“Así en el juicio practico de la conciencia,
que impone a la persona la obligación de realizar un determinado acto, se
manifiesta el vinculo de la libertad con la verdad. Precisamente por esto la conciencia se
expresa con actos de “juicio”; que reflejan la verdad sobre el bien y no como
“decisiones arbitrarias”.
La madurez y
responsabilidad de estos juicios y, en definitiva, del hombre, que es su sujeto
se demuestran no con la liberación de la conciencia de la verdad objetiva, a
favor de una presunta autonomía de la las propias decisiones, sino, al
contrario, con una apremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por
ella en el obrar”. Juan Pablo II, Carta ENC. Veritatis splendor, 61: AAS 85
(1993) 1881-1182.
Acotando algunas Pistas.
En el mundo musulmán (que es, rigurosamente,
monoteísta, y, por tanto, ontológicamente monista: “la verdad es una”), y
siguiendo a Averroes (que vivió en el siglo XII), el cuerpo es prescindible
(pues la razón está en Dios y sólo en él). Esta discrepancia entre Santo Tomás
y Averroes, que se inscribe ya en el ámbito filosófico-teológico, remite a la
disputa en torno de la idea del entendimiento agente universal aristotélica, y
es obvio que desborda por entero los criterios simplificantes que situamos, como dilucidación
tolerancia/intolerancia, avance/retroceso, oscurantismo/claridad,
discriminación/no-discriminación, mentalidad abierta/mentalidad cerrada o
izquierda/derecha, lo que no implica que no tengan derivaciones decisivas, como
nos obligaríamos a ir insinuando, en la configuración de antagonismos
históricos y geopolíticos de gran dificultad y gradación de nuestro tiempo.
Por otro lado, ambiciona estar presente en
nuestro abordaje una perspectiva de ángulo de presunción circunscrito (o
perspectiva teleobjetiva) reducido a los límites de lo que consideramos nuestro
presente histórico inmediato (circunscrito político-ideológicamente), un
presente cuyo límite concreto de inicio es la caída de la Unión Soviética. A
poco más de veinte años del colapso, y lejos de lo que muchos, con Fukuyama,
han querido ver como el “fin de la historia” en tanto que triunfo de la democracia,
la libertad y el capitalismo, las coordenadas ideológico políticas siguen
estando inscritas dentro de ese marco global. La izquierda, la derecha, el
liberalismo, la libertad, la democracia, el Estado, el nacionalismo, el
socialismo, el fascismo, occidente, la civilización, el totalitarismo o el
capitalismo son ideas, ideologías y procesos políticos e históricos que siguen
estando problematizados en función del fin de una etapa de la historia: la
guerra fría (que pareciera de vuelta), y el colapso del socialismo real. Muchos
de los problemas planteados y no resueltos o decididos parcialmente, o
determinados pero con nuevas trabas como consecuencia colateral en ese período
y en el contexto de ese antagonismo ideológico siguen abiertos y vigentes aunque
implantados en un suelo político evidentemente que transformado y en
transformación (la migración masiva, el poderío chino o el fundamentalismo
islámico o neopagano de los países escandinavos de estos últimos años conforman
sin duda un contexto distinto y mezclado). Pero no se trata, como muchos creen
con una ingenuidad en verdad ya irritante (y han querido radicarse en esto como
característica definitoria de “la izquierda”, lo que incrementa
exponencialmente la irritación), que cualquier problema que siga acaso abierto
en nuestro tiempo ha de atinar su solución, o bien poniendo en práctica el
expediente de ampliar o profundizar o radicalizar la democracia
(fundamentalismo democrático), o bien por medio de la puesta en práctica de la
metodología ética del humanismo metafísico para proceder así a humanizar, por
ejemplo, al capitalismo (fundamentalismo idealista, o jesuitismo político, en
palabras de Lenin), o bien por medio del dispositivo de ampliar las libertades
(o los derechos, dirán muchos) desde un punto de vista genérico y metafísico
(libertarismo emancipatorio y, por cuanto a las libertades, en el límite,
anarquista). En todo caso, podríamos decir que planteamientos como estos son
esgrimidos por quienes quieren superar el pasado sin haberlo comprendido en
absoluto, haciendo que sus buenas intenciones o, mejor, su inocencia
(democrática, ética, humanista o libertaria) no concluya siendo otra cosa que
la candidez de su ignorancia.
Nuestro presente fijado, y en todo caso, es
éste, lo que hace frívolo e contradictorio querer estar hablando de futuro, o
de visión de expectante, como hemos dicho ya. Aquí hablaremos, sobre Venezuela,
sobre sus problemas y sobre su problema, en una perspectiva, en definitiva, de
historia universal. Y no se tratará tanto de tener perspectiva atenta y de
echar una mirada hacia adelante, sino de saber cómo hemos llegado a ser lo que
somos, en qué consisten las claves de lo que concurrimos y qué deriva hacer al
respecto para que eso que hemos llegado a ser pueda permanecer en el tiempo y
pueda perseverar e influir históricamente.
