Su nivel actual, luego del deterioro, es
equivalente a la popularidad de Obama en Estados Unidos
Era obvio que la popularidad del presidente
Maduro se resentiría como consecuencia de la crisis. Desde noviembre, cuando se
había recuperado como producto del Dakazo, ha caído más de 13 puntos
porcentuales. Ahora bien, la pregunta es ¿qué significa que Maduro tenga 37% en
el medio de una matraca de crisis?
Si nos ubicamos en el plano de la
polarización, la respuesta es predecible. Para los opositores el mensaje es que
Maduro está en caída libre y que la proyección lineal indica que en dos meses
ya no lo quiere ni Cilia (y su salida es inminente, agregan los más
optimistas).
Si se trata del chavismo radical: "eso
es mentira. A Maduro lo quiere todo el mundo y no le afecta en nada la crisis
(que, por supuesto, es una percepción falsa creada por los medios golpistas)".
Como es usual, ninguno de los análisis
radicales tiene ni pata ni cabeza, aunque llenan las redes sociales y las
declaraciones en medios polarizados de bando y bando. Pero debo reconocer que
dentro de la oposición y del chavismo (y en los medios serios) hay gente
pensante que entiende el significado de estos números, incluidos los líderes
más importantes de cada lado, aunque los discursos para el gallinero camuflen
el tema.
La preocupación principal del chavismo
racional tiene que ser la tendencia negativa. La popularidad de Maduro no sólo
es más baja que la de Chávez sino que tiende a ser peor, sin resolver la
crisis. La revolución se jactó siempre de representar la mayoría contundente
del país (y lo era) y basó su gobernabilidad en ese respaldo. Chávez utilizó
además su carisma para colonizar la democracia, no por la vía tradicional de
las dictaduras: las armas, sino por la base de la democracia que es la
elección, aunque sesgada. Construyó una democracia procedimental (y no
integral) que lo protegía. Tomó las instituciones y pulverizó la alternancia.
No tuvo que reprimir porque no había organización social a quien enfrentar y el
sector militar le era subordinado porque dependía de él y de su conexión para
mantener la zona de confort.
Maduro es otra historia. Cuenta sin duda con
las instituciones que heredó, pero su popularidad se debilita y requiere
reforzar de otra manera la base de su gobernabilidad. Sólo hay una a la mano:
el sector militar, y se revierte con esto la relación de dependencia que
existía en el gobierno anterior. Los militares dependían de Chávez como Maduro
ahora depende de ellos y su margen de maniobra se limita notablemente. Esto
puede permitirle sostener el poder, pero parece no tener libertad para adoptar
medidas económicas indispensables que rescaten el equilibrio, a la vez que se
complica su potencia electoral a futuro, incluso controlando instituciones.
Para la oposición el problema es explicar
cómo en el medio de esta crisis y con el agravante de una comparación
desventajosa de Chávez con Maduro, éste pueda mantener una conexión popular que
lleve a casi cuatro de cada diez venezolanos a apoyar su gestión, sin que por
el otro lado nadie haya podido capitalizar su descenso y representar la otra
parte mayoritaria del país. Pero, además, si bien Maduro no está ni cerca de la
popularidad convencional de Chávez, su nivel actual, luego del deterioro, es
equivalente a la popularidad de Obama en Estados Unidos y muy superior a la de
Ollanta Humala en el Perú, con ambas economías creciendo. Controlando el poder,
los recursos, los medios y el sector militar y lejos de un evento electoral, no
luce que Maduro se encuentre realmente amenazado con ese 37%, como no sea por
la propia torpeza de su gobierno en el manejo radical y prepotente de la crisis
económica y la convulsión social. Pero de eso hablaremos más adelante. Ahora
que se desaten los linealpensantes.
Luis Vicente Leon
Luisvleon@gmail.com
@luisvicenteleon
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