¿A quién
representa Piedad Córdoba que no obstante haber perdido su investidura y estar
inhabilitada por 18 años para ejercer cargos públicos, es atendida por el
presidente Santos como si se tratara de una autoridad política?
“¡Ah, es que es una líder
social indiscutible!”, responderán sus seguidores, que los tiene en la Marcha
Patriótica, y que saben hacerse sentir, a pesar de su débil representatividad.
Ellos saben que legalmente al estado y al
gobierno colombiano les es imposible burlar las disposiciones de la Corte Penal
Internacional y la vigente constitución nacional. Su única tabla de salvación
para salir bien librados de la firma de un acuerdo sería a través de una
asamblea nacional constituyente que, en nombre de toda la población, le diga al
mundo que en aras de la paz se justifica el perdón absoluto sobre
crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos por las FARC y se les
reconozca, de facto, una porción del poder.
No la tiene fácil este gobierno que, aunque
de diversas maneras ha reiterado su disposición a firmar una paz con impunidad
y con todo tipo de concesiones a las guerrillas, no ha encontrado respaldo ni
en todos los partidos y tendencias políticas ni entre la inmensa mayoría de
colombianos, para dar ese paso.
Este gobierno no quiere entender que un
acuerdo de paz requiere de un gran consenso nacional con las fuerza políticas
que se han mantenido leales a la institucionalidad. Para decirlo en el estilo
del presidente, “ese tal consenso” no existe.
Es por eso que desde La Habana se lanzan
globos de ensayo para tratar de meter por la puerta de atrás y con un discurso
que expresa el falso dilema “quiere Usted la paz o no la quiere” otra cosa muy
diferente a la paz. Si damos crédito a lo que expresó Santos unos días atrás,
en el sentido de que la paz “comienza” después de la firma del acuerdo en La
Habana, cabe preguntar entonces, ¿qué es lo que van a acordar al cabo de 18 o
24 meses de conversaciones? La respuesta es que allá firmarán la convocatoria
de una asamblea constituyente.
Es una concesión mayúscula a una guerrilla
que continúa cometiendo crímenes de guerra como el asesinato a garrote de los
dos miembros de la policía nacional en el sur del país. Si el gobierno de
Santos, en su afán de hacerse reelegir y alcanzar la gloria de la paz, pisotea
las reglas del juego electoral forzando una votación plebiscitaria con esa
pregunta, a todas luces tramposa, y si luego, confiando en un resultado
positivo convoca una asamblea constituyente, no hay duda que estaría sembrando
la semillas de una nueva violencia pues estaría poniendo en alto riesgo el futuro
del país.
Lo advierte con claridad y sin ningún sesgo
el editorial de El Espectador el día de ayer, al considerar que una
constituyente, significa, en las circunstancias actuales, abrir las puertas a
la incertidumbre y al vacío.
Es que el precio de la paz no puede
llevarnos a jugarnos el todo por el todo, como si estuviéramos jugando póker, y
al borde de la ruina, apostáramos los restos.
Queremos la paz con las guerrillas, es
aceptable la idea de que no habrá justicia completa, nadie ha dicho, como
increpó Santos a sus críticos, que hay que matar hasta el último guerrillero,
no se está proponiendo penas perpetuas. Pero, el brazo generoso de la sociedad
no puede llegar hasta el punto de poner en riesgo las instituciones.
Pero, si hemos sido críticos con una paz
impune, sin castigo y sin entrega de armas, con mayor razón habrá que oponerse
al esperpento que propuso la exsenadora Córdoba, es decir, a que se utilice,
abusivamente, el acto electoral más importante de la ciudadanía, la elección
del presidente de la República, para darle salida a acuerdos que ni siquiera se
han firmado y que de firmarse no tienen por qué remitirnos a un acto
fundacional, a algo así como empezar de cero.
Darío Acevedo Carmona
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