jueves, 6 de marzo de 2014

ANDRÉS HOYOS, DEL NACIONALISMO, CASO UCRANIA, DESDE COLOMBIA,

Bajo la superficie civilizada de casi cualquier país subyace un magma nacionalista que, de tarde en tarde, hace erupción tras una crisis.
Es lo que acaba de suceder en Ucrania. Las tropas rusas se tomaron la península de Crimea y podrían pasar años antes de que salgan de allí, si es que salen. No se sabe si Putin piensa invadir el resto de Ucrania, en donde hacen bien en tener miedo, como ha de tenerlo la vecina Polonia. Esta grave situación no sorprende: el nacionalismo renace con facilidad, sobre todo en aquellos países nostálgicos de su pasado “glorioso”. Por eso, yo creo que entienden mal a los rusos quienes creen que los van a asustar a punta de ruido mediático o de sanciones económicas. El nacionalismo, insisto, no es un comportamiento racional que haga cuentas.
Claro que una cosa es el nacionalismo en países pequeños, como Cataluña, y otro en potencias como Rusia o China. En los primeros predominan los magistrados, los votantes, los intelectuales y los referendos; en los segundos, los generales y los movimientos de tropas.
Y hablando de potencias, andan despistados quienes intentan reclutar a China en favor de la fracción europeísta de Ucrania. Dos elementos conspiran contra esta posibilidad: el primero es que el régimen de Yanukovich fue depuesto por una revuelta popular, algo que el PCCh mira con horror; el segundo, que el nacionalismo en China es tanto o más fuerte que en Rusia, de modo que el régimen de Beijing no va a condenar un procedimiento al que quizá querrá recurrir mañana cuando, a sus ojos, la situación en los países vecinos así lo “amerite”. La coyuntura actual antes podría azuzarlos.
La tercera potencia cuyo nacionalismo juega en el conflicto ucraniano es Estados Unidos. Obama, por talante, dista mucho de ser el clásico imperialista americano. De hecho, su gobierno ha mantenido relativamente acuarteladas a sus formidables fuerzas armadas, lo que tal vez haya envalentonado a otros. Pero una situación como la actual bien podría provocar en los gringos una erupción nacionalista, entre otras razones porque no deja de convenirle al Partido Republicano, que a estas alturas tiene pocas opciones políticas atractivas.
Más incierta es la situación en Europa, continente que apostó durísimo en Ucrania y acaba de sufrir un fuerte revés. No sobra recordar que, así como la actividad de los volcanes va de la mera fumarola al cataclismo de Krakatoa, la variedad de las erupciones nacionalistas es inmensa. Hace justo cien años Europa vivió la primera de dos catástrofes de raigambre nacionalista en el siglo XX: la llamada “Gran Guerra”. Todavía peor resultó la Segunda Guerra Mundial, también de origen nacionalista aunque ya en el más sofisticado formato ideológico de partidos racistas de extrema derecha, como el nazismo. Devastada por ambas guerras, Europa ha querido desestimular el nacionalismo al interior de sus fronteras y hasta ahora lo ha logrado a medias. ¿Está vacunado el continente o renacerá el chovinismo, muy en particular en Alemania, Inglaterra y Francia? Nadie lo sabe.
Decía Samuel Johnson que “el patriotismo es el último refugio del canalla”. La estupenda boutade no es del todo exacta. ¿Por qué? Porque lo único peor que el nacionalismo exaltado es su ausencia total. No es deseable ser un bully como Rusia, pero menos deseable aún es ser el país al que todos agarran a patadas. Casos se han visto.
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes

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