Nicolás Maduro hace alarde permanentemente
desde que asumió el poder hace ocho meses, de su llamado a la paz e invoca al
pueblo venezolano a evitar la violencia.
No se trata sino de una postura para
simular que su gobierno anda por los predios democráticos, pues en su mismo
mensaje en el que hace este llamado, no duda en utilizar el verbo encendido y
agresivo para quienes políticamente son sus adversarios.
No escatima en su diatriba cargada de asperezas y agresividad descalificar, insultar, agredir, exponer al escarnio público y por último, amenazar a quienes lo confrontan desde la acera de enfrente, por el simple hecho de oponerse a sus desmanes.
Aflora en sus palabras un cierto resentimiento
social, que cargado de su virulento mensaje, constituye un fermento generador
de violencia, sazonado de procacidades y términos incoherentes y soeces, que
poco a poco inducen a quienes se consideran sus legítimos seguidores fieles a
la doctrina socialista, marxista y bolivariana, a no respetar y hasta agredir a
quienes disienten de ellos.
En todos los grupos humanos y comunidades
pueden existir problemas, debemos aceptar que entre más primitivas e ignorantes
éstas sean -y no me refiero a conocimientos académicos o aptitudes
intelectuales- el nivel de sus manifestaciones emocionales que sustenta el
tejido social, las contradicciones, mentiras, injurias e infamias o de hablar
mal del adversario como suele ocurrir en este régimen, ocasiona que los
problemas cada día agraven la situación.
La violencia no resuelve nada, al contrario,
engendra violencia y las víctimas suelen ser aquellas personas que no toman
parte en tales acciones, es decir, los sectores inocentes de la población. Los
violencia desatada y generalizada en este país, tiene además otro origen que lo
constituye la crisis devenida como consecuencia de la ingobernabilidad, por
culpa de un régimen que no ha sido capaz de cumplir con las más elementales
necesidades de un pueblo, ávido de salir de tan espantosa situación económica
por la que atraviesa, por lo que se encuentra desorientado, decepcionado,
burlado, humillado y lo que es peor
hundido en la más espantosa y cruda realidad de un futuro sin horizonte cierto. Un pueblo
que a pesar de contar con una Carta
Magna, que cínica y pomposamente el líder de la mal llamada revolución
bolivariana la calificaba como la mejor del mundo, ha sido utilizada para
cometer las más grandes tropelías que jefe de Estado alguno haya podido
perpetrar.
En los casi 15 años que lleva el pueblo
venezolano gobernado (¿) por el actual régimen y con una constitución de la que
se ufanan sin empacho alguno, ésta no ha servido sino para aplicarla de acuerdo
a sus propios intereses personales y políticos, negándose a ver, entender y
comprender los exabruptos que con ella ejecuta a nombre del pueblo venezolano,
víctima de cualquier laya de males, que todos sabemos es el origen del
retroceso y evidente fracaso de la llamada revolución socialista del siglo XXI.
Hay varios escenarios en los que se genera la
violencia de la que se le acusa a la oposición. En la Asamblea Nacional, la
diatriba grosera, altanera y con voz cuartelera de quien la dirige, rompe la
estructura y naturaleza democrática que se pretende vender a la opinión pública
internacional, pues en su recinto –devenido en una gallera – los insultos,
descalificaciones y brutales agresiones, constituyen el orden del día de l@s
parlamentari@s rojos, rojitos que cuando las voces opositoras tienen el derecho
de palabra, agitan a sus barras llevadas para tal propósito, para sabotear los
planteamientos de quien o quienes
representen al bloque de la Mesa de la Unidad.
Preguntamos entonces: ¿Quiénes generan la
violencia en el país?
Hay que tener tupé para endilgarle a los
medios de comunicación y a las telenovelas de este hecho. Se trata simplemente
de un pretexto para acallar a la prensa, asfixiándola con el retardo en la
entrega de las divisas para la importación de papel y por otra parte, controlar
la programación de las televisoras y cable operadoras aprovechando la fulana
Ley Habilitante, que se ha convertido en una verdadera guillotina para cortar
la cabeza de todo cuanto huela a oposición.
¿Es esta una democracia participativa en la
que existe plena libertad de expresión?.
El pueblo venezolano viene observando desde
hace tiempo, el fracaso de un régimen por falta de políticas públicas, de una
adecuada administración del erario nacional y la conculcación de sus libertades
públicas que abarcan la libertad de expresión, por lo que añora la esperanza y
el día que pueda alcanzar la felicidad y
asegurar el futuro de sus hijos. L@s verdader@s hij@s de Bolívar, no se
resignan ni se resignarán a claudicar ante el oprobio y el baldón. Oprobio y
baldón que los mismos caporales, empezando por el actual inquilino del Palacio
de Miraflores, por cierto severamente cuestionado por su ilegitimidad, están
llevando a cabo para que nos asfixiemos y perdamos el norte de nuestro destino.
Existen impúdicos conflictos de intereses; perversos
conceptos y dañosos criterios en la práctica jurídica en este país, que daña la
buena imagen de las instituciones. El actual clima que reina en el país – por
la violencia e inseguridad - lo que ha originado es más discordias y
enfrentamientos que en definitiva sirven a la causa del diablo, olvidando la
causa de un pueblo que sólo anhela justicia trabajo y salud. Libertad y
seguridad. Libertad para desarrollar sus acciones, seguridad para vivir en paz
y armonía.
Estamos pues en presencia de omnipotentes que
confunden la palabra "inmunidad" para salirse con las suyas en
defensa de sus intereses, porque creen que ésta es un privilegio y una patente
de corzo para evitar ser juzgados, y abusando del poder pasan por encima de las
leyes, se prestan entre otras cosas para el tráfico de influencias, nepotismo y
malversación los dineros públicos, lo cual sumado a la impunidad, nos coloca en
un estado de indefensión y huérfanos del amparo constitucional y democrático.
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas
(CNP-122)
careduagui@yahoo.com // @_toquedediana
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