El gobierno de venezolano, en el desespero por
su incompetencia delirante, ni siquiera tiene empacho en recurrir a métodos
elementales represivos de formas elementales para con los descontentos. Y lo hace
exactamente como ocurre en Cuba o en Zimbabue, con acusaciones falsas de
cualquier tipo para amedrentar a quienes salen a las calles a protestar contra
la galopante inflación, la inseguridad personal y colectiva, y contra la aguda
escasez de productos de consumo masivo.
Lo que acaba de ocurrir en el corazón de los
Andes, en San Cristóbal, es evidencia de la ausencia de sindéresis en un
régimen cuya característica esencial es el totalitarismo: Tres universitarios -Reinaldo y Leonardo
Manrique, estudiantes de contaduría y derecho-; así como Jesús Gómez, cursante
de otra carrera-, fueron apresados por agentes de la policía política, llevados
a instalaciones militares y acusados de una catajarra de delitos que, por
supuesto, no cometieron. Son presos de
conciencia.
El traslado de jueces amañados y fiscales del
Ministerio Público a instalaciones militares para hacer las imputaciones a toda
carrera, pone en evidencia que Nicolás Maduro no cuida las formas. El mandamás
habla de “felicidad” ciudadana pero, al mismo tiempo, con su estolidez descomunal
confiesa que no le importa ser llamado dictador. En el siglo XXI, es un dictador de viejo
cuño: Garrote en mano, prisión, bozal y cero papel higiénico para todos.
Nadie podía esperar, por supuesto, que Maduro
al menos hubiese llegado a ser un desprevenido lector de ciertos pasajes
hermosos de la historia contemporánea de Venezuela. No, porque apenas llegó a
un liceo para lanzar piedras y cometer tropelías, tal como lo recuerdan quienes
en aquella época lo conocieron. Haber tenido en sus manos ciertas obras le
habría permitido enterarse de lo qué fue, por ejemplo, la generación del 28,
quiénes la formaron y en qué consistieron sus desvelos y luchas contra la
dictadura de Juan Vicente Gómez.
Si Maduro hubiese tenido alguna inquietud por
el estudio y los principios democráticos, con toda seguridad se habría enterado
del papel desempeñado por aquellos valientes jóvenes universitarios y por qué
ellos hicieron contribuciones admirables
e imborrables a la vida nacional en buena parte del siglo XX. Pero no. No fue así y no podemos pedirle peras al
olmo.
Claro, y de manera desafortunada para él,
ignora que en la historia contemporánea de Venezuela siempre ha habido jóvenes
que han encendido la llama de grandes cambios.
Es verdad que entre ellos también ha habido equivocaciones, pero de la
misma manera muchos han rectificado de manera honrosa. ¿No estará Maduro
apagando con gasolina el incendio que él mismo provocó?
Eso de llevar presos de una ciudad a otra y
someterlos a procesos judiciales interminables, tal como lo hicieron con el
comisario Iván Simonovis, es muestra de una aborrecible violación de los
derechos humanos. ¿Le harán lo mismo a
estos tres estudiantes inocentes que acaban de apresar y trasladar a Coro? ¿Hay
acaso dudas de que el juicio contra Simonovis fue una patraña urdida por Hugo
Chávez? Por eso y mucho más, en la población venezolana existe la convicción y
el deseo de salir a la calle, a la plaza pública, para combatir el régimen arbitrario y antidemocrático que
controlan desde La Habana.
@opinionricardo
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