, unidad y en paz, a la construcción del futuro de la nación.

El problema actual de nuestra patria es esencialmente político y gira alrededor de la presidencia. El país requiere capacidad de diálogo y resultados prácticos para resolver la crisis institucional, social y económica. La presidencia es quien está llamada a conducir ese proceso y la oposición a plantear sus exigencias y posibles soluciones. Para lo cual es importante que ella considere todos los elementos que pueden debilitar las cualidades necesarias para esa tarea de tanta trascendencia para la vida institucional del país, para la democracia que muchos queremos ver establecida en su concepción total, no en su aspecto único de elección por un voto popular mediatizado.

En cualquier sociedad, cuando las expresiones de odio a nivel individual o grupo social se vuelven frecuentes, acarrean graves consecuencias. Entre ellas, la intolerancia y el discurso descalificador destinado a intimidar, oprimir, incitar a la violencia contra una persona o comunidad, en base a su posición política, religión,  género o clase social. 

Esas reacciones se acendran peligrosamente, porque el diálogo tolerante, fluido, racional y permanente requiere ser colocado en  el sitial que le corresponde para generar confianza y, pueda producir resultados justos y beneficiosos para las partes. Lo contrario contribuye a mermar la fe que se pueda tener aun en él y se contagian, cual alud que amenaza con arrasar con la paz y la tranquilidad que requiere hoy con mucha urgencia el país.

Es el propio oficialismo el que arbitrariamente, valiéndose de los demás poderes públicos edifica las barreras y define quien queda al lado de ellas. Al hacerlo no escatima mala fe y atenta así contra la posibilidad de mantener el diálogo. Si Nicolás Maduro sigue convencido de que puede conducir su acción de gobierno con una actitud de autosuficiencia y de espalda a los sectores que no comparten sus proyectos o credo político. Si realmente considera que es legítimo conducir los asuntos públicos de una nación de esa manera, está claro que incurre en un gravísimo error. Es continuar subidos al tren del conflicto y de la confrontación que sólo conducirá a nuestra castigada sociedad al fracaso.

Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto  

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