(Breve
descripción desde mi experiencia como ex Delegado del Ejército ante el
Ministerio de Defensa-1990- y ex Representante del Jefe del Estado Mayor
General del Ejercito ante el Honorable Congreso de la Nación 1992/1995).
A
modo de introducción resulta legítimo afirmar que son innumerables los
problemas de orden político, estratégico-militar y de adiestramiento que la
conducción de las F.F.A.A. deben enfrentar en tiempo de paz. Esa es la paradoja
del soldado moderno.
Por
ello resulta importante analizar con qué
espíritu el Poder Ejecutivo Nacional ha fijado desde la historia a la fecha (si
las fijó) las bases y los alcances de la organización del brazo armado nacional como así también si las mismas fueron hechas
pensando firmemente en el mediano y largo plazo, para que puedan mantener su
validez por encima de las necesarias innovaciones que deban introducirse en su
orgánica (para evitar disoluciones y/o traslados de unidades de una provincia a otra para volverlas,
después de un tiempo, a la primera, actividad esta que genera y generará, tanto un gasto innecesario al
erario público, como inestabilidad en la familia militar y civil).
Las
reestructuraciones y “reducciones” sistemáticas que tuvieron lugar en las FFAA
tras el advenimiento de la democracia en 1983 hasta la fecha, estuvieron
signadas por un trasfondo innegable de tensiones y de desconfianza mutua que
subsiguieron a las grandes convulsiones históricas -que aún hoy subsisten-
entre las organizaciones militares y los representantes del orden político,
originadas estas, entre otras razones, en el desconocimiento de las diferencias
más que evidentes que existen entre las bases en que se asienta un poder
armado, de uno político, a saber:
1.
La democracia se construye de abajo hacia arriba; él poder militar se erige
exactamente al revés, de arriba hacia abajo, apoyándose en el mando y la
obediencia.
2.
La democracia es esencialmente autodeterminación y responsabilidad propia; la
ley militar es obediencia dentro de una unidad que se rige por ordenes.
3. La conducción política es división del poder
y equilibrio a través del control mutuo; la conducción militar es concentración
del poder y subordinación.
Con
el advenimiento de la democracia, las FFAA fueron configuradas e introducidas
dentro de ese orden democrático preexistente, garantizando la primacía de la
política sobre el sector militar, situación esta que conlleva –se ejerza o no- la dirección política y el
control parlamentario. En ese marco se debió adaptar el alto mando militar para
testimoniar su lealtad al gobierno legitimado por el voto popular.
El
ministro de Defensa o ministro de guerra o como quiera que se lo llame, desde
siempre, ha tenido la responsabilidad primaria ante el Presidente de la Nación
(Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas) de coordinar las políticas de
defensa del Gobierno Nacional; representó y representa, tanto en el marco
nacional como en el internacional, las exigencias de seguridad y de estrategia
militar siendo, obviamente, el responsable de las cuestiones de intervención,
organización y formación para el reclutamiento y el mantenimiento del personal
y material, como también del orden
interno de las FFAA. Dicho de otra forma, el mando militar no puede desempeñar
su poder a través de sus propios comandantes, sino por una orden del Ministro
de Defensa o como resultado de los derechos que fueron delegados por él (la
responsabilidad jamás se delega). De allí el gran peso político que debe poseer
–desde mi interpretación- el Ministro de Defensa.
Aquí
considero necesario hacer una acotación: resulta más que evidente que el
Ministro de Defensa para poder satisfacer las exigencias de su cargo debe
poseer una amplia experiencia política y al mismo tiempo gozar de la confianza
“incondicional” del Presidente de la Nación (Comandante en Jefe de las Fuerzas
Armadas). Precisa poseer capacidad para convencer e imponer criterios en los
enfrentamientos políticos inevitables para obtener los recursos financieros
necesarios, como así también la personalidad y autoridad para imponer su peso y
pericia frente al alto mando militar. Debe estar identificado totalmente con
las exigencias de la defensa para comprender las peculiaridades del terreno
militar y la mentalidad que esa
actividad específica les confiere a los militares, porque el soldado es por su
status, por sus deberes y derechos, algo completamente distinto a un
funcionario. Su deber de obediencia va mucho más allá que la de un funcionario.
