lunes, 24 de febrero de 2014

ANDRÉS HOYOS, EL TRILLÓN, DESDE COLOMBIA

Lo de Venezuela es fácil de sintetizar: en los últimos 15 años el Estado allá ha recibido un millón de millones de dólares (el trillón inglés) y hoy no hay leche en los supermercados. ¿Qué más se necesita para descalificar a un régimen?


Menos fácil, claro, es orientarse en el caos actual. Yo empezaría por lo que se sabe con algún grado de certeza. A menos que se dé una muy improbable explosión en los precios del petróleo, la situación socioeconómica del país no tiene para dónde mejorar y, en cambio, podría empeorar por mil caminos. El mercado negro paga hoy el dólar a diez veces la tasa oficial, lo que hace inevitable una cascada de devaluaciones sucesivas, acompañadas de mayor inflación, con los efectos catatónicos que se están viendo, aunque sobre un cuerpo aún más debilitado. No es posible, dada la brecha, que la cosa se corrija con un solo salto. Es archisabido que los procesos inflacionarios desbocados se ensañan sobre todo con los que carecen de instrumentos financieros para defenderse, es decir, con los pobres. Dirá el Gobierno que puede favorecerlos a las malas, como lo ha hecho antes, pero el costo de la maroma a estas alturas se anuncia prohibitivo, pues implica seguir quebrando a los agentes económicos eficientes mientras que los estatales ya ni siquiera encuentran qué saquear. Se puede llegar entonces a un peligroso punto de quiebre: por ejemplo, una racha adicional de muertos causada por los miles de armas que Chávez repartió entre sus paramilitares volvería la situación irreversible, de no serlo ya.
Antonio Rivas, columnista de El Universal, identifica tres tipos de chavistas: 1) el pueblo raso que hasta hace 15 años la pasaba muy mal y se vio favorecido por repartos de todo tipo, 2) los revolucionarios convencidos, 3) la boliburguesía, o sea quienes se enriquecieron con el saqueo del país. La situación actual es mala para los grupos 1 y 2. Para los primeros, porque el tándem devaluación-inflación corre el riesgo de devolverlos a la miseria. Para los segundos, porque la censura asfixiante, la rauda desaparición de toda libertad y la represión ciega contra la gente común no forman parte del ideal de ningún revolucionario que no sea un cínico redomado. Pero incluso estos últimos, los “enchufados”, no la pasan bien porque cuando quieren sacar provecho de lo que se llevaron para su casa, se las ven con una economía que ha dejado de funcionar. ¿Para qué toda esa lana si no hay leche, ni carne, ni queso, ni harina para hacer arepas y ni siquiera es posible adquirir boletos de avión para ir a jugar polo y tomar champaña en Palm Beach?
No es un asunto trivial escoger el momento en que un régimen tambaleante debe ser confrontado. Si uno empuja y no cae, el régimen se fortalece. Sin embargo, la crisis se aceleró y Capriles ha pasado a una relativa reserva, en tanto se vive el cuarto de hora del dúo Corina Machado y Leopoldo López, a quien Maduro convertiría en un héroe si lo arresta. Y si no lo arresta, hará el ridículo.
Rara que es la vida, los que menos se mosquean son los chavistas del extranjero. Nuestro crédito local, William Ospina, ha defendido al chavismo en todas sus expresiones, incluida la de Maduro, aunque últimamente anda callado. 
Me pregunto si el modelo venezolano es todavía lo que tiene en mente para que en Colombia se acabe la vaina. Por si acaso, allá lo que se está acabando no es la vaina, sino el papel toilet.

andreshoyos@elmalpensante.com 

@andrewholes

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