lunes, 10 de marzo de 2014

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, SIN CALLE Y SIN PUEBLO, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL

A simple vista puede reconocerse que las medidas adoptadas, están cortadas con el patrón de la intolerancia y la obstinación que domina al mediocre cuando el olor a derrota comienza a percibirlo y a preocuparlo.

SIN CALLE Y SIN PUEBLO

La actual crisis que padece el Estado venezolano, a consecuencia de la confusión que la misma gestión gubernamental ha causado en el curso de una administración que ha pretendido sabotear el devenir de la institucionalidad democrática para imponer sus criterios de execración, es la cruda expresión del agotamiento del modelo de desarrollo inspirado en un pervertido acto de egoísmo. Sobre todo, cuando las realidades dejan ver un desbarajuste que salpica al resto de manifestaciones en las que el gobierno nacional tiene el principal protagonismo. Es cuando termina de comprenderse la gravedad de la situación pues debajo de tan desvergonzada crisis, subsiste no sólo una crisis del tipo de acumulación, sino otra del tipo de dominación. Y en medio de tan dantesco problema, están movilizándose nuevas fuerzas sociales y nuevas demandas de fuerzas sociales tradicionales cuya clamor exhorta cambios de fondo pues resulta agobiante el inusitado papel del Estado, de su grosera intromisión en la sociedad y en la economía.

Parte de lo arriba expuesto, bien puede verse en el arrebato de enajenación y desconocimiento que Nicolás Maduro ha demostrado en el fragor de un febrero tan embarazado por perturbaciones, como el vivido a consecuencia de la insolente insurrección de militares contra la democracia representativa sustentada bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez en 1992. Así que ante las protestas generalizadas de un pueblo asfixiado por la ingobernabilidad vigente, el Ejecutivo Nacional parece haberse perdido entre las comisuras de un espacio político gravemente fracturado. A simple vista puede reconocerse que las medidas adoptadas, todas cortadas con el patrón de la intolerancia y la obstinación que domina al mediocre cuando el olor a derrota comienza a percibirlo, han apuntado a revolverlo todo.

El país está en ascuas.  Las realidades han sido apabulladas por la imposibilidad gubernamental de equilibrar las demandas sociales con la oferta política en un escenario de dificultades desvestidas por las inclemencias de una gestión pública obscurecida por intereses que en ningún momento se han correspondido con las necesidades de una país ansioso de democracia.

Es así como Nicolás Maduro ha adoptado decisiones no sólo unilaterales. Sino además, inmorales. Al mismo estilo de las encauzadas por cualquier tiranía. Sólo que éstas son sazonadas por los efectos de medios de comunicación sometidos que las disfrazan de “populares y necesarias” con el propósito de calumniar la voz de factores políticos que contrapongan sus recurrentes maquinaciones. Ahora, lidiar con la incertidumbre se le convirtió al régimen en una pesada carga cuyos resultados superan los aberrantes cálculos políticos realizados con la saña de un socialismo de mentira. Para ello, posiblemente el gobierno se habrá valido de la horda de militares de alta graduación cuya adulación es punto de honor para seguir vaciando las arcas de la República. Tendrá consigo la fuerza de choque de bandos armados cuyo alarde de poder lo constituye una motocicleta y una capucha. Pero aún así, debe saberse que a pesar de tanta fanfarronería, este gobierno comenzó a sentir que está quedándosesin calle y sin pueblo.

VENTANA DE PAPEL

A MERCED DE DISOCIADOS

Lo que viene advirtiéndose estos días de “guarimba”, es expresión del grave estado de anomia al que se ha llegado por culpa de la intransigencia e incompetencia de quienes gobiernan a Venezuela. Todo ello, en el marco de un proyecto político de gobierno montado sobre propuestas alimentadas sobre peligrosas contradicciones. Propuestas éstas que leídas con apuro, poco o nada revelan. Pero cuando se leen con el escrúpulo propio del análisis politológico, infieren un vulgar provecho por parte de quienes profanan el poder político desde la estructura gubernamental. La asincronía o incongruencia provocada entre la oferta política y las demandas sociales, reflejan una profunda insuficiencia de la cual se vale el actual gobernante para justificar los desmanes que, por razones del populismo implícito, le achaca a la oposición.

En medio de este cuadro de contrariedades, se han provocado agudos problemas de distinta caracterización. Pero en todos, cabalga una angustia cuyo impacto es proporcional al tamaño de la polarización que ha venido desatándose en el país. Precisamente, es acá donde un gobierno sensato y responsable estaría haciendo su mejor esfuerzo para superar los embates incitados por cualquier tipo de efervescencia social. Frente a esto, es pertinente citar al Marqués de La Fayette, militar y político francés (1757-1834) quien se atrevió a decir que “cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”. Y es lo que, de alguna forma, puede explicar la rebeldía popular que se instaló en el país desde los primeros días de febrero.

Y si bien este acoplo de condiciones definen lo que actualmente vive Venezuela, luce absurdo que el gobierno recurra a determinaciones que sólo conducen a elevar los niveles de opresión cuando estimula y permite a grupos forajidos (paramilitares) a arrogarse la fuerza necesaria para enfrentar, sin recato alguno, las protestas de calle protagonizadas por esa inmensa porción de pueblo fustigado por medidas que sólo han generado humillación y miseria. Aunque es inconcebible, ver que estos ataques de pandillas de encapuchados armados, cuenta con el respaldo de la fuerza militar y policial por precisas órdenes del propio “presidente de la República”. Ante tan espeluznantes hechos que han devenido en asesinatos de apreciados venezolanos, no hay duda en asentir que el país se encuentra a merced de disociados.

ENTRE EL VANDALISMO Y EL DESPELOTE

El país vive en medio de un vandalismo contradictoriamente animado por quien debería actuar en consonancia con la altura del cargo que ostenta. Nada menos que el propio “presidente” Maduro Moros. Su tácita declaración de  guerra de pueblo contra pueblo, al lado de la feroz proclama “candelita que se prende candelita que se apaga” en ocasión del desfile político militar en celebración de un año de la partida de Chávez, constituye una brutal  y excesiva afrenta que pasará, indiscutiblemente, a los anales de la historia política contemporánea venezolana. Aún peor, a la historia de la infamia política nacional. Su mordaz discurso alienta el paramilitarismo que es igual a decir que pone en el disparadero a la violencia a partir de la cual se cuecen las muertes que han venido dándose sin que el régimen haga algo que revierta lo que acontece.

Bajo tan grotesco llamado a la violencia, se inspira la voz de otros actores gubernamentales cuya impudicia supera los límites del descaro y la desvergüenza. Sobre ellos, miembros del gabinete o gobernadores oficialistas, recae la culpa del descalabro que se escurre entre los preceptos de una Constitución que resultó ser de adorno del esperpento llamado socialismo del siglo XXI. El gobierno central no ha querido reconocer a su opuesto. Su equivocado sentido de la gerencia, es consecuencia del influjo militarista y fascista que heredó del pensamiento obtuso contenido a lo largo de años de sectarismo marxista vividos durante la época negra de la URSS. La ideología pregonada por el régimen luce tan burda como ridícula. Resultó ser la manera de gobernar, pero sólo para una parte.

Y es que en definitiva, tal como lo expresó el francés Paúl Bocuse, “se necesita poco para hacer las cosas bien, pero menos aún para hacerlas mal”. O sea, la manera que sigue el régimen toda vez que lo que lo moviliza es el propósito de continuar repartiendo migajas o las sobras de lo que deja la boliburguesía importadora y sus policastros. Entonces, en el ambiente caliente que el régimen ha activado, sólo garantizará, a contracorriente, continuar viviendo entre el vandalismo y el despelote.

 “En política, las decisiones no siempre tienen el desenlace esperado. Muchas veces, mientras mayor es el esfuerzo por el logro de propuestas, mayor es el costo político implicado pero menor es la satisfacción generada. Y esto sucede con más reticencia, cuando se gobierna con ínfulas de tiranía, desatendiendo las razones de la democracia” AJMonagas

Antonio Jose Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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