miércoles, 25 de diciembre de 2013

SAUL GODOY GOMEZ, DORMIR Y SOÑAR

Los leones duermen 20 horas, los tigres y las ardillas 15, los elefantes de 3 a 4 horas y las jirafas una hora y media cada noche. Hitler, Stalin y Napoleón dormían muy poco, este último decía de los que dormían diez horas que eran unos idiotas, Einstein dormía frecuentemente y largo.

Lo que la ciencia ha encontrado es que por cada dos horas de estar despiertos, los humanos necesitamos una hora de sueño.

Al dormir se le ha dado un sentido cultural tan relevante que la ciencia se ha encargado de ir despojando de su importancia; dormir es una función biológica del cuerpo humano que nada tiene que ver con los significados que le hemos atribuido, por ejemplo, no necesariamente quien se levanta más temprano es más virtuoso, rinde más en su trabajo, Dios lo ayuda y otros lugares comunes.

Los sueños son un mundo mucho más complejo que lo que Freud pudo imaginar, tienen su propio mecanismo de activación, siguen un protocolo con sus tiempos y etapas… es apenas en los últimos 20 años que hemos descubierto cómo invertimos un tercio de nuestras vidas durmiendo y cuál es su función.

Los estudios sobre el dormir y los sueños han ocupado una buena parte del tiempo de importantes centros de investigación en el mundo, desde el interés militar por averiguar los efectos de la privación del sueño en la efectividad operacional de sus soldados, hasta los estudios sobre la narcolepsia en los accidentes de tránsito, pasando por los estudios simbólicos de la imaginería en pesadillas y sueños en criminales violentos y la importancia del bien dormir en los procesos de curación en pacientes traumados.

Se ha descubierto, nos dice David K. Randall en su libro Tierra de Sueños, que dormir implica al menos cinco diferentes etapas de aproximadamente 90 minutos cada una; la primera puede ser tan leve que nos despertamos y no nos enteramos que hemos estado durmiendo; en la segunda etapa ya se produce ondas cerebrales del sueño de corta duración, si nos despiertan sentimos que hemos estado dormidos; ya con la tercera empieza el viaje que nos aleja de nuestro estado consciente, se producen las llamadas ondas Delta en forma de emisiones rítmicas; en la cuarta etapa las ondas se hacen lentas; finalmente entramos en el sueño profundo cuando empezamos con la actividad REM (Rapid Eye Movement) el movimiento aleatorio de nuestros ojos debajo de los párpados cerrados, es cuando se produce la mayor parte de nuestros sueños y, si nos despiertan, nos sentimos desorientados, incapaces de responder preguntas básicas, todo lo que deseamos es volver a dormir.

Hay una diferencia entre dormir y soñar, aunque ambos conforman piezas de un mismo estado del ser; son dos actividades diferentes que tienen un aspecto en común, la ausencia de la conciencia y, aunque nos han enseñando que cuando el cuerpo duerme la mente descansa, la verdad es otra, un conjunto intrincado de operaciones mentales, metabólicas y hasta celulares se activa una vez que cerramos los ojos y nos olvidamos de nosotros mismos.

Cada uno de nosotros tiene un cronotipo propio, es decir, un tiempo interno que marca nuestros ciclos de actividad y descanso, de conciencia y sueño, contamos con varios “relojes circadianos” que se ajustan a varias actividades biológicas, entre ellos el que se rige por el Núcleo Supraquiasmático, una región en el cerebro que regula la actividad hormonal y neural en los mamíferos; tenemos relojes biológicos, incluso a nivel genético para la producción de proteínas.

Según el cronobiologista alemán Till Roenneberg, estas diferencias se constituyen no sólo en estilos de vida, sino en ventajas sociales, lo que puede verse muy claramente en sociedades agrarias e industriales, los ritmos de vida son diferentes, los valores son diferentes.

En el pasado reciente del hombre, levantarse con los primeros trinos de las aves y acostarse con la salida de las estrellas en el cielo nocturno, marcaban un tipo de vida que nada tiene que ver con los ambientes artificiales que hoy conseguimos en nuestro mundo, una interconectividad las 24 horas con el mundo cibernético y la televisión por subscripción, una red mundial de información, actividad constante, repercusiones inmediatas de sucesos que afectan nuestras vidas, entretenimiento que viene en paquetes de 300 canales con posibilidad de acceder a miles de juegos, películas, series, música, conciertos, libros, revistas, conferencias, mercados, deportes…

Vivimos en un mundo de constantes estímulos, nuestra atención es reclamada por una plétora de actividades que nos ha impulsado a convertirnos en homos multitasking, en tribus de viajantes en vuelos trasatlánticos y presos del jet-lag saltando de un uso horario a otro, en insomnes participantes de fiestas Raves que duran días, en trabajos que se prolongan hasta las horas chiquitas de la madrugada, pegados a una pantalla y con el celular en la mano.
Ya nadie se acuesta a la misma hora, los turnos de trabajo se han diseñado incluyendo la noche, pero, a pesar de todo, seguimos pensando como si viviéramos en el campo, viviendo una vida rural, planificando nuestras actividades para aprovechar la luz del día.
Roenneberg nos advierte que existe un social-lag, que a diferencia del jet-lag, es crónico y nos puede desajustar hasta enfermarnos y, probablemente, matarnos.

