La política es ciencia imperfecta porque
es la pasión más humana de todas; tan tenaz como el sexo. Su verdadero drama no
reside en el convulso mar de las estadísticas. Se ha dicho que es un arte tal
vez por protegerla, y coincido sea así en la medida en que requiere de pulsión,
creatividad, sudor y a veces lágrimas. No es deporte tampoco aunque involucre
de gimnasia constante; caer y levantarse. Aquellos que la asumen como
forma de vida, suelen ser obsesivos y a veces su necesaria determinación y empuje
los hace difíciles de comprender, por lo rayano en terquedad, porfía y casi
testarudez.
La política es también la actividad
social más hermosa inventada hasta ahora por el hombre, sin la cual, fuego,
rueda, electricidad o la computadora, no tendrían el esplendor y la magnitud
que tanto se merecen. Pudiéramos compararla también con el amor, el arte o el
deporte, en lo que están emparentadas y tienen en común, que es no esperar nada
a cambio más que alcanzar la gloria que es ilusión desmedida y fugaz al mismo
tiempo.
La política pretende la superación de la guerra por otros medios. Lo militar, lo jurídico y lo religioso son tres muletas con las que se ayuda para atravesar el torbellino inestable de la realidad. La diplomacia, ella, es su soporte más sutil, culto y civilizado. La política es actividad noble que deben llevar a cabo los ciudadanos a través de partidos políticos y de otras organizaciones intermedias, a pesar de que los primeros no existan o estén en bancarrota pasajera. Pero ni los militares ni las iglesias, que tienen ya sus territorios y actividades bien establecidas, deben intervenir en esta empresa tan solo ciudadana. La presencia desmedida de esos fueros en funciones ajenas a su naturaleza y competencias, más enturbia que aclara. Así fue en el pasado y lo es ahora, y esta imprecisión en los espacios, con sus consabidas ambiciones a invadir territorios ajenos, es típico del subdesarrollo de algunas mentes y naciones.
El éxito político es efímero y cruel si
se mide tan sólo por el hecho de ganar elecciones u obtener el afecto del
público, ave también pasajera y rapaz. Allí no reside finalmente la médula de
la ambición política, que supera triunfos o derrotas. La política, en fin, es
unidad vital entre lo que se quiere y lo que se puede, la posibilidad de que
sea y se realice lo que debemos ser y hacer. Los políticos son los actores,
frágiles y principales, designados por una magia inescrutable para encontrar y
orientarnos hacia eso que decidimos lograr.
Los políticos no están siempre de acuerdo entre ellos mismos y eso es bueno hasta el límite de imponer, por encima de los intereses comunes, los de su obsesión inconclusa. A todas éstas, lo que está en juego es la inestable tensión entre el bien y el mal, entre la democracia y la dictadura; la carrera contra el reloj que recorren los elefantes contra la adversidad de los obstáculos. El difícil apremio de no perder la libertad que hoy está en vilo.
Leandro Area
leandro.area@gmail.com
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