En
un mundo en que se consolidan y/o emergen nuevos jugadores globales, como
Brasil, México y la India, EEUU y Europa
han venido adelantando de manera muy discreta, en el último año, negociaciones
sobre un tratado de libre comercio (Transatlantic Trade and Investment
Partnership-TTIP) cuyo espacio geográfico alberga hoy más de 820 millones de
consumidores, representa la mitad el PIB mundial y es un tercio del intercambio
comercio mundial.
Hemos
referido en otra ocasión que los norteamericanos han lanzado varias iniciativas
comerciales de gran significación en años recientes. Después de que Brasil,
Argentina y Venezuela, principalmente, torpedearon en la década pasada el
proyecto ALCA, EEUU suscribió con varios países del Hemisferio TLCs
bilaterales, y ha impulsado una propuesta hacia el Pacífico denominada Acuerdo
de Asociación Económica Estratégica Transpacífica.
Por
su parte, la UE firmaría, al fin, un acuerdo comercial con Mercosur para
comienzos del año entrante y está en tratativas con Perú a los mismos fines.
EEUU
prácticamente salió de la crisis desencadenada en 2008, y los europeos, en
general, aun siguen en ella, pero viendo ya la luz al final del tunel. Éstos
han estado ejecutando una serie de medidas en el ámbito financiero y bancario
que enderecen la situación hacia una recuperación económica del bloque. Pero
las políticas de austeridad fiscal han golpeado a la población.
Según
el FMI, EEUU crecerá este año 2,8 % y la zona Euro 1,2 %. En The Economist se habla de que la
volatilidad de la economía y los mercados comienza a desaparecer.
Sin
embargo, en lo estrictamente comercial, y más allá de las vicisitudes políticas
que generan los recientes acontecimientos al este de Europa, en los días que
corren se reactivaron las conversaciones entre los dos grandes socios
atlánticos, y se espera que para el año venidero se concluyan.
Como
ocurre siempre en estos casos, y sobre todo con el auge de los movimientos
nacionalistas antiglobalización, la izquierda radical, los euroescépticos y los
ecologistas, los cuestionamientos a los contenidos eventuales del acuerdo
comercial no se han hecho esperar. Se ha criticado la opacidad en las
tratativas, a lo que ha respondido la Comisión Europea diciendo que la
confidencialidad es necesaria, toda vez que así no se debilitaría la posición
europea en las discusiones y se protegería a los intereses europeos,
conservando oportunidades de obtener un resultado satisfactorio.
Los
aspectos más importantes serían la eliminación de tarifas arancelarias, la
armonización de las normativas y el establecimiento de un mecanismo de solución
de diferencias entre empresas y Estados. Lo usual en este tipo de convenios.
No
obstante, estos temas siempre comportan puntos polémicos que van de lo
puramente crematístico, pasando por lo jurisdiccional, hasta lo cultural.
El
tema de la solución de diferencias a través de entes arbitrales distintos a las
instancias jurisdiccionales nacionales es motivo de debate. Se impugna lo que
llaman “la deslocalización de la justicia”, lo que implicaría una cesión de soberanía,
según los que formulan estas objeciones. Hacer caso a éstos pruritos
soberanistas absurdos significaría desaprovechar una institución moderna,
eficaz, práctica, técnicamente solvente, menos costosa y autónoma para dirimir
los conflictos comerciales.
El
tema de los transgénicos y el tratamiento de algunos alimentos es también
motivo de discusión. Las consecuencias respecto del empleo a ambos lados del
atlántico es otra materia en la que se enfrentan visiones contrapuestas. Lucen
más fundamentadas las que señalan que tal efecto será más bien positivo.
Con
todas las dificultades y controversias alrededor de los asuntos mencionados, en
la suscripción del acuerdo la última palabra la tendrán los Estados de manera
individual así como la representación parlamentaria europea, y en este ámbito
la dinámica política al interior de cada país influirá en el resultado. Las
elecciones del próximo fin de semana se revelan complicadas por el auge que ha
tomado el populismo ultranacionalista, xenófobo y antieuropeísta. No son pocos
los movimientos políticos que atacan a la Unión atribuyéndole la culpa de las
dificultades económicas recientes. En
esta ocasión el presidente de la
Comisión Europea será electo por vez primera. 400 millones de ciudadanos podrán
votar, a pesar de que algunos esperan una alta abstención. Es posible que se
fortalezcan los sectores anti-Europa unida, lo cual sería un retroceso.
No
obstante, la firma del acuerdo comentado, sin duda, será de enorme
trascendencia para el entorno global. No deja de tener, igualmente, contenidos
políticos y geopolíticos, más allá de los actores principales en esta
negociación.
Emilio
Nouel V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com
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