El resentimiento es asunto complejo y
perverso. Difícil para ser tratado en pocas líneas. A él se han dedicado
bibliotecas enteras desde que la humanidad comenzó a expresar sus pensamientos
en palabras, silencios y otras formas de decir. Propiedad de quien lo padece,
tiende o puede ser contagioso.
Peor aún cuando se convierte en plan de acción
premeditado para inocular a otros de los desengaños ficticios o reales de los
que se sufre, porque es en principio una enfermedad individualizada que puede
convertirse en forma alterada de convencimiento, en discurso político y acción
virulenta.
Hay quienes afirman que el resentimiento está
en el origen del hombre y por razones hereditarias o sociales acompaña la
actividad humana desde siempre, convirtiéndose en productor de hechos
individuales o colectivos de menor o mayor significación. Por lo tanto, su
estudio y el de quien lo padece, es de necesidad innegable pues permite
explicar no solamente el acontecer cotidiano sino además los hechos históricos.
Al mismo tiempo, facilita la predicción de conductas y, en lo posible, las
evita, las combate o las atenúa.
Por otra parte están los que de forma tácita
o expresa otorgan al resentimiento una connotación más bien positiva al razonar
que esa enfermedad, especie de odio que persiste, es motor de la historia y
productor de cambios. La percepción del mundo a partir de esa premisa es
justificadora y alentadora de conflictos, guerras, invasiones y otras formas
agresivas de la conducta humana. Según esta visión, la envidia, el rencor, el
desprecio, la venganza y otros, serían energía positiva en los seres humanos
que al darle sentido colectivo, “conciencia de clase”, permitiría la unidad de
los que no tienen nada que perder más que sus cadenas. En una sociedad de
privilegios, de injusticia, el resentimiento cobra forma de arma política.
La democracia, hasta ahora, como arquitectura
de existencia plural es el sistema que engendra el menor conflicto posible, al
ser una forma de vida que persigue el equilibrio social a través de la
movilización, la permeabilidad y el ascenso, que son los mecanismos inclusivos
que mitigan, gradualmente, la escasez de lo posible y encuentran alternativas
para la solución de problemas haciendo viable el principio de la igualdad de
oportunidades para todos los miembros de la sociedad.
En Venezuela el tema ha sido abordado por los
que nos ocupamos de la actividad política y de la preocupación histórica.
Últimamente se ha convertido en bandera proselitista. Hay una evidente
manipulación de esas fuerzas oscuras que se esconden y enseñan en el perifoneo
nacional, parapetadas al cobijo del poder, que al sentirse débiles más uso hacen
de la arenga incendiaria, del manejo del miedo y de la invasión del otro, que
es tan profunda y peligrosa como la de los espacios físicos. Cuando se politiza
el resentimiento se comete un acto de irresponsabilidad mayúscula. Se crea un
huracán que conoce a los que lo crearon y sin distingo nos pasa a todos por
encima.
Miremos la historia que está llena de esa experiencia traumática que es
la de despertar odiando a los demás sin saber por qué. A eso es a lo que no
podemos llegar por obra y desgracia de la irresponsabilidad del poder.
leandroareap@yahoo.es
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