La gran condición humana de Jaime Lusinchi fue conocida y reconocida por los venezolanos, fuesen o no afines a su posición política. Se ganaba a la gente con la calidez de su trato, con su sencillez, con su cordialidad contagiosa, con su agraciada simpatía. Pudo decir, con toda propiedad, el 2 de febrero de 1984, al tomar posesión de la Presidencia de la República en el Congreso Nacional, que:
“llego en paz conmigo mismo, sin que en mi conciencia de ciudadano y de magistrado haya campo para la ruin tarea de convertir la más alta posición que da la patria en instrumento de retaliaciones”. En esa ocasión señaló que “se instala el odio en el poder” cuando los políticos que triunfan quedan con huellas y resentimientos de conflictos vividos anteriormente que “los convierten en acreedores eternos de pequeñas cuentas”.
Dijo una verdad que Venezuela bien (o mal) conoce.
La
textura temperamental que lo adornó lo hizo un ser humano siempre dispuesto a
la conciliación y la concordia. Ese talante suyo no fue obstáculo para los
ejercicios de la firmeza, cuando ésta era necesaria, especialmente si estaba al
frente de una responsabilidad colectiva. Así ocurrió en los días de agosto de
1987 con motivo de la incursión de la corbeta colombiana Caldas en aguas del
Golfo de Venezuela. Sin estridencias, sin alardes de oportunismo patriotero,
supo combinar la vía diplomática con la posibilidad del uso de la fuerza para
hacer respetar la soberanía nacional. Ratificó que se consideraría como “barco
invasor” al que navegara en el Golfo al sur de la línea de prolongación de la
frontera terrestre. No ordenó acciones alocadas, que a veces tampoco se
cumplen, sino que se reunió con el Alto Mando Militar y consultó las acciones a
tomar con los líderes de todos los partidos políticos, del sector empresarial,
y del movimiento sindical. No desdeñó las ofertas de mediación de la OEA y del
entonces presidente de Argentina, Raúl Alfonsín, sin perjuicio que a la vez la Armada Venezolana y aviones de
caza F-16 se desplazaran hacia el Golfo, en el marco de la mayor operación
militar del país. Quedaron a salvo la dignidad nacional y la amistad con
Colombia.
De
la trayectoria política de Jaime y de su
obra gubernamental hablé en las palabras
que pronuncié en la Iglesia del Cementerio del Este durante sus exequias. En
este artículo quise referirme a su calidad humana.
Como
si presintiera lo que en este momento pasa en Venezuela, advirtió en su último
Mensaje al Congreso Nacional:
“La democracia no se conquista para siempre. La igualdad no se conquista para siempre, La libertad no se conquista para siempre. Democracia, igualdad, libertad son como el pan de cada día que tenemos que ganárnoslo con el sudor de nuestra frente, dicho sea con voz del común”.
La
advertencia ha cobrado actualidad y está siendo recogida por los estudiantes, a
la vanguardia del pueblo.
Carlos
Canache Mata
canachemata@gmail.com
@CarlosCanacheMa
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