En Venezuela hemos alcanzado a percibir con
perfecta claridad que la ingobernabilidad es culpa de quienes alcanzaron el
poder hace 15 años en el marco de un proceso meramente democrático, en el que
las instituciones funcionaban organizadamente y con un capital social
extendido, culturalmente desarrollado y principalmente, abierto, tolerante e
inclusivo con una cultura política que siempre fue una expresión de los
procesos de integración social y no como ahora, una colectividad desintegrada,
fraccionada y excluyente proveniente de una elite política de quienes enarbolan
la bandera de la llamada revolución socialista del siglo XXI.
Se requiere con urgencia un proyecto que debe
empezar a reinventarse con los acrecentados valores que siempre hemos tenido
los venezolanos, además de la educación, para que con tolerancia acudamos al
reencuentro tan anhelado de un nuevo país, que nos permita romper las
diferencias que han inculcado desde el gobierno en la población con marcado
acento de odio, venganza y de diferencia social. Estamos obligados a
entendernos y para ello es menester que afloren actitudes y aptitudes, que
abran vías o caminos de consenso, pues hay quienes aún esconden y disfrazan las
acentuadas contradicciones, antes que en resolverlas.
Estamos presenciando en los últimos tiempos
la ausencia de aspectos morales como el honor, la dignidad, el respeto, etc.
que se traduce en definitiva, en el comportamiento personal que reafirma y
resalta las virtudes del hombre, particularmente cuando ejerce autoridad. Quien
no demuestra decoro en su actitud, no puede exigir respeto de los demás, y
cuando se trata de un Presidente de la República, esto acarrea males para si
mismo y para los demás, pues el decoro es una actitud que nace de la cuna y se
cultiva durante toda la vida, y por otra parte, con una actitud decorosa se
inspira respeto, el mismo respeto que merece el pueblo venezolano.
A diario, Nicolás Maduro invoca con marcado
acento militarista, como para justificar que ahora en todos los actos oficiales
en el protocolo pertinente lo llaman Comandante en Jefe y Presidente de la
República, el llamado al diálogo, el cual desde tiempos inmemoriales se ha
valorado como positivamente, por cuanto a través del mismo se han logrado
acuerdos y compromisos. Pero ignora – y así lo demuestra cuando insulta,
arremete y descalifica a quienes invita a dialogar – que existen dos
dimensiones del diálogo: la que lo vincula con una concepción ética de la
coexistencia democrática y otra que lo concibe como un procedimiento para la
solución pacífica de las controversias. Esta última, se refiere tácitamente a
los desafíos que enfrenta, en cuanto al método para encontrar soluciones satisfactorias
a las diferentes controversias, que se desarrollan en una sociedad
contemporánea de carácter pluralista y de manera particular en una democracia,
pues constituye un valor “instrumental”
El diálogo señor Maduro, es relevante por
cuanto se refiere al redimensionamiento de su función frente a los nuevos
desafíos del régimen democrático, así como al proceso de transformación
política, social y cultural, trastocados
en los últimos tiempos por la conducción equivocada de las políticas
públicas puestas en marcha por el régimen socialista, marxista y bolivariano
del cual usted además es alto dirigente en el partido oficialista del PSUV. Al
parecer pretende pasar por alto el derrumbe del denominado “bloque socialista”,
que dejó patente la necesidad de discernir acerca de los nuevos mecanismos de
la convivencia civil en un mundo en el que el régimen democrático, con todas
sus imperfecciones, es el único espacio posible para la coexistencia pacífica.
Jorge Haberlas, en su teoría de la acción
comunicativa refiere que es necesario asumir un comportamiento lingüístico que
se dirija a los demás en búsqueda de un acuerdo, y acciones comunes, lo cual la
diferencia de la acción estratégica, que se orienta a la obtención de ciertos
comportamientos no mediante la persuasión, sino a través de otros medios como
la amenaza y el engaño.
En una época como la que vivimos los
venezolanos, el fanatismo que exhiben los personeros del gobierno y dirigentes
del partido oficialista, evita el ejercicio de la crítica de la razón y obstaculiza
el debate necesario acerca de los problemas de la sociedad, pues por culpa de
una cultura extremadamente politizada se obstaculiza el compromiso y se
convierten sus postulados en dogmas de fe, olvidando quienes la pregonan que la
democracia permite establecer a través del carácter ético-político del diálogo,
un intercambio de ideas y del ejercicio del espíritu crítico, entendido como
reflexión metódica, en contra de la falsificación de los hechos, que es propia
del fanatismo que a ultranza exhiben.
Miembro
fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
careduagui@yahoo.com
/ @_toquedediana
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