A
quienes nos ocupamos de la cosa pública, de la que deberíamos ocuparnos todos,
siempre nos llegan las observaciones sobre el arribo supuesto del “tiempo de”,
bien para referirse a la posibilidad de una explosión social o para justificar
las acciones que algunos aspirantes a dirigentes alardean para su esfuerzo de
posicionarse.
El
concepto de tiempo nunca ha sido cosa fácil. Desde Aristóteles el hombre gira
sobre él y en este mundo de hoy es objeto de estudio sociológico. Muchos lo
miran como diferenciación entre cambio y continuidad. Para muchos otros, hay
que ir a buscarlo en la capacidad creativa, en las formas de los
comportamientos sociales y hasta en las formas de la comunicación. El manejo
del tiempo tiene relación directa con el poder, dado que va coaligado con la
evolución en los criterios sociales. Cambio y duración están en las causas de
la incertidumbre colectiva. Fernand Braudel
(La historia y las ciencias sociales) agrega que existen múltiples
tiempos sociales lo que da lugar a una dialéctica de duraciones. Norbert
Lechner (Las sombras del mañana) habla de una especie de enfermedad llamada
“presentismo” que contrarresta la infinitud del deseo.
La
resolución a la que todos aspiramos puede estar condicionada por la causa que
originó los trastornos, pero lo que nunca podremos saber con exactitud es el
tiempo necesario para superarlos. Lo que sí podemos asegurar es lo que hemos
repetido, y seguimos repitiendo, esto es, que hay que construir el futuro y
pensar desde él. Hay que producir ideas
sustitutivas, sin duda, pero también hay que tener conciencia de un mínimo de
continuidad.
La sociología hoy nos habla de la necesidad de una permanente disposición al cambio y de una reflexión continuada, elementos ausentes de la realidad venezolana. Es ello lo que determina el momento exacto de la oportunidad.
Si
bien la mirada contemporánea es fragmentaria, se cree en la realidad como
límite, lo que conduce a la negación de las complejidades infinitas de lo real.
De allí a perder el ímpetu del cambio sólo hay un paso, la espera se hace
especulación de “el tiempo de” y los anteojos de suela y/o las gríngolas
oscurecen la posibilidad de ver elementos más allá del fango de lo cotidiano.
Así, el observador es quien construye la realidad y si no sabe observar la
realidad, y no modifica con su mirada, las aristas de lo visible se hacen
insuperables.
“La
retracción de la palabra”, dijo George Steiner, al hablar de la derrota del
humanismo. Quizás pudiésemos emplear la expresión para estos tiempos
venezolanos donde una especie de locura colectiva ha producido la
desnaturalización del lenguaje y donde se recurre a la incoherencia, a la
inestabilidad emocional y al otorgamiento de crédito a cualquier especulación
sin sentido.
“El
tiempo de” puede ser, claro que puede serlo, objeto de seguimiento y análisis.
Desde los síntomas que se asoman se puede establecer un abanico de
posibilidades y hasta de eso que comúnmente se llama “imprevistos”. Algo que
hemos aprendido del pasado es la volubilidad de los acontecimientos, siempre
dispuestos a salirse de los cauces previstos, y la intemperancia de las ideas,
proclives a ser desviadas hacia lo contrario de lo que pretenden demostrar. El
arribo de determinados momentos de cambio pueden olfatearse y de allí la
precisión de un liderazgo que actúa en consecuencia. Todo ello es cierto, pero
la acción constante es la que determina su aparición, no el azar. Aún así,
podemos recordar el aserto según el cual las “revoluciones” no se “hacen”,
ocurren.
Las
formas de comunicación han sido elevadas inclusive, en la sociología del
presente y en lo referente al concepto de tiempo, a proporciones que podrían parecernos
exageradas. Si tomásemos esta vía de análisis la conclusión sobre el destino
venezolano apuntaría a un pesimismo extremo, dado que encontramos en la
“red-digitalización” sólo perturbaciones emocionales con ausencia obvia de
coherencia. Si recurrimos a los comportamientos sociales podremos observar sólo
movimientos de “praxis política” circunstanciales que los determinan y que
pueden focalizarse como condenados a efímera permanencia.
Sólo
con nuevos criterios sociales provocados por el entendimiento de las
complejidades infinitas de lo real los pueblos encuentran el punto de “el
tiempo de”.
Hay que suplantar la divagación absurda y el ejercicio banal de la
política y de lo político y plantearle a este país la construcción de “el
tiempo de”. Este último, aún sabiendo lo que queremos en él y después de él,
suele ser de una peligrosa indefinición. Podrán colegir lo que podría ser si
sólo se plantea como el simple acto de salir de un régimen. Como bien lo dijo Hanna Arendt, no son las
causas las que determinan los acontecimientos, son los acontecimientos los que
buscan sus causas.
tlopezmelendez@cantv.net
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