Una
acotación necesaria…
“El día que Venezuela se le descomponga su entraña municipal, sería como invertir su geografía, el mar desembocaría en el río, el río desembocaría en el arrollo, el arrollo desembocaría en el manantial, el manantial desembocaría en una gota de sal con agua en los lagrimales de la patria”. (Andrés Eloy Blanco)
“La crisis de la “Modernidad” aparece cuando el sujeto es desplazado del centro de las consideraciones y su lugar pasa a ser ocupado por la raza, la cultura, la nación, la clase social, dando el primer paso al relativismo. Surgen los conflictos entre la libertad del individuo y su dominación por algunas de estas instancias, que logran superarse transitoria y parcialmente, porque aún se mantenía la urgencia de una unidad dada por la idea de una historia en pos de bienestar y progreso. Cuando esa unidad se pierde porque desaparece la historia con mayúscula para refugiarnos en historias regionales, más o menos discontinuas o más o menos abiertas, progresivo-regresivas, provisorias, se desarticula definitivamente el proyecto que descansaba en un orden racional, en un afán universal de dominio de la alteridad por el sujeto, con un sentido de progreso, en especial tecnológico, que abría la posibilidad de construir utopías generales de futuro bienestar.” (Vattimo, G. posmodernidad ¿una sociedad transparente?).
En el período transcurrido desde aquel ya
lejano y eufórico 4 de diciembre de 1989, cuando el pueblo logro por fin entrar
en los “viejos-ayuntamientos” poniendo fin a
20 décadas de autocracia local hasta el día de hoy, han sucedido innumerables
eventos en el país y por supuesto en el ámbito municipal.
Los cuatro periodos tienen dos etapas bien diferenciadas en el
transcurrir de la vida local. La primera, enero 1990-2000, constituidos con
todas su debilidades en una asonada democrática en pueblos y ciudades. Los
ciudadanos por vez primera elegían sus representantes, a pesar de la
resistencia de los viejos cogollos de los partidos políticos, se eligieron a
partir del conocimiento concreto de las personas, que en muchos casos habían
encabezado las luchas de calle en los últimos años frente a la falta de
respuestas adecuadas de los centralistas de turno, es así como se incorporan a
las nacientes alcaldías, miles de hombres y mujeres con una dilatada
experiencia popular y sin ninguna en la gestión publica.
Muchas ciudades, inclusive grandes urbes
vieron sentarse en el sillón principal a jóvenes alcaldes. Fue sin duda un torrente de aire fresco que
intentaba barrer las brumas del caudillismo y de oligarquías políticas y
económicas.
Las resultas del primer periodo de gestión
democrática municipal respondió no cabe duda, a las expectativas puestas en
ellos por la mayoría de la población.
En los primeros años de democracia municipal,
se le dio solución a muchos problemas preteridos desde décadas. A pesar de
contar con escasos recursos y de una estructura burocrática y anacrónica, sin
legislación adecuada, con financiamiento insuficiente y con una elite
desconfiada de los gobiernos locales, se abordo con entusiasmo en ciudades y
caseríos la ejecución de infinidad de obras de infraestructura elemental,
alumbrado, asfalto, especialmente en los barrios más humildes. Se comenzó a
entender y atender el ornato de las ciudades, las fiestas populares tan
denostadas por las elites regionales, actividades deportivas y culturales,
dieron cohesión y mayor sentido de convivencia. Había pasión, ilusión y
objetivos, malla necesaria para cualquier proceso de transformación.
Tras las elecciones del 2000 se entra en una
fase bien diferenciada, marcada por la elección de mayorías absolutas de los
partidos de los Alcaldes. Esta etapa,
desde mi personal punto de vista es fuertemente contradictoria. Si bien no cabe duda que una primera etapa el
avance en la mayoría de las realizaciones no se detiene, es en parte por la inercia
y el impulso de los primeros gobiernos locales, luego se produce un lamentable quiebre y un freno en
temas de primer orden.
Los grupos con mayoría absoluta se encierran
frecuentemente en si mismos “se vuelven endógenos” y comienza a funcionar la lógica
de la mayoría sistemática.
Recurrentemente se desoye e incluso se acusa
al movimiento ciudadano, la arrogancia hace su aparición en el ámbito local,
quizás estimulado por los aires del estilo que se desarrolla desde el poder
central, pareciera que el poder absoluto en los tres niveles, locales,
regionales y central del mismo partido, hace que las actitudes totalizadoras y
del estilo prepotente haya cambiado inclusive con otras organizaciones aliadas
y especialmente con los ciudadanos en general.