La desobediencia en el caso militar, puede significar una falta gravísima.
También la jurisdicción del mando va más allá de las atribuciones de poder de
los funcionarios. Una orden militar, siempre que sirva a fines del servicio, no
atente contra la dignidad de las personas y/o no conduzca en su ejecución a
cometer delitos o faltas, constituye una prescripción de comportamiento
vinculante que exige obediencia como para que, llegado el caso, se deba
arriesgar hasta la vida para su cumplimiento.
Por
lo expuesto, debe inferirse que las críticas sobre los acontecimientos que
hayan tenido lugar dentro de las Fuerzas Armadas, debieran dirigirse, desde
siempre, contra el propio Ministerio de Defensa y/o los distintos integrantes
de las Comisiones de Defensa de las respectivas cámaras legislativas del Congreso
de la Nación y nunca, en forma directa contra los militares, porque lo que pasó
o dejó de pasar, es responsabilidad primaria de la conducción política, de la
cual el militar es un mero y leal ejecutor.
.
¿Algún
referente de la clase política se ha hecho cargo de alguna responsabilidad en
los sucesos del pasado (desde 1810 a la fecha)? ; ¿es que no han tenido y
tienen todos y cada uno de ellos, junto al derecho de inspección, la obligación
de debatir la política de defensa en sus respectivos niveles de conducción
política?.
Mi
experiencia al respecto me permite afirmar que el área de defensa fue
considerada a partir del regreso a la democracia en 1983, como una cartera más
que interesante para ejecutar proyectos con evidentes réditos políticos y/o
económicos (abiertos o encubiertos) y en esto, a pesar de ocasionales opiniones
en contrario, siempre hubo consentimiento en los legisladores integrantes de
las comisiones de defensa, pese a provenir de distintos partidos políticos.
Basta investigar los distintos proyectos parlamentarios presentados durante
esos años (1983/1995).
En
el orden interno, las Fuerzas Armadas debieron configurarse de manera que la
irrenunciable estructura jerárquica y el sistema de mando y obediencia, se
mantuvieran en relación equilibrada con los principios de libertad y dignidad
del individuo.
Las nuevas FFAA fueron políticamente
concebidas para adoptar una actitud estratégica defensiva, su ubicación
política fue determinada por el orden constitucional y jurídico de la
democracia, siendo ahora el servicio militar, un servicio voluntario.
La
complejidad de las nuevas misiones y la necesidad de poder llevar a cabo tareas
más numerosas y diferentes entre si, con recursos humanos y materiales
limitados, ha hecho y hace necesarios profundos cambios organizativos.
La
actividad que debe desarrollarse para evitar la guerra es dura y casi siempre
pasa inadvertida. Prácticamente no hay en ella éxitos visibles, mensurables y/o
espectaculares como no sea el éxito de mantener la paz. Es ESE servicio el que
dignifica al soldado (ciudadano con uniforme) de nuestro tiempo y, solo puede
soportar la tensión que produce ese servicio, si sabe que goza del amplio apoyo
de sus conciudadanos. Si no encuentra ese apoyo, cae en el aislamiento y
adquiere una interpretación incontrolable de su función, llevando una vida
“independiente”, aislado de la sociedad de la cual se nutre.
En
la Argentina moderna, la mayoría de las unidades poseen un grado de apresto
mayor a cero en la escala de valores, pero no llega a ser perfecto, desde mi
punto de vista, ni mucho menos, porque carentes de medios, las unidades no
pueden desarrollar programas de entrenamiento efectivos y los mandos superiores
tampoco pueden asignarles fondos, personal y otros recursos como para ayudar a
lograr las deseadas capacidades, que no son otra cosa que la combinación de las
condiciones del personal, el equipo y el entrenamiento, para poder emplear las
armas en forma disuasiva o coercitiva si fuera menester para el cumplimiento de
su misión.
A
nivel Nacional es el poder político quién debe coordinar las tres expresiones
del poder –militar, económico y psicológico- para aplicarlos para defender los
más altos intereses del Estado. Solo decisiones responsables, puntuales y
valientes del Poder Político, pueden mejorar esta realidad porque el
“instrumento” militar solo puede ser eficaz si está organizado, equipado y
adiestrado en todo momento para poder luchar y estar dispuesto a ello cuando lo
ordene el Poder Ejecutivo Nacional.
Es
cierto que la comprensión mutua va en aumento y
que la casi tradicional desconfianza entre soldados y políticos está en
franca disminución y/o comprensión. De hecho, durante mi gestión en el
Parlamento (la misión impuesta por el J.E.M.G.E
fue la de prestar una amplia colaboración desde el punto de vista
militar a los legisladores del Congreso de la Nación, actividad esta a la que
personalmente no solo creí útil sino, por lo que más adelante expresaré,
fundamentalmente necesaria), numerosos diputados y senadores, de distintas
extracciones políticas sin tener relación con la comisión de defensa, visitaron
distintas unidades militares obteniendo una importante experiencia que les
permitió opinar, ahora con más fundamento, en los grandes debates sobre la
política militar.
En
lo personal, debo sincerarme y expresar la desilusión que me provocó en
aquellos años, tanto el casi nulo conocimiento científico–doctrinario sobre el
tema específico de Defensa Nacional
existente en la casi mayoría de
los legisladores, que ponían en su actividad legislativa más “olfato político”
que idoneidad, como el desinterés legislativo en el tema de defensa, olvidando
muchos de ellos que por la boca negra y redonda del fusil que se vuelca bajo el
certero ojo del tirador, hablan a un mismo tiempo el espíritu de los hacedores
de nuestra patria, la esperanza de un pueblo y la gratitud segura de la mayoría
de las progenies que vendrán.
Lo
expresado en el párrafo anterior, debiera ser un elemento más que suficiente
para incentivar al Estado a formar nuevas elites o “clase dirigente” con una
mejor comprensión de los fenómenos históricos, políticos y sociales que les
permita consensuar, partiendo de la teoría de la pronosticación, un Plan
Estratégico Nacional de Defensa del cual emerja la MISIÓN de las FFAA, como así
también su nueva estructura (si fuese necesario), porque muchas de las que
están, como he dicho, no recibieron la información y mucho menos la
especialización necesaria para ello.
Cuando
un país carece de una clase dirigente calificada (vacío de poder), está
condenado a ser históricamente inferior (y hasta ocupado) por los que si la
tienen; por desgracia, en nuestro caso, la brecha cívico - militar más
conflictiva es la que separa hoy a las Fuerzas Armadas de la Universidad.
Los
permanentes y traumáticos cambios practicados casi sistemáticamente en la
conducción de las Fuerzas Armadas por parte del poder político, teniendo en cuenta la experiencia histórica
en las que como brazo armado supimos destruir una monarquía, fuimos
republicanos, ora unitarios, ora federales, dictadores, represores y chivo expiatorio
de cuanto mal padeció el país y, convencido de que cuando un astro sale de su
órbita lo traspasa todo, me permití
sugerir al entonces Jefe del Estado Mayor General del Ejército para que
mantuviera una cierta equidistancia política que garantizara la continuidad de
la cúpula militar de las Fuerzas Armadas ante un supuesto cambio de gobierno,
no obstante reconocer que podía resultar muy útil hacer visible al público la
concordancia de opinión entre la conducción política y la militar en las cuestiones
fundamentales de la defensa. La historia política institucional argentina me
hacía intuir que esa exposición, podría significar una nueva sangría en la
cúpula militar. ¿ ME EQUIVOQUÉ?.
Hugo
Cesar Renes
hcr1942@yahoo.com.ar
@hcr1942
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