La
vida hay que hacerla extraordinaria. Siempre tengo presente las aleccionadoras
palabras que una noche, en clase, nos dijo nuestro maestro y profesor de
Derecho en la Universidad, Dr. Víctor Hugo Mora Contreras: “Que de ustedes se
sepa algo más que la partida de nacimiento y la partida de defunción.”
A
veces la vida parece sosa. Va pasando sin pena ni gloria. Un día más. Siempre
lo mismo. Pero cada quien puede hacerla imborrable colocando alegría y pasión
en cada acto cotidiano. Hay que resistirse al impulso de ser término medio.
Cada quien tiene unas metas, una individualidad y unas ideas únicas para
surgir. Una persona que quiere ser líder
debe dar la espalda a lo común. Cada día debe empezar con la premisa de que “todo
el que entra por esta puerta puede hacer más.”
Hemos
nacido para la acción, para evitar la pasividad, para hacer y producir cambios,
para influir sanamente en la vida de los demás, para beneficiar al prójimo,
para inventariar ganancias personales y profesionales.
Para
sobrevivir los tiburones tienen que avanzar todo el tiempo. Las personas
necesitan avanzar para que sus sueños persistan. Tal vez no tenemos que hacer
todo en un solo día, pero tenemos que hacer algo todos los días. Como afirma
Carlos Saúl Rodríguez, somos seres actuantes. Cuando asumimos este espíritu de
acción, somos atrevidos, tomamos el rol protagónico en la vida.
Existimos
en el lugar que estamos y nos hacemos sentir. Rodríguez agrega que las personas
que son actuantes, quienes modifican la realidad, dejando enseñanzas y logros,
marcan una huella imborrable. Somos seres actuantes hablando, comprometiendo
nuestro pensamiento, nuestro estatus y nuestra vida.
Sólo
así no caemos en el olvido futuro. Requerimos de hablar, de opinar, de participar,
de estar realmente vivos. Lo contario sería condenarnos a la ausencia total, no
dejando siquiera un recuerdo, un legado, una marca o una enseñanza. Nadie nos
añoraría.
Identifiquemos
las oportunidades de cambio, que siempre están delante de las personas que
tienen decisión de cambio. En la vida no se avanza si no se toman decisiones y
se van realizando cambios. A menudo nos cuesta y son difíciles de llevar a la
práctica. Hay que lanzarse, pero con la debida preparación y medidas de
precaución. Hay que volar, pero no en el vacío.
Los
pasos deben ser firmes. La transformación debe ser para lo que fuimos creados,
para adueñarnos de la realidad y modificarla para nuestro bien y el de los
demás. Pero así como debemos aprender a hablar y actuar, similar actitud
debemos tener para saber cuándo callar. Es un hábito que nos rendirá excelentes
frutos. Uno de los comportamientos más difíciles es saber el momento justo en
el cual, o debemos hablar, o debemos callar. Si hablamos en forma inoportuna,
hiriente, con exagerada crítica, perturbamos, molestamos, interrumpimos y hasta
damos la imagen de impertinentes.
Pero
cuando callamos y resulta que era necesario hablar, se nos puede percibir como
indiferentes y poco comprometidos. Los errores pueden surgir por igual, tanto
si actuamos con protagonismo inadecuado o innecesario, o si dejamos pasar un
momento en el que debíamos fijar alguna posición, expresar una opinión o tomar
las riendas de una situación.
Quizá
el secreto está en las diversas inteligencias que poseemos. Saber escuchar,
pensar dos veces las respuestas, aunque sean breves y simples, aprender,
procesar, razonar, observar, para poder actuar, hablar o callar con propiedad.
En estos casos conocernos bien nos permite más fácilmente anticipar qué nos
puede pasar, para contar con la respuesta adecuada.
Cultivar
el sentido de la prudencia, como nos insistió otro maestro de la universidad,
el Dr. Freddy Vivas Sívoli, nos puede dar beneficios en la vida personal,
familiar, conyugal y profesional.
isaacvil@yahoo.com
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