El contra ejemplo y la excepción, ( debe haber algún otro), fue Henry
Falcón, Burgomaestre de la ciudad de Barquisimeto, cuya actitud contrasto
radicalmente con la regla general que se ha implantado en el ámbito municipal,
la aprobación reciente de diversas leyes, especialmente la de Concejo
Comunales, pese a estar llena de buenas intenciones, “de buenas intenciones
esta empedrado el camino para el infierno”, lo reduce cada vez más a un papel
subsidiario y meramente administrativo, que unido a las dificultades crónicas
en las haciendas locales, con el aumentado cóctel letal, corrupción e
ineficiencia, sigue dejando en el nivel de subordinación tradicional, a la
institución que por su proximidad con los problemas concretos de los ciudadanos
tiene mayor fortaleza como elemento dinamizador y transformador de la vida
social.
No obstante esos señalamientos críticos a la
hora de hacer un balance, la gestión municipal ha supuesto uno de los factores
fundamentales para el asentamiento del ideal democrático. Los gobiernos locales
han sido y serán causas para la canalización y en gran medida la consecución de
reinvidicaciones históricas de los colectivos sociales que han sufrido
históricamente como hierro candente
tatuados a sus espaldas, la grave crisis económica. Los trabajadores, los
jóvenes, las mujeres, nuestros ancianos, para los que apostamos por una
sociedad democrática viva, que no invite a la pasividad y a la desmovilización
social, las miles de manifestaciones, actos culturales y deportivos que se han
promocionado o apoyado desde los gobiernos locales en estos años, han sido sin
duda un factor de vertebración social que ninguna otra institución ha podido ni
podrá igualar. Por eso resulta alarmante
la situación actual de progresiva ingobernabilidad y parálisis de numerosos
municipios. Vale la pena apostar por gobiernos locales fuertes, bien
articulados, suficientemente dotados económicamente y estables políticamente a
través de acuerdos ciudadanos sobre base de progreso, lo que les daría una
autonomía verdadera. De esta manera se podría pensar en avanzar hacia una
sociedad más justa, plenamente democrática y participativa por la que sin
esguinces seguiremos luchando, en este tiempo que disuelve y rearma los grandes
mosaicos referenciales de los países que ya no son equivalentes a las patrias,
ni las identidades a las regiones, ni las ideologías a las acciones publicas.
La vieja solidaridad vuelve nuevamente por sus fueros y lo hace a través de las
instituciones, por que es en ellas en la cuales respira la pequeña escala del
organismo social. En esa función casi
celular, a veces se tiene la impresión
de que las instituciones cumplen igual papel que los “pocos justos que
sostienen al mundo” y en verdad no hubiera habido sociedad china sin su
trenzada administración, ni jurisprudencia sajona, sin pequeños tribunales, ni
herencia de la Edad media sin abadías, ni vida hispano-americana sin
ayuntamientos, ni migraciones sin cooperativas. Cuando se haga la arqueología
de nuestro tiempo, se vera a esas pequeñas instituciones como las costillas
mayores que sostuvieron el torso entero de la sociedad. Ellas permitirán entender los procesos
históricos mucho más que las formas altisonantes de los grandes discursos, cabe
recordar que en tiempo de crisis, esas instituciones suelen cobijar y a veces
son ellas mismas los justos, una sana institución local cuida y protege su
gente, y sostiene el conjunto y sabe metabolizar el “afuera” para que no dañe
el “adentro” al poner en perspectiva el presente. Estas rememoraciones pueden
resultar ociosas. Los ciudadanos debemos cerrar filas para protegerlas,
defenderlas como las simientes en las que se guarda la reserva fértil de
nuestra sociedad, es un imperativo central, hay que redescubrir su algo
distinto del ejercicio del poder, redescubrir su condición estimulante,
heredera legitima de aquella primera gran fogata de la tribu humana, gastadas
por el cansancio ideológico de la vida publica, esas calidas chispas de la
fogata valen mas que las lejanas estrellas de la utopía. Viene el tiempo de volver
a soplar sobre esos viejos rescoldos. No
se trata de apartar la política, sino de evitar una abstracción hueca, una
sociología vacía, para que la política circule desde las arterias en las que
los hombres se encuentran. La avasallante franqueza de Todorov para tratar el
trastorno casi perceptivo que tuvo la ética el en siglo XX, sugiere de nuevo
ese envejecido y siempre nuevo de la solidaridad. En su perplejidad parece erectarse otra vez
aquel lejano valor primario aldeano zurcido al calor de abrazos y palmadas,
antes que las diversas ideologías lo hicieran solemne valor retórico de sus
tramoyas.
Se equivocaron fatalmente quienes presuman
que el énfasis agónico sustituye a los gobiernos locales, por el contrario esta
difícil situación los convoca de nuevo, ellos también alguna vez como las otras
nacieron de esa matriz del sujeto humano. Solamente discutiendo, tropezando,
equivocándose, buscando su sentido en la transformación, pueden oxigenar una
sociedad con anomia y anemia que precisa recuperar sus valores esenciales.
pgpgarcia5@gmail.com
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