Desde hace ya varios días, las popularmente
conocidas “canillas” desaparecieron de
los anaqueles de las panaderías y el pan entró también en la ya no tan selecta
lista de alimentos y artículos de
primera necesidad, que los venezolanos debemos
perseguir a diario.
Mientras que en
el resto de los países de
Centro y Suramérica, por no mencionar ninguno de los que traspasan
nuestro perímetro geográfico, aunque haya pobreza, no hay escasez, en Venezuela, donde el
gobierno se jacta de haber bajado los índices de pobreza de la población
significativamente, la escasez de productos para la vida diaria que
anteriormente eran comunes en cualquier
supermercado de la esquina, nos empobrece a todos por igual.
El gobierno ha recurrido, en pleno siglo
XXI, a la vieja estrategia comunista de echarle la culpa a la
burguesía interna y al imperialismo extranjero,
no obstante que ya no estamos en los albores del siglo XX y la Unión Soviética
sucumbió al “capitalismo salvaje”, hace
ya rato, para justificar las privaciones alimentarias que muchos venezolanos
vienen sufriendo desde el año pasado. De
modo que si no se consigue leche o
azúcar, por ejemplo, es simplemente porqué las empresas productoras disminuyeron
su producción o la tienen
escondida para crear una situación que
tumbe al gobierno. Como guerra económica, define el gobierno lo que sucede. El problema es que ya
tenemos supuestamente quince años oyendo
la misma historia de una oposición
golpista que lo único que hace es conspirar
y conspirar.
La oposición alega por su parte, que la falta
de divisas, que es otra de las insuficiencias
que afecta a todos, bien sea para
viajar como para comprar insumos afuera, limita la producción de muchos de los renglones que conforman la dieta
básica del venezolano, por lo que el
tema termina diluido en
la historia sin fin de que el
gobierno si da las divisas pero hay
muchas empresas que engañan a CADIVI; lo que lleva a tomar más
restricciones e incluso a cambiar el
ente regulador o de control cambiario por otro similar, sin que el
problema de fondo se solucione.
Lo normal es que en cualquier parte del
mundo, en un país común y corriente, los ciudadanos, o sea, eso que aquí
solemos llamar pueblo, estén acostumbrados a
obtener del Estado servicios públicos eficientes, luz, agua, transporte, seguridad social, orden, autoridad, entre otras cosas,
y por supuesto, abundancia de comida en los estantes, papel higiénico y
papel para los periódicos. Es la política del “hay de todo”, sean los gobernantes de turno de
izquierda o de derecha. En nuestro país, es al revés. Aquí se aplica la política del “no hay”; no
hay luz, no hay seguridad, no hay
harina, no hay dólares, no hay pasajes aéreos, no hay carros, no hay esto o
aquello. Y aunque parezca mentira, el gobierno tiene seguidores y gana
elecciones. Sin embargo, aún existen personas,
incluso en el chavismo, que pueden llamar a las cosas por su nombre.
Conversaba en días pasados con una señora chavista de pura cepa, es decir, de esas que eran fieles seguidoras de Chávez desde siempre y que cuando hoy en día les preguntas por el presidente Maduro, miran de reojo y te contestan con una
sonrisa, “sigo la línea del comandante
Chávez”. Pues bien, tocando el
asunto de la escasez, me decía esa persona, contestando algunas de mis preguntas, que sí,
que efectivamente la oposición
siempre ha estado ahí haciéndole la vida
imposible al gobierno, que no es nada nuevo, que ya eso ocurría con Chávez; pero advertía una
diferencia, que no dejó de sorprenderme; cuando Chávez gobernaba él no dejaba que llegáramos a esta situación
de escasez en los supermercados, porque Chávez
importaba alimentos de Brasil, de Colombia, de Argentina etc., mientras
que Maduro si lo hace.
Lo que me llamó la atención, fue la manera
con que la señora resumió el
problema y lo redujo a una solución que
es la misma que en cualquier parte del mundo un ciudadano cualquiera hubiera
dado. El gobierno existe y solo tiene sentido para satisfacer las necesidades
de la población. Un gobierno responsable, identificado con aquel objetivo no puede permitir que haya
anaqueles vacíos en los abastos y
supermercados. Salvo, claro está, que la finalidad sea otra.
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