viernes, 18 de abril de 2014

HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA, POSDIÁLOGO, COMO LO VEO YO, SESQUIPEDALIA

PRIMERO.

CORRER LA ARRUGA
Si algo tiene que tener claro todo el mundo, después del encuentro de hace algunos días entre el régimen y una parte de quienes se le oponen es que este lo que busca es poner en escena una estratagema bifronte muy frecuente en los rojos: por un lado, intentar correr la arruga hasta que el transcurrir del tiempo les permita regresar sobre sus pasos y seguir en su empecinamiento de llevar a los venezolanos a un socialismo real (pero disfrazado a la moda del siglo XXI) a pesar de que abundan los ejemplos de que esa vaina no funciona; y, por el otro, tratar de lavarse la cara y las manos ante la escena internacional: “¿Se fijan?, nosotros haciendo todo lo posible para fomentar, con el diálogo, la paz en nuestra patria y ellos, cuerda de malagradecidos, empecinados en tirar la burra pa’l monte”.  Pero la jugada fue descubierta por tirios y troyanos desde el mismo “vamos a darle”. 

Señales de eso abundaron: la ventaja de estar 13 a 11 en la mesa, el abuso discursivo del nortesantandereano al usar una hora del tiempo para repetir sus mentecateces de siempre, la “viveza” del vice al emplear su posición como moderador para tratar de enmendarles la plana a los dirigentes de la oposición.  Pero, por sobre todo, la selección de una media docena de pendencieros habituales que sufren de escaras mentales para conformar su delegación es signo claro de que no se quiere llegar a ninguna parte.  Cómo será de cierto que, en comparación, Jaua, el más rojo de todos ellos, pareció  un hábil diplomático.  Ni Ojitos Lindos, ni la Eckaut, ni Jorgito, ni Aristóbulo tenían lugar en esa mesa si lo que se buscaba era solucionar el statu quo.  Queda la duda, claro, si fue que estos se le impusieron a quien detenta la presidencia.  Mención aparte merece el tupamaro; ese impresentable estaba más fuera de lugar que un que un chorizo en una ensalada de frutas.  Porque no tenía nada que aportar, ni la moral para hablar de avenencia y conciliación, ni —mucho menos— sugerir un Nobel de la paz para quien desde muy antiguo lo que ha hecho es buscar pendencia.

SEGUNDO.

Faltaron materias en la agenda.  Menciono dos solamente.

En principio, es urgente que se converse sobre la injerencia indebida de cubanos en lugares claves de las grandes y graves decisiones nacionales.  Mientras los cubiches sigan tomando las decisiones  y ordenando en lo referido a identificación, defensa, policía, registro y educación (por mencionar solo unos pocos) no tendremos la tan cacareada soberanía.  Tengo muchos amigos de esa nacionalidad; unos que llegaron huidos en los sesenta y otros que salieron recientemente aprovechándose de la nueva ley.  Ellos tienen que entender que nosotros nos sentimos ante los enviados por los Castro, como sus bisabuelos mambises veían a los soldados españoles enviados por la metrópoli para agotar las riquezas del país, someter a los naturales y mantener los obscenos privilegios de los jerarcas colonizadores.  Esa gente tiene que salir, y pronto, para que Venezuela deje de ser una provincia más de Cuba, como Santa Clara o Pinar del Río.

Luego —y tan importante como el punto anterior— está lo de la necesidad de reinstitucionalizar a las Fuerzas Armadas.  En ese aspecto, me uno a Rocío Sanmiguel y a otros para señalar que era primordial asomar, por lo menos, el tema de la partidización que se ha hecho —contrariando, una vez más a la Constitución— del estamento militar.  Es obsceno, por decir lo menos, el comportamiento de las personas que conforman los altos mandos.  De seguro que fueron escogidos para esos cargos por eso precisamente: porque, de cara a sus intereses individuales, necesitan demostrar personalidad de ciclista: por arriba, cabeza gacha; por debajo, ¡pata con ellos!

¡Y cómo abundan!  No tengo acceso al escalafón oficial, pero los números que andan por ahí señalan que pasan de 1600 los generales y almirantes activos.  En mis tiempos, 12-14 de dos soles y 110-120 de uno bastábamos para mandar las Fuerzas Armadas. Hoy son tantos que algunos, sin pena alguna, aceptan cargos que eran para tenientes coroneles.  Doy algunas estadísticas, para comparar: Rusia, que tiene unos 150 millones de habitantes —de los cuales, 1,2 millones son su pie de fuerza—, llega a 850 oficiales de insignia; Estados Unidos, con más de 300 millones de habitantes y 1,3 millones en contingente, no puede tener, por orden del Congreso —porque allá sí se le pone checks and balances al Ejecutivo— más de 877 estrellados (soleados, diríamos aquí) entre Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Marines.  Con un añadido: por ley, los de cuatro estrellas no pueden ser más de veinte. Y esos grados son temporales: duran mientras la persona está en un cargo que exige ese rango; al salir de él —para otro destino o para el retiro— regresan a las tres estrellas que tenían antes.

Alguien, con fortuna, explicó que, antes, para ser general se tenía que tener currículo; y que ahora pareciera que lo necesario es tener prontuario.  En verdad, son varios los que han sido sindicados —dentro y fuera de nuestras fronteras— como presuntos comitentes de delitos.  El gobierno que deba reemplazar al régimen actual tiene que tomar medidas muy serias en la despolitización del ente armado.  Los mandatarios actuales tampoco debieran soslayar esa tarea y ser los que acometiesen esa tarea.  Pero les da físico culillo…

Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt

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