Este artículo es también, por tanto, de
índole político y, por tanto tiene la ambición de ser dialéctico y polémico. No
lo trazamos desde un nivel de premisas teóricas y político-ideológicas cero,
sino que lo intentamos desde un escenario muy especifico de racionalidad
política, (lo que implica tener presente y ejercitar siempre una ontología
política, una teoría del Estado, una teoría de la historia, una crítica de la
economía política y una crítica de la razón política), y, en un sentido muy
general, desde una posición político-ideológica. Pero la factura crítica y
polémica con la que escribimos implica también que es la misma idea de la
izquierda y sus corrientes, al igual, en correspondencia, que la idea de derecha
y sus estándares, lo que hemos también de someter a crítica y reconstrucción.
Y más aún: la tendencia misma de querer
agotarlo todo en función de la dicotomía izquierda-derecha será, por su
reduccionismo, desestimada en más de un sentido (y, cuando proceda, será
también triturada críticamente). Y esto es así en virtud del repliegue total
que a este respecto intentamos en torno de la tesis según la cual tanto la
izquierda como la derecha son categorías político-ideológicas propias (o
exclusivas) del mundo presente, es decir, que solamente tienen sentido ser
aplicadas a los procesos de configuración política e ideológica de la
Revolución francesa en adelante, pero teniendo como límite básico la caída de
la Unión Soviética. La dicotomía izquierda-derecha, en efecto, se nos ha
ofrecido históricamente como la tensión fundamental en la curva histórica de
1.789 a 1.989, pero no es procedente querer inscribir o explicar todo estrato o
proceso de organización histórica (o artística, o científica, o filosófica, o
religiosa o teológica) dentro de ese marco, pues hay complejidad de claves y
efectos, multiplicidad de contenidos, de variables y de ritmos de decantación
que desbordan por entero los límites del mundo organizado durante los dos
últimos siglos. Es y ha sido siempre absurdo y ridículo querer estar hablando
de izquierda y de derecha, o de conservadurismo científico y progresismo. ¿Y
qué decir de los intentos que muy posiblemente pudieran darse por quienes acaso
encontraran interés en clasificar a la filosofía o a la teología según si son
de izquierda o de derecha? ¿Y cuál es la razón o la evidencia racional
(filosófico-teológica) en función de la cual nadie dice nada cuando alguien
afirma sin pena ni escozor que está estudiando o “acercándose” al budismo, al
taoísmo o a la Cabala, mientras que el escándalo más encrespado sería la segura reacción si, en vez de ser el budismo
o la Cabala, fuera el catolicismo a lo que estuviera acercándose el interesado
en el tema? ¿Por qué el juicio riguroso se afirma contundentemente que el
catolicismo es la derecha y el oscurantismo hoy en día? ¿Cómo clasificar
entonces al budismo o al chamanismo indigenista? ¿De izquierda? ¿Con qué razón
teológica o filosófica, nos respondemos sobre todo por aquello dicho por Carlos
Marx en La cuestión judía? cuando afirmaba que “el planteamiento de un problema
equivale a su resolución”. En este caso, un planteamiento equivocado equivale a
la permanente confusión y oscurecimiento de una cuestión o pseudo-problema: en
cualquiera de los tres casos que acabamos de aludir (el arte, la ciencia, la
filosofía), lo que estaría ocurriendo en el momento de querer ser apreciadas o
reducidas a la luz de las dicotomías izquierda/derecha o
progresismo/conservadurismo es una de las tan típicas como desafortunadas
puestas en ejercicio de reduccionismo sociológico; un reduccionismo que, junto
con el psicologismo, es uno de los más perniciosos vicios confesionarios de
nuestro tiempo.
El asunto es entonces que antes de 1.789 no
tiene sentido hablar ni de izquierda ni de derecha. Hacerlo implicaría incurrir
en un anacronismo inútil. Pero, correspondientemente, el mundo no se explica
exclusivamente a partir de 1.789. Quien persiga hacerlo estaría ofreciéndosenos
como alguien cercado dentro de una capital encogimiento de horizontes
históricos y filosóficos. ¿Cómo encasillar por ejemplo a Maquiavelo? ¿Era él de
derecha o de izquierda? ¿O será más bien quizá que el Maquiavelo de El Príncipe
nos ofrecía su costado de derecha (o autoritario, pragmático y sin ideales, dirán
muchos) mientras que el de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio
nos ofrece su cara republicana (o ética y con ideales, según algunos otros) y,
por tanto, de izquierda? El planteamiento carece por completo de sentido, y
sólo alguien con concepción estrecha y maniquea podría encontrar interés en
encontrar una respuesta a semejante indagación.
Ahora bien, por cuanto al período abierto a
partir de 1.989 hasta nuestros días, habiendo colapsado el proyecto de
socialismo real soviético, no se trata de que no se pueda hablar de izquierda y
de derecha, ni de que se haya alcanzado ya el “fin de la Historia”; se trata de
tomar nota del hecho de que estamos ante categorías que es necesario
reconstruir en sus fundamentos, alcances y contenidos. Pero es precisamente en
las tareas de rescate (de nuevas síntesis) en que se apoya toda la dificultad,
pues no basta con decir, desde un laconismo atropellado al que se nos tiene
cada vez más acostumbrados, que lo que hay que hacer es pasar de un “vieja
izquierda” (anclada en los setenta o en los sesenta, como se les enseña a decir
a los jóvenes adocenados que estudian ciencias políticas, economía o políticas
públicas en universidades privadas) a una “izquierda moderna”, ni basta tampoco
con repetir en abstracto fórmulas pretéritas al margen de toda su dialéctica
interna (y esto vale tanto para las izquierdas como para las derechas).
Hemos escuchado en incontables ocasiones a
personas que, ante el argumento de definir qué significa ser de izquierda,
recurren a la cansina receta trinitaria de la revolución francesa (libertad,
igualdad, fraternidad) para tratar de salir al paso ante esta pregunta, pero
saltándose la historia entera de los siglos XIX y XX, y sin tomar en
consideración los inconvenientes y contradicciones en los tiempos mismos de la
Revolución, de la Convención, del Directorio, del Consulado y del imperio de
Napoleón, eslabones todos de una compleja dialéctica política que, en su
dramático escalamiento “Cuando se pone uno a dirigir una revolución, la dificultad
no está en hacerla avanzar, sino en contenerla”, decía Mirabeau en octubre de
1.789), arrastró al mundo a la evidencia de que, para decirlo de algún modo, no
basta con repetir con aire ético y angelical o humanista que para ser de
izquierda hay que querer mucho al pueblo y defender la libertad, la igualdad y
la fraternidad, y que, correspondientemente, quien está en la derecha está en
contra de tales principios y estarán por tanto llamados a ser caricaturizados
burdamente con referencias o a Franco o a Hitler, sin tomar en serio (porque es
obvio que se sabe) el hecho de que ellos tampoco existen más, y sin entender,
siquiera mínimamente, las razones y problemas que, a su juicio y desde sus
coordenadas (las de Franco, Hitler o Mussolini quien, por cierto, militó al
igual que Gramsci en el mismo Partido Socialista Italiano antes de la creación
del PCI en el congreso de Livorno, en 1.921).
Toda nueva síntesis y rescate (política,
ideológica) son solamente posibles si se cuenta con una plataforma filosófica
con la suficiente codificación y la fuerza abarcadora como para comprender todo
lo viejo al tiempo mismo de ser hábil, dialécticamente, de incorporar,
defendiendo estructuras fundamentales, todo lo nuevo (por que nada surge de la
nada ni, tampoco, hay nada, salvo “Dios padre”, que pueda ser Causa sui). La
estructura desde la que nosotros escribimos y desde la que queremos encarar
este necesario cometido sintético y sistemático es la plataforma del
materialismo filosófico.
Pero el impulso de este ensayo es de fibra
política (el sistema nervioso central en su conjunto es, digamos, filosófico) y
ni siquiera pretende estar escrito “desde la izquierda” o “desde la democracia”
porque “seamos demócrata” (que a ese respecto el de “ser demócrata”, nuestra
posición es, guardando con respeto las distancias, como la de Aristóteles, es
decir, le daba lo mismo serlo que no serlo puesto que lo que importa en
realidad es ser, ante todo). Es político este articulo en tanto que quiere
recoger y acogerse a la perspectiva ofrecida por las más importantes figuras
que la tradición nos ha dado en materia de pensamiento y práctica políticos:
Tucdides, Platón, Aristóteles y Cicerón, Kant, Leibniz, por cuanto al mundo
clásico y por vía de ejemplo; y Maquiavelo, Marx, Lenin, Gramsci, Mariátegui,
Molina Enríquez, Vasconcelos, por cuanto al mundo moderno y contemporáneo.
Todos ellos han sido, hasta la médula, políticos además de teóricos de la
política y del Estado; ninguno de ellos tuvo presente la posibilidad de
considerarse a sí mismos como “intelectuales” o como académicos (es decir, como
catedráticos) alejados de la política y de lo político, y es esa perspectiva de
política gruesa en su sentido clásico la que en definitiva queremos adoptar en
el desarrollo de esta búsqueda en la
medida precisa en que es sólo desde ella como podríamos repetir con Mariátegui
que, en efecto, la política, la gran política, es la trama de la historia.
Pedro R. Garcia M.
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