miércoles, 5 de febrero de 2014

SIMON GARCIA. ACELERAR EL CAMBIO.

Se está convirtiendo en una inquietud dominante el asunto de cuándo va a producirse un cambio en la situación que vive el país. Preocupación que justifica extender la pregunta hacia las condiciones que se requieren para producirlo. El paso de uno a otro asunto es aparentemente simple, pero no existen evidencias de que tengamos las preguntas pertinentes y, en consecuencia, pudieran estar faltando las respuestas convenientes.
           
Más bien en la inquietud parecieran alojarse indicios no sólo de impaciencia, sino dudas sobre la posibilidad de que ese cambio pueda ocurrir. Esa incertidumbre comienza a abonar tres conductas: el acomodo pasivo al régimen; la rebeldía desesperada o el refugio nihilista en una vida privada que no quiere saber nada de política. Todas son reacciones humanamente válidas, pero ninguna de ellas propicia la reflexión ni la adopción de pasos que nos encaminen hacia las salidas.
           En los últimos quince años resalta la instalación sostenida de un modelo opresivo de sociedad. Aunque se conserven formalmente aspectos democráticos, lo dominante ha sido la transformación y el manejo del Estado en órgano de dominio directo cuya función es ejercer una hegemonía excluyente.
            Pero también es relevante que el aplastante desempeño del Estado como principal sujeto político, con toda su variada capacidad de intervención, no ha logrado doblegar a las fuerzas democráticas. La existencia de esta tensión, en condiciones de extrema desigualdad, ha contribuido a mantener espacios de convivencia, a la subsistencia de determinados derechos y a mantener abierto el camino para construir una mayoría social, plural y ciudadana que sobrepase las bases populares del régimen.  
            Por ser demasiado obvio es necesario recalcar que la velocidad del cambio depende de conquistar establemente esa mayoría que necesariamente tendrá que contener un apreciable sector del lado oficialista y una fracción de los que por distintas razones se han colocado fuera  del debate y el combate sobre el país que queremos. 
            Para favorecer esa atracción, la relación de antagonismo con el régimen debe tener formas distintas según se enfrente a la cúpula autoritaria o se confronte a sus seguidores de a pié, por conciencia, por gratitud o por aprovechadores. Hay que tener un discurso efectivo y una presencia afectiva donde es alta la influencia del poder dominante, porque por allí donde deberían comenzar todos los avances.
            El desplazamiento se ha producido y puede incrementarse porque el régimen está parado en un piso muy lleno de contradicciones, lo que propicia, entre otras razones, que acentúe sus propósitos de hostigamiento, desmoralización y reducción de todo lo que se le opone. Pero la existencia de ese dato no debe hacernos creer en espejismos sobre golpes o sustituciones como insurrecciones de la calle, episodios que pueden conllevar a resultados catastróficos y sobre todo contrario a los fines y principios que guían las luchas de los demócratas.
            Los partidos son una esperanza, pero deben comprometerse con una línea de renovación y relegitimación social. Otra expectativa positiva es la existencia de un nuevo liderazgo, pero debe ser capaz de canalizar la competencia solidaria para dotar a la oposición de una condición alternativa.
            La MUD, que debería mantenerse como un centro para acordar iniciativas conjuntas, podría ocuparse ahora de mejorar la autoestima y la organización de los millones de venezolanos que han seguido sus orientaciones electorales y abrir con ellos un debate nacional sobre los elementos de una estrategia que nos devuelva la confianza en que si es posible acelerar el cambio.
@garciasim

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