Cae la noche en Venezuela, en sentido real y
figurado, un país rodeado de la nada. Entendida la nada como ausencia de lo que
es o debería ser.
Parménides sostuvo que el “No Ser”, no es,
otros aseguraron que de la nada no puede surgir algo, por su parte Aristóteles,
señaló que tanto la negación como la privación se dan dentro de afirmaciones,
porque incluso del “No Ser” puede decirse que no es.
La concepción cristiana de la creación
influenció la filosofía moderna e instaló la idea que Dios hizo el mundo a
partir de la nada.
Filósofos y teólogos, las diferentes culturas
existentes en el mundo, han estudiado el concepto de la nada o de la
inexistencia.
Jean Paul Sartre en su obra “El ser y la
nada” sostiene que el ingreso de la nada al mundo se debe a la existencia del
hombre.
Esa nada intrínsecamente ligada a la
negación, en la cual está sumida Venezuela.
Originada por una banda de personas que
decidieron apoderarse del poder para crear sus propias reglas del juego, con
leyes que se aplican para su solo beneficio y sin que correspondan a nuestro
tipo de sociedad.
Funcionan fuera de toda ética y moral, han escogido
utilizar al pueblo para instrumentalizar un aparato gubernamental a su
servicio, a fines de aprovecharse y enriquecerse.
El proceso se realizó desmontando un país y
sus instituciones y perfeccionando un sistema de control y represión para
impedir cualquier reacción. Como resultado Venezuela se quedó paralizada entre
lo que fue y lo que podría ser, entre su pasado y su futuro.
El drama es la existencia de una sociedad de
vista corta, que piensa que los derechos que vamos perdiendo, que los
principios que llegamos a negociar, que la concesiones que hacemos de nuestros
valores, ¡Son nimiedades!
Como si el venezolano hubiese perdido la
capacidad de soñar, de sorprenderse, de distinguir lo bueno y lo bello. Existe
quien piensa que mientras sus negocios funcionen todo va bien, esa persona que
se olvidó de compartir con otros seres, y no me refiero a sus socios o
amigotes, terminará recorriendo el camino de la vida en solitario. Sumergido en
esa noche sin luz que nos rodea como país.
En aritmética la nada existe es el cero, se
usa para representar la ausencia de un valor, de un objeto, de un lugar o de un
espacio.
Las cifras de la economía venezolana son un
buen reflejo del drama que vivimos, sin embargo una parte del pueblo, sigue
caminando hipnotizada hacia el abismo. Sigue dejándose manipular, confundiendo
ineptitud, vulgaridad, ineficiencia, venganza, odio y represión con el
ejercicio normal del poder.
Ese venezolano que si no reacciona terminará
esclavo de un proyecto extranjero, concebido meticulosamente, para ir
destruyendo poco a poco nuestra libertad.
¿Es que la crisis económica, la deficiencia
de los servicios, la inseguridad reinante, las pruebas de corrupción, el abuso
de poder, no son suficientes para quitarnos la venda de los ojos?
Un rayo de luz despierta una esperanza, la
juventud que rechaza sacrificar sus sueños, aunque pierda la vida. Está
consciente que nos dirigimos a la esclavitud y la servidumbre, que nos roban
todo, que nos hacen más pobres e ignorantes.
Que probablemente fallezcamos con la primera
enfermedad endémica que esté de regreso y no agarre sin medicinas ni
hospitales. Terminaremos siendo sacrificados como animales, como fichas en un
tablero, porque los que juegan son ellos.
La propaganda y el discurso es hábil para
exigirnos sacrificios, mientras yates, aviones relojes y regalos millonarios
encandilan al necesitado, a quien se la va a subir el precio de la gasolina.
Maduro proclama a gritos que es la revolución
o la nada. Como si un país pudiera “Ser” cuando se encuentra aislado.
Una breve mirada a la situación nos permite
constatar una realidad: Ocho aerolíneas internacionales suspenden actividades
en el país, porque se les debe 4 mil millones de dólares
Una corrupción desbordad dirigida por
delincuentes que se robaron las reservas monetarias, un crecimiento económico
nulo, estimado en apenas 0,5%, en un país petrolero. Con una deuda del Estado
(externa e interna) calculada en 320.000 millones de dólares.
Un índice de escasez en alimentos que
asciende a un 33,8%, donde se importa el 75% de lo que se consume y que cuenta
cada vez con menos divisas para ello. En el que vivimos con una inflación
acumulada entre 1999-2013 del 2.037%.
Tenemos un país donde no se consiguen
cabillas, ni cemento, ni harina, ni pan, sin tener que pagar sobreprecios.
Donde circular después de determinadas horas, significa poner en riesgo la
vida.
La revolución bolivariana logró, que de una
producción de carne que cubría el 100% del consumo nacional, hoy apenas
cubrimos un 10% y producimos 60% menos de litros de leche.
Gracias a ellos ocupamos el último puesto de
libertad económica, entre 152 países; el lugar 165 entre 174 países en
percepción de corrupción.
Esos datos desastrosos evidencian que algo ha
fallado en el modelo económico impuesto por la Habana, el mismo que ha sumido a
Cuba al sometimiento de un clan.
Esa nada que nos circunda es la obra de un
gobierno ineficiente y ladrón. Nos rodea como una espesa niebla oscura,
propicia a los “gatos pardos” de la noche, dispuestos a todo para perpetuarse
en el poder, cuentan con armas, con esbirros y mercenarios motorizados.
Son estos días sin huellas, días donde la
nada actúa sin respeto a las leyes ni a los derechos humanos.
De nosotros depende encontrar la salida, de
luchar, actuar y comprometerse, de pensar y concebir el país de otro modo.
Después de la noche más negra, siempre saldrá el sol. Es la ley natural
De la nada actual puede surgir una nueva
conciencia colectiva, un individuo que no necesita vivir desesperado, ni
alimentarse de emociones negativas. Un venezolano reconciliado consigo mismo y
con los otros, que se quite la venda de los ojos y recupere la fe en los
hombres de bien, trabajadores, honestos, con principios, humanos.
Que
afirme con Andrés Eloy Blanco:
“Hilandera,
¡Te
estoy mirando a la cara!
¡Qué
bien se ve todo el mundo
por
el cristal de las lágrimas!”
Nelson Castellano-Hernandez
nelsoncastellano@hotmail.com
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