Las
complicaciones sociales que sacuden el país no dan para respuestas irritadas,
que con tan buenas razones han hecho carne en la gran mayoría. Se habla de
ingobernabilidad.
El gobierno no sale del drama que lo hunde. Pero de una frase
como esa tendríamos que extraer con sesera fría las lógicas consecuencias. Las
pasiones intensas alientan grandes causas pero si en ciertos momentos no se las
controla pueden ser contraproducentes. Si la crisis que soportamos es tan
profunda como indican las cifras y sienten bolsillos y estómagos, sus
manifestaciones deben presentarse en muchos y variados escenarios.
Aunque
provengan de la misma causa no pueden ser enfrentadas con la misma y única
receta. Es lo que hace tan necesaria una dirección democrática capaz de
racionalizar la respuesta, graduarla, situarla en el escenario correspondiente
y apoyarse siempre en la Constitución.
A
veces subestimamos -subestiman, debería decir porque ya no tengo
responsabilidades de liderazgo- decisiones ambiguas pero sumamente importantes
como el discutido diálogo, y en esa medida poco se hace para aprovecharlo hasta
sus últimas posibilidades. Peor todavía es presentarlo como una “trampa del
gobierno” que la incauta oposición aceptaría sin más. Como creo que estas
observaciones críticas han sido bien aclaradas, la idea misma de dialogar –en
los términos como se ha presentado- es un instrumento de la democracia y no de
la autocracia, no importa que de cara a UNASUR, el Vaticano y la conmovida
opinión internacional, el gobierno insista en que es la alternativa democrática
la que quiere levantarse de la mesa.
Y
ese hecho es fundamental. El gobierno está allí por cuando menos cinco motivos:
1) la presión del país 2) la de los Estados hemisféricos 3) la mala opinión que
el mundo se ha formado sobre sus violaciones a los derechos humanos 4) la
heroica lucha de estudiantes y vecinos, difundidas pormenorizadamente por las
redes sociales, 5) y último pero no por eso menos importante, porque ha
comprendido que si no abre la economía y busca algún tipo de entendimiento con
la oposición, terminará sentado en la lona.
La
oposición, en cambio, tiene todas las razones del mundo para dialogar sin dejar
de defenderse de las agresiones y amenazas en todos los espacios. Es un canal
de expresión del descontento, lo que le ofrece una responsabilidad que debe
saber ejercer, sin aventuras, sin salirse de la Constitución y sin olvidar que
en las condiciones de hoy es de la otra acera que se esperan concesiones. La
raíz de la crisis está en la gestión gubernamental, en los presos políticos, la
represión, la imposición de una educación uniforme, sectaria y de pensamiento
único, los colectivos armados e impunes, la agonía de la economía industrial y
agrícola, las deplorables políticas monetarias y cambiarias y la chapucera
estrategia energética. Todo eso debe ser cambiado y es el gobierno quien debe
hacerlo.
Se
entiende que se sienta incómodo, atrapado, amenazado por sus violentas
contradicciones internas, y por eso, después de las dos primeras reuniones,
haya tomado la decisión de debilitar el diálogo, tratando de no pagar el costo
de rechazarlo. El punto es saber quién se levanta primero. Si la oposición, que
no tiene razón para hacerlo, o el gobierno que, resistiéndose a prodigar las
concesiones elementales que se esperan de él, quisiera que la coz a la mesa se
la propinara la delegación opositora y no la oficialista. Espera salirse del
paquete sin perder terreno frente a los facilitadores internacionales, para lo
cual le ha dado por provocar a la oposición, acusándola de fantasiosos
atentados terroristas y golpes de estado que nadie ve.
Estoy
seguro que la alternativa democrática no caerá en la trampa, no se retirará del
diálogo, y en cambio desmantelará la chapucería de los angustiados voceros
oficiales. No le costará mucho porque, aparte de frases escandalosas, insisten
nuevamente en no aportar pruebas y ni siquiera indicios creíbles.
Pero
es sintomático que en lugar de negociar en serio, los voceros oficialistas
traten de ocultar debajo de una alfombra brutalmente calumniosa el drama
económico-social que han provocado. Esperan sin duda que el diálogo no siga
avanzando y quisieran cuando menos enturbiar responsabilidades. Es ciertamente
incómodo colocarse en el papel de decir siempre “no” a demandas razonables como
la libertad de los presos políticos, para mencionar una bien emblemática.
Para
reforzar su endeble posición, acusan a la oposición de querer levantarse de la
mesa. Sobrestimando su capacidad de intimidar, claman: -¡Si no quieren diálogo,
que se retiren de una vez!
Como
es natural, no hubo respuesta de la acera democrática, no le pararon bola al
hombre. La tranquilidad y cierto desdén pueden ser más efectivos que un
concierto de gritos. Quien se siente seguro y con verdades en el puño no
necesita valerse de alaridos.
Insatisfechos,
aprovechar el despreciable crimen de Eliécer Otaiza para romper el clima de
diálogo. Habían declarado que el homicidio sería uno más de los que diariamente
comete el hampa, pero ahora lo envuelven en el fabuloso golpe dirigido por
Uribe, Vicente Fox y por supuesto “el imperio”. Acompañan la extravagancia con
una lista de nombres de opositores, dictada por su infinita capacidad de odio,
solo para proporcionar una imposible veracidad. Chapuceros al fin, no piensan
que las atropelladas acusaciones deberían sustentarse en documentos, gráficas,
videos, delatores. Pero nada, nada de nada. Esas calumnias alimentan el brazo
represivo. Es lo usual. Es el la ominosa sinrazón totalitaria. Aquella que dice
francamente: sin dictadura no hay revolución.
Americo
Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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