Durante mi período estudiantil nunca sostuve
relación de amistad con elemento alguno del profesorado, excepción hecha de
Lino Sequera. Fue al final de mis estudios cursando octavo semestre de
ingeniería en la UNIMET. Lino era un excepcional profesor de estructura y
resistencia de materiales, oriundo de Cuba y con su inconfundible acento por lo
que era conocido entre el estudiantado como “el cubano”.
Sentados en el cafetín escuchaba sus
interminables y entretenidos relatos acompañados de café, habanos y cigarrillos.
Su principal aporte a mi formación lo recibí en esas más que conversas,
monólogos. Me contó que cuando manifestó su disconformidad fue inmediatamente
marcado. En Cuba disentir es desertar. Debió soportar un tiempo de injurias y agravios hasta su salida de la isla. En su
vecindario organizaban dos o tres veces a la semana manifestaciones en su
contra a las que debía acudir tanto el que estuviera de acuerdo como el que no.
En ocasiones la turba se desbordaba y luego de horas de consignas e insultos,
lanzaban objetos contra su vivienda. El,
su esposa y su niña aterrorizados en su interior, rogaban porque el
asunto no llegara a mayores. En cierta ocasión un amigo de infancia pasó en
carro frente a su casa mientras Lino regaba unas plantas. El amigo se detuvo,
bajó del carro y se aproximaba a Lino, quien inmediatamente se percató de que
su amigo ignoraba su situación. Cuando estuvo cerca Lino le dijo: vete, vete,
estoy ido. El amigo comprendió en un santiamén y se devolvió corriendo a su
carro, marchándose a toda velocidad. El cubano me dijo que nunca más lo vio
pero que seguramente su amigo pasó semanas angustiado y rogando al cielo que
nadie lo hubiera visto.
Ese sistema de terror y de grupos de choque
ha pretendido el chavismo, establecer en nuestro país. Leopoldo Lopez no es
precisamente santo de mi devoción, pero debo reconocer sin mezquindad alguna
que le agradezco profundamente haber encendido la mecha. Dudo que residente
alguno de este país sepa adónde vamos a ir a parar, ni siquiera los de la sala
situacional de Miraflores.
Pero algo había que hacer y es a raíz de esta
convulsión que por fin se escuchan voces tanto del clero como de la unidad,
clamando y exigiendo el desarme de los colectivos. Eso grupos vandálicos,
facinerosos, criminales y terroristas operan impunemente, financiados y
promovidos por el gobierno. Desde la fundación de los círculos bolivarianos,
comenzó la compra de creencias y conciencias, con el sólo propósito de
organizar a los violentos y desadaptados para la defensa de la revolución. Pero
el asunto no queda allí. Esos malandro-guerrilleros urbanos someten a la
colectividad de su entorno e imponen su propia ley. Gran parte de la delincuencia
actual deriva de estos colectivos de quien obtiene su “formación” y promoción.
No habrá pacificación ni lucha efectiva contra el crimen en Venezuela hasta
tanto sean desarmados y neutralizados estas pandillas revolucionarias.
GUAYABITA. Luis Sánchez fue mi profesor de
inglés durante el primer año del ciclo básico común que cursé en el colegio
Salesiano Pio XII en Puerto La Cruz. Era un individuo en cierta medida afable,
y en gran medida justo. De complexión atlética y entusiasta de los deportes,
infundía confianza y amparo en el estudiantado. Su prenda de vestir preferida
era la guayabera de la que hacia exagerado uso, al punto de ser secretamente
bautizado como “Guayabita”. No recuerdo siquiera una sola persona que
profiriera expresión negativa o reproche respecto de él. No era sacerdote sino
como me dijo en una oportunidad: entregado a Dios. Tenía 84 años hasta la noche
del sábado pasado cuando fue vilmente asesinado por adolescentes nacidos en
revolución. Guayabita fue muerto por un régimen que desprecia y ofende a la iglesia. Por muchachos como los
que educó toda su vida. Por la degradación de los valores que fomenta este
gobierno. Guayabita está ahora en el cielo compartiendo con Don Bosco y Domingo
Savio. Sin sombra alguna de rencor pues siempre fue sentimiento ajeno a su
corazón. Hasta siempre profesor Sanchez , hasta siempre Guayabita.
Alejandro
Millan
alejandrormillan@gmail.com
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