Es justamente allí, en la base, dentro del
pueblo, con los pobres, donde el socialismo realiza su mayor fraude, es la
tierra de cultivo perfecta para sembrar su odio de clase, sus mentiras y burdas
manipulaciones. Los años y la
experiencia de gobiernos comunistas, como el de los Castro en Cuba, o de los
regímenes Chino y Ruso, desarrollando programas especiales para inculcarle a la
masa esa doctrina de piaras del socialismo, utilizando no sólo los medios de
comunicación masiva, sino un lenguaje diseñado para esos estratos, fueron
oportunidad y campo para acopiar la experticia en insuflar una visión del mundo
que nada tiene que ver con la realidad y que ahora se encuentra en manos de los
chavistas.
Los operadores de masa del socialismo fueron
creando una cultura propia (una superestructura), sobre la infraestructura
económica creada por ellos mismos, en el colectivismo, en la escasez, con la
quiebra de las empresas privadas, en la repartición de trabajo y comida por
parte del Estado, en la disciplina del miedo inculcado a través de una red de
informantes, de organizaciones colectivas dedicadas a la mutua vigilancia de
deberes y lealtades.
Para crear esta cultura, lo primero que
hicieron fue confundirse con la cultura popular, alterando sus valores y gustos
por la música, la danza, las maneras como pasan su tiempo libre, como se
organizan en la comunidad, sus costumbres y relaciones familiares, el uso de
sus símbolos patrios… cosas que nada tienen que ver con la doctrina socialista,
las regurgitan y las insertan dentro de esa bizarra ideología; ejemplo de ese
tenaz esfuerzo es el trueque del descubrimiento de América por una “resistencia
indígena” que nunca percibimos; o llamar a una moneda, el bolívar cada vez más
devaluado, “bolívar fuerte”; o dar el trato de “dignificados” a dudosos
sobrevivientes en arrimos mal instalados y peor llevados… Le cambian el sentido
al lenguaje corriente y lo hacen extensión de la política, con palabras como
amor, paz, guerra, sociedad, orden, verdad, progreso, familia, que se encogen o
extienden, amoldándose a los discursos, se justifica la paz con la guerra, el
amor permite expresiones de odio, la familia incluye a gente que nada tiene que
ver con la genealogía de la persona, la verdad puede ser una mentira, la
relación de pareja admite desdibujar el rol de esposos en un hogar (en la
pareja presidencial, se le dice en actos públicos “primera combatiente” a la
esposa del primer presidente obrero venezolano), pero lo fundamental es que, el
concepto del hombre cambia radicalmente, no hay un hombre universal, ni valores
humanos, el humanismo es un exclusivo atributo de quienes creen en el
socialismo, el país ya no es uno, los venezolanos no somos una nación de
hombres y mujeres libres, sino de personas sometidas buscando ser liberadas, en
un mundo de explotadores y explotados, de ricos y pobres, de burgueses y
obreros, de capitalistas y socialistas… el conflicto es la esencia.
A las personas las agarran por los
sentimientos, manipulan con la culpa, con los complejos, con los miedos, con la
rabia para inyectar su veneno, se trata de “ellos” contra “nosotros”, una
conflagración que hay que ganar, porque de otra manera seremos “esclavos”, y
hay un imperio que nos amenaza con una guerra económica… Quienes participan en
estos procesos de lavado de cerebro les ponen una serie de tareas de lo mas
improductivas, que implican pertenecer a una organización partidista agresiva,
buscar información, vigilar, servir de espías, acudir a los llamados de calle,
conformar “puntos rojos”, los llenan de tareas, lecturas, discusiones, talleres
que los mantienen ocupados y no los dejan pensar.
El otro paso es dar un sentido siniestro y
violento a las cosas más simples de la vida, de manera que, tener un trabajo se
convierte “una lucha por mejoras que te han robado”, tener amigos es tener
“camaradas”, vestirse o pasarla bien se transforma en un acto revolucionario;
se resalta en lo cotidiano las diferencias de género, de los colores de piel,
de los acentos, de las palabras que usas, de las ideas que expresas… todo para
concluir que siempre hemos vivido en la alienación y los revolucionarios
bolivarianos nos están liberando de esas cadenas mentales (no mencionan las
cadenas que ellos te imponen); empiezan a nombrarte cotidianamente a Ché, a
Cristo, a Fidel, a equiparar a Chávez con Mandela, porque hay que tener algunos
símbolos, a decir que el comandante supremo fue asesinado, porque la muerte y
ese culto a los muertos es importante para el socialismo, ya que te exige
sacrificios, e incluso, que te inmoles en el fuego de la revolución.
Tratan de hacer de cada joven, de cada ama de
casa, de cada niño u anciano, un propagador de sus dogmas tanatofílicos, en sus
escuelas, en sus lugares de trabajo, en sus vecindarios, los obligan a mantener
una “cuota” de adeptos; repiten y repiten sus consignas de guerra, no importa
que pases hambre, que no tengas un trabajo digno, si eres pobre, eres un
soldado de vanguardia en esta lucha de clases.
La cantidad de prejuicios, sinsentidos,
estrambóticas paranoias y amenazas son tantas y de tan variados calibres que,
una vez adentro de ese mundo alucinado de revoluciones, muertes, conspiraciones
y visiones milenarias, no hay salida sino la obediencia absoluta a los
controladores, quienes junto a la milicia te entrenarán para usar armas de
fuego para “hacerle daño a los escuálidos”. Eso es lo que está pasando en los
barrios, en los poblados del interior, en las comunas, está armando a una parte
de la población, abrasados por el odio y la sed de venganza en contra de la
otra mitad, que permanece desarmada y en contra de esta barbaridad en medio de
amenazas que provienen de las instituciones de gobierno.
Y todas esas radios comunitarias remachan sus
programas de indoctrinación, de pura propaganda política a favor del socialismo
más salvaje, todos esos canales de televisión, en manos del gobierno y violando
la Constitución, haciendo proselitismo político a favor de una tendencia, utilizando
los dineros públicos para preparar un conflicto que sólo existe en sus
perturbadas mentes.
Esto explica porqué ganaron todos esos
municipios del interior del país, donde este tipo de organizaciones sostienen,
de manera clientelar, a poblaciones enteras, a fuerza de bolsas de comida y
obligándolos a ser parte de estas “escuelas de reeducación”, al mejor estilo
maoísta.
saulgodoy@gmail.com
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