En la
América Latina, principalmente en Colombia y Venezuela, se ha abierto un
importante debate que definirá, en el tiempo, la verdadera orientación
democrática de nuestros regímenes políticos. En todas las constituciones
liberales se establece un principio fundamental: la soberanía se origina en el
pueblo.
Las
primeras medidas orientadas a ese fin fueron las inhabilitaciones políticas de
Leopoldo López, en su aspiración de ser candidato a la alcaldía mayor de
Caracas y de Piedad Córdoba, senadora
colombiana. En el primer caso, se aplicó el artículo 105 de la Ley de la
Contraloría General de la Republica para inhabilitarlo por 15 años para ejercer
cargos públicos, sin considerar el
principio constitucional que establece:
los derechos políticos sólo pueden limitarse mediante sentencia firme de
un tribunal competente, ratificado por el artículo 23 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos. En el segundo caso, se inhabilitó a Piedad
Córdoba por considerar que se había extralimitado en sus funciones como mediadora en el proceso
de paz, pero no se respetaron las
normas de la Convención Americana sobre
derechos humanos, de la cual Colombia es
signataria.
En la
actualidad, la inhabilitación de Gustavo Petro, alcalde de Bogotá, es preocupante.
La decisión del Procurador General de la República de Colombia que lo declaró
“disciplinariamente responsable por irregularidades en la prestación del
servicio público de aseo” no consideró, igual que en caso anterior, el
contenido de la Convención Americana sobre derechos humanos, que establece que
un Estado solamente puede suspender o privar a una persona de sus derechos
políticos mediante una sentencia
totalmente firme después de un proceso
judicial. La decisión del presidente Santos de designar al doctor Rafael Pardo,
al aceptar la decisión del Procurador, debilita de manera importante el voto
popular y compromete las posibilidades reales del diálogo con las FARC.
Lamentablemente, los intereses políticos
se imponen sobre los principios democráticos.
En
Venezuela, la inhabilitación de la diputada María Corina Machado y los alcaldes
de oposición, Daniel Ceballos de San Cristóbal y Enzo Scarano de San Diego,
ratifica de nuevo el control que el poder Ejecutivo ejerce plenamente sobre los
demás poderes públicos. Todos recordamos los casos de los diputados María
Aranguren y Richard Mardo. Nuestra Constitución
tiene una marcada orientación democrática, pero el régimen utiliza
distintas argucias para imponer un férreo control totalitario sobre nuestra
sociedad. Uno de esos caminos es la criminalización de la protesta. De esta
forma, el régimen buscará impedir, por todos los medios, que la oposición
democrática logre mantener viva su acción ante la desastrosa gestión de
gobierno. Las inhabilitaciones van a continuar. Eso hay que saberlo.
No podemos
tener miedo… El único camino posible es fortalecer las permanentes protestas
populares.
Fernando Ochoa Antich
fochoaantich@gmail.com
@FOchoaAntich
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