Algunos dirigentes y analistas
políticos se mueven más en el mundo de la numerología que los estadísticos y
los encuestólogos. Olvidan que la política se apoya en los fríos números de las
matemáticas, pero los interpreta y los trasciende.
Esta verdad la entendió
plenamente Rafael Rodríguez Olmos –identificado con el
oficialismo- quien escribió “La derrota disfrazada de victoria”, artículo publicado en Aporrea.
En él, Rodríguez Olmos les exige a sus compañeros de
partido que no maquillen los datos de la consulta del 8-D y admitan que el PSUV
sufrió un doloroso fracaso, por la sencilla razón de que perdieron la Alcaldía
Metropolitana de Caracas, Maracaibo, Barinas y el municipio Sucre del estado
Miranda. Frente a estos descalabros, se pregunta, cómo sus camaradas pueden
hablar de victoria.
La importancia política y económica de las grandes capitales
donde ganó la oposición es infinitamente superior a decenas de municipios en
los cuales triunfó el gobierno. El 8-D no solo se contaron los votos; también,
se pesaron. Esto lo comprendieron perfectamente los dirigentes del PSUV que le
ordenaron a Tibisay Lucena presentar los resultados de tal manera que el revés
sufrido por el partido quedara oculto tras los fuegos artificiales encendidos
por la presidenta del CNE.
Las
principales ciudades del eje urbano que va de Caracas a Maracaibo, con la
excepción de Maracay, quedaron o pasaron a manos de la oposición. La victoria
en Barinas lleva una carga simbólica particular. El régimen habría cambiado esa
alcaldía, el Día de la Lealtad y el Amor a Hugo Chávez, por decenas de otras
que no encarnaran tanto la admiración al Comandante Supremo.
La
cantidad y calidad de los municipios obtenidos por el PSUV no representan el poder,
ni el control abusivo que el régimen ejerció sobre los organismos del Estado
para que favorecieran a sus abanderados, ni el dominio de los medios de comunicación públicos que les impidió a los
candidatos opositores proyectarse y difundir sus mensajes y programas de
gobierno. Los excesos superaron todos los límites alcanzados en las citas
anteriores. No hubo amenaza o atropello que no cometieran. Los aspirantes opositores
compitieron con unos adversarios que contaban con los recursos de PDVSA,
Corpozulia o Corpomiranda, según fuese el caso. Nunca les faltaron medios de
comunicación, afiches, ni recursos financieros para realizar movilizaciones y
promover sus campañas.
El
peculado de uso y la presión sobre los medios de comunicación independientes
para impedir que se transmitieran los actos de los representantes de la
alternativa democrática, tienen que ser incluidos como parte fundamental del
análisis. De lo contrario, el examen de los resultados arrojados por la cita
del pasado 8-D quedaría incompleto. Podría parecer como si los números que nos
desfavorecieron, por ejemplo, en Los Teques, fueron el producto de una
equivocación táctica y estratégica de Henrique Capriles, y no del plan
deliberado de Nicolás Maduro y Elías
Jaua para taponar los recursos financieros de la gobernación del estado, para
entregárselos al “protector” de Miranda. Podría parecer que las elecciones
municipales tuvieron lugar en unos rutinaros y tranquilos cantones suizos, y no
en la erizada Venezuela, donde gobierna una pandilla cubano-madurista que
desprecia la democracia y se vale de todas las artimañas posibles para
preservar el poder.
Constatar
los desequilibrios existentes no debe servir para justificar los errores que se
cometieron. Las fallas hay que diagnosticarlas y corregirlas. Pero dedicarse al
automartirio no conduce sino a la depresión, a la parálisis y a la
desmoralización. A la alternativa democrática le conviene convencerse de que el
gobierno fracasó en su intento de adueñarse de las alcaldías más importantes en
el plano político. El fiasco del régimen se tradujo en el éxito de una
oposición que trabajó en condiciones precarias y desventajosas. Las victorias
de la alternativa democrática están marcadas con el sello del heroísmo, pues se
obtuvieron venciendo todos los obstáculos colocados por la todopoderosa
maquinaria del Gobierno y el Estado, que movieron cielo y tierra para invisibilizar
a los aspirantes de la oposición, arrinconarlos y asfixiarlos financieramente.
Si
el análisis político ignora el contexto donde las distintas fuerzas actúan, se
convierte en un fastidioso e inútil ejercicio académico. Masoquista, de paso.
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