La
filosofía se ha preguntado desde siempre donde se construye la cultura política
de un cuerpo social, apuntando, entre varias, a la experiencia cotidiana de la
gente, a lo que le toca vivir, esto es, a los micromundos de los valores.
La
política no es así uniforme, pues se deriva de una práctica constante en
diferentes contextos, lo que da lugar a variedad de normas no por obligación
compartidas. La política es precisamente lo que podríamos denominar el lugar de
reunión para tratar los asuntos de interés común, lo que implica un respeto por
la pluralidad.
En
términos contemporáneos, la discriminación significa prejuicio, intolerancia,
ceguera ante las virtudes de lo que no es idéntico a sí mismo. Nos hemos
habituado a actuar por medio del concepto del enemigo. Hay una tendencia a
ordenar los fenómenos políticos por sus efectos inmediatos, como en el caso de
la propuesta de una Constituyente que en verdad sólo tendría por objetivo
ordenar el fin del período actual de gobierno antes que redactar una nueva
Constitución. Las inmensas dificultades de convocar a tal asamblea son obvios,
pero aún así hay un pecado original en la propuesta, una que ignora que el
incumplimiento del texto vigente no es culpa de ese texto y que va a otro
problema de fondo: que no es posible aquí que esa violación por parte de alguno
de los poderes constituidos sea subsanada por los magistrados de la
jurisdicción ordinaria. La Constitución puede contener mecanismos de resolución
tales como referendos o abrogaciones, pero el camino real de una crisis del
poder estatal suele llevársela consigo.
Esa
constante apelación al artículo 350, uno que podría estar o no estar en el
texto actual, dado que el principio básico sigue vigente aún sin él, pues se trata de un principio de Derecho
Natural, indica el olvido de una situación mucho más grave: hemos llegado a tal
punto de violaciones que puede alegarse la ruptura del contrato social básico,
la práctica inexistencia de un ordenamiento que conjugue la convergencia de
todos los ciudadanos en un acuerdo general de convivencia. Apelar a un artículo
de la Constitución evaporada para resolver la crisis ha llegado a convertirse
en una paradoja. Los sucesos de ruptura del poder establecido generalmente
vienen de un acuerdo de partes de la sociedad que se manifiestan de manera
abrupta y sin orientarse por caminos preestablecidos.
Las
“revoluciones” son un corte violento en procura del establecimiento nuevo, pero
el presente régimen venezolano no se encuentra ya a gusto en lo que estableció,
léase Constitución del 99. En verdad si alguien podríamos denominar como el
mayor interesado en convocar a una Constituyente, en procura de un nuevo
establecimiento, es al régimen, mientras la paradoja nos conduce a una
oposición apelando al texto vigente como único instrumento para tratar de
evitar el siguiente salto del poder hacia un nuevo “establecido” que le permita
conservar todos los visos de un orden jurídico respetado.
En
este cuarto de espejos deformantes en que se ha convertido la política
venezolana - dónde unos se ven más gordos o más delgados conforme al elegido
para mirarse- la política se hace incognoscible y no más que un mero
señalamiento burlón -lo que no evita su sentido trágico- dónde las reacciones
hormonales se confunden con severas tomas de posición. Aún así, la paradoja
apunta a que quienes son conservadores hacen lo posible por conservar mientras
parecen radicales dispuestos a tumbar a un gobierno y quienes se alegan
revolucionarios se ahogan en falsas contradicciones sobre debilidad o
radicalismo en su siguiente paso, no más que confusión propia del pecado de la
ideologización exacerbada.
Una
de las manifestaciones más obvias de los espejos deformantes fue convertir en
ley el llamado “Plan de la Patria”. No entremos en supuestas violaciones
constitucionales, pues si sigue el hilo de mi argumentación ello ya sería
literalmente irrelevante. Implica, más bien, una autosatisfacción erótica, la
fijación de un espejo. La otra “ruptura”,
la que vivimos estos días, de verbo encendido y disfraz de rebelión,
algo así como la danza de los espejos que se intercambian.
Terminó
el viejo uso de los espejos como reflejo fiel de la imagen de quien se le pone
delante. Lo mataron los espejos deformantes de un circo asociológico. En esta
república es mejor preguntarle a quien tenemos al lado cómo nos ve. Esto
equivale a mirar la cultura política, el micromundo de los valores, a la
experiencia cotidiana de la gente que la hace cuerpo social. También se le
llama política.
tlopezmelendez@cantv.net
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