En su mensaje con
ocasión del Día del Trabajo, el Papa Francisco ratificó la vieja posición de la
Iglesia Católica en el sentido de que el sistema económico mundial, el cual es
el capitalismo, debe modificarse con la finalidad de que se respetan dos valores
esenciales, la dignidad del ser humano y el bien común.
La gente se ha
acostumbrado a pensar que todo lo que dice o hace la Iglesia se relaciona con
la religión, y dentro de ésta con el amor al prójimo como vía para la vida
eterna, y si bien ese es su fin esencial, no se puede perder de vista que para
la Iglesia también es muy necesaria la calidad de vida del hombre,
principalmente la de los trabajadores, y muy especialmente la de los pobres.
Por eso plantea que el sistema se debe corregir con justicia para que sea capaz
de generar empleos, los cuales son la base de la dignidad del hombre, y que el
dinero deje de ser el eje del sistema.
Durante ya bastante
tiempo se ha planteado la reforma del capitalismo, no su eliminación. No se
acepta que el trabajo sea el único factor creador de valor, como
equivocadamente lo planteó Marx y lo impusieron los soviéticos, pero si, como
lo reclamó Juan Pablo II, que el trabajo no es una mera mercancía, que
participa en la creación de valor y que merece una consecuencialmente justa
remuneración. La empresa debe seguir invirtiendo y produciendo, y generando
empleos, pero reconociendo la impostergable necesidad de reducir a niveles
comprensibles y aceptables la desigualdad y la pobreza.
En el plano
internacional, se tiene que regularizar la situación conflictiva relacionada
con los movimientos migratorios y la supuesta libertad de movimientos de
personas que significan la integración y
la globalización. Por otro lado, el bien común es indudablemente la naturaleza,
la cual no solo debe sustentar nuestra existencia, sino sobre todo la de las
generaciones futuras, y esto exige enfrentar con responsabilidad el cambio
climático y derrotarlo.
La humanidad no debe
seguir enviando CO2 y otros GEI a la atmósfera porque terminará por hundir al
planeta bajo las aguas de los océanos. No se trata de detener la actividad
económica y la producción, porque la humanidad no se puede quedar sin los
productos que satisfacen sus necesidades, sino de reducir la utilización de
energía fósil, como el petróleo, y aumentar la utilización de fuentes no
fósiles, y también compensar con acciones como la reforestación, que
contrarrestan la emisión de GEI a la atmósfera.
También aquí se
aprecia la necesidad de cambiar el balance de poder, de forma que se reduzca la
preponderancia del poder de los grandes capitales, principales responsables del
cambio climático, y por ende de la muy pesada y muy interesada influencia que
ejercen sobre los gobiernos, y también el de estos últimos, el poder de los
grandes gobernantes, y se incremente en la medida debida el poder del
ciudadano. Se pueden citar dos casos que ejemplifican los cambios de poder que
se exigen.
Por un lado, que
Estados Unidos y China suscriban el Protocolo de Kyoto, que acepten el
compromiso de reducir la emisión de GEI y combatir el cambio climático. Por
otro lado, que Estados Unidos y otros países reconozcan la Corte Penal
Internacional encargada de sancionar a los culpables de los grandes delitos
contra derechos humanos. La humanidad necesita un orden mundial dentro del cual
se garantice la justicia y la igualdad a escala internacional, y que en el
orden nacional, el estado deje de ser omnipotente y cumpla la misión que se le
encomendó, servir a la sociedad.
Douglas Jatem
djatem@gmail.com
@djatemv
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