Cuando
las cosas suceden muy a menudo tenemos la humana tendencia de acostumbrarnos a
los hechos, por ser estos cada día más comunes y repetitivos, razón por la cual
se llega a la indiferencia.
La
intolerancia producto de la pérdida de valores y la cultura del facilismo para
llegar a todo lo que queremos, incluido ese deporte nacional de conseguir
dinero fácil al costo que sea, así sea acabando con la vida de las personas por
dinero, por escalar en la jerarquía de las bandas o simplemente por
congraciarse con alguien y hacerle un favor.
Nunca
se imaginan los delincuentes y los autores intelectuales que pagan, que al otro
lado, no solo hay una vida truncada sino una familia destruida.
Hay
entonces que matar la indiferencia y resucitar la solidaridad. Viene a mi
memoria esta profunda reflexión, que unos atribuyen al poeta alemán Bertolt
Brecht y otros al pastor luterano alemán Martin Niemöller: “Primero se llevaron
a los negros, pero a mí no me importó porque yo no lo era. Enseguida se llevaron
a los judíos, pero a mí no me importó, porque yo tampoco lo era. Después
detuvieron a los curas, pero como yo no soy religioso, tampoco me importó.
Luego apresaron a unos comunistas, pero como yo no soy comunista, tampoco me
importó. Ahora me llevan a mí pero ya es tarde”.
Esta
es una triste realidad, la indiferencia y la falta de solidaridad con los
ciudadanos. Esta es la única manera de quebrarle el espinazo a la inseguridad y
a la violencia, porque la delincuencia cabalga delante de las autoridades y la
justicia.
Es
cierto, como responden las autoridades, que no puede haber un policía para cada
venezolano, pero sí puede despertarse con ellos la conciencia ciudadana, mandar
a revisar la balanza de la justicia, porque parece que pesa más el lado de la
delincuencia que el lado de los ciudadanos de bien, así evitar que cuando nos
toque a nosotros sea demasiado tarde.
El
luto en muchísimas familias venezolanas que caen todos los días en las calles a
tiros por la delincuencia incontrolable es una muestra de la descomposición y
la inseguridad que campea en nuestra sociedad y la intolerancia total a la hora
de solucionar conflictos.
Las
autoridades sin la decidida colaboración de la ciudadanía no pueden brindar una
buena seguridad, máxime cuando hay jueces y fiscales que parecen más amigos de
los malhechores que de los ciudadanos de bien, a quien la Constitución ordena
proteger en su honra y vida.
Tenía
razón el cantante y compositor mexicano José Alfredo Jiménez cuando en su
canción Camino de Guanajuato dice: “No vale nada la vida/La vida no vale
nada/Comienza siempre llorando/Y así llorando se acaba/Por esto es que en este
mundo/La vida no vale nada”.
britozenair@gmail.com
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