ENCALLA
BARCO PIRATA
La
gigantesca carabela, al mando del timonel Nicolás Maduro, ha encallado sin
remedio. De tanto meter marcha y sobremarcha, se hunde en la arena: no era su
destino pero es su maldición. Como un gigantesco cetáceo, el régimen yace
paralizado por su propio peso, sin moverse y sin morirse. Respira, sí; se oye a
kilómetros el resoplido, pero es un jadeo exhausto; a ratos estertor y a ratos,
suspiro.
Los
veterinarios pueden diferir, unos asegurar que el bichajo está medio muerto y
otros que está medio vivo. Alguien diría: si no está muerto es porque está
vivo. En realidad, como el gato de Schrödinger, está vivo y muerto al mismo
tiempo, sólo se sabrá su estado definitivo al observarlo más de cerca; al
saberse más de sus jefes y de los movimientos de la mano larga, diestra y
babosa de la familia Castro.
El régimen no puede moverse hacia ninguna parte. Ha perdido toda legitimidad: la que deriva de proclamaciones de la oposición desde que Capriles afirmó que Maduro había cometido fraude, y la que brota desde las propias entrañas tumefactas del régimen. Opositores y chavistas en su mayoría y aunque no muevan un dedo, han despojado de alma al cachalote encallado. Creen que este bochinche debe cesar, por exhausto, perturbador y agotado. No se trata de análisis político sino de un estado social que envuelve a Maduro, quien despide la sensación de estar allí de manera momentánea y contagia la idea de que no encuentra cómo salirse del brollo.
Los
opositores, salvo un sector, están entre la idea de que debe renunciar o que
debe convocarse a algún mecanismo electoral de sustitución, sin dejar de
existir los que añoran que alguien como Chávez en 1992 los despierte una
madrugada a cañonazos con la noticia de que va a salvarlos. Lo curioso es que
dentro del chavismo, salvo un sector, hay un proceso similar. Se piensa que
Nicolás es incompetente y debe irse, sea para entregarle el poder a Diosdado
Cabello, a Miguel Rodríguez Torres o a Vielma Mora; o sea a José V. Rangel,
nombre que aparece dentro del chavismo de orilla cada vez que se habla de
transición, porque según sus amigos más cercanos muestra preocupación por el
rumbo que lleva el país y admite la necesidad de un cambio que no sea
capitalizado por "la ultraderecha" (nombre-código para mencionar a la
oposición.) También hay preocupación en el ámbito militar. Oficiales rojos o
azules que no saben qué hacer: ni quieren ser golpistas, ni quieren ser cómplices,
ni quieren ser represores; buscan un rol que no encuentran. El ánimo nacional
en ambas orillas es el de la transición.
La
lucha iniciada el 12 de febrero con la manifestación estudiantil de Caracas es
el ambiente lleno de toxicidad lacrimógena, perdigones, enjuiciamientos,
cárceles, torturas y balazos francos, que ha acelerado la conciencia de que
esto debe cambiar. Ya es común conversar con un chavista, incluidos los de uña
en el rabo, que dicen que sí, que lamentablemente Chávez se equivocó, que
fulano o mengano lo habría hecho mejor. Ellos también buscan la salida.
ENCALLADO
Y ENCANALLADO.
Este
narrador insiste en la idea de que no es un problema de juristas, políticos y
analistas lo que determina la temperatura gélida del régimen; no es una opinión
del cuello hacia arriba, sino una sensación del estómago hacia abajo: este
gobierno, así, no sirve más.
No
es la primera vez que pasa en el mundo. Hay que recordar que ese inmenso
demócrata que fue Raúl Alfonsín, presidente de la Argentina después de 7 años
de crimen continuo de los militares genocidas, llegó en medio del clamor de las
multitudes y tuvo que renunciar a su Presidencia seis meses antes de terminar
su período. Acabaron con su gobierno una inflación rampante y dos alzamientos,
derrotados sí, pero que terminaron de minar sus bases. También se puede citar
el caso de Carlos Andrés Pérez quien después de los golpes, de la conspiración
que incluyó a los "notables", del Caracazo antes, y con extenso
descontento popular, a pesar de que la economía crecía a ritmos elevados en
términos mundiales, vio desinflar todo su capital político, aunque siguió en el
cargo hasta que la Corte Suprema de Justicia hizo caer la guillotina.
Estos
personajes continuaron en la Presidencia por un tiempo que fue más allá de
agotado su poder, pero la historia lo que hizo fue tramitar su salida, a través
de mecanismos siempre inéditos y siempre traumáticos. ¿Quieren más casos? Allí
están Gonzalo Sánchez de Lozada en Bolivia; Jamil Mahuad, Abdalá Bucaram y
Lucio Gutiérrez en Ecuador; Alberto Fujimori en Perú; Jorge Serrano Elías en
Guatemala; maratonistas que se agotaron antes de la meta.
En
varios de esos casos se apeló inicialmente a la represión para contener a los
descontentos, con frecuencia los jóvenes y "los radicales", pero cuando
la fatiga de un régimen es estructural la represión, como una droga poderosa,
prolonga y hasta aguijonea el cuerpo desfallecido y mórbido pero contribuye a
debilitar aún más sus fuerzas vitales.
YERROS
DE DIAGNÓSTICO.
El
Gobierno anda en un juego político. Su propósito tiene dos objetivos: acabar
con la protesta y debilitar a la oposición. Lo primero a punta de fusil y de
tribunales; lo segundo, con dos elementos: aislar a "los radicales" y
entenderse con "los moderados". Lo que se sabe de los "operadores"
rojos es que quieren seducir a los segundos con varias ofertas (¡ojo! lo que no
indica que haya disposición de aceptarlas por parte de este sector opositor; es
lo que el gobierno piensa): un rector y su suplente en el CNE, varios
magistrados del TSJ, libertad de algunos presos políticos humillados hasta la
exasperación y regreso selectivo de exiliados, participación en comisiones de
negociación, y apartamiento de "radicales", mediante la tesis del
necesario deslinde.
El
propósito de aislar a Leopoldo López, María Corina Machado, Antonio Ledezma,
así como a los dirigentes estudiantiles no vinculados a "los
moderados", tiene como eje la acusación de que ellos serían los
responsables de las muertes desde el 12 de febrero. Tesis miserable que algunos
repiten sobre la base de que "la salida" habría sido la promotora de
esos crímenes; por cierto, el mismo tipo de acusación que el Gobierno le ha
hecho a Henrique Capriles por las muertes ocurridas del 14 al 16 de abril de
2013, al haber denunciado el fraude electoral. Obviamente, Capriles no fue
responsable de esas muertes, como "la salida" no lo es de las de
estos meses; pero resulta curioso que la oposición unida defienda a Capriles de
esta perversa acusación -como es su deber-, mientras ahora algunos opositores
se hacen eco de las acusaciones que los voceros rojos hacen en contra de López
y Machado.
La transición que viene tendrá de todo un poco: habrá una mezcla para todos los gustos y todos los disgustos. La realidad irreductible a meterse en el cajón de un análisis.
Carlos
Blanco G.
@carlosblancog
www.tiempodepalabra.com
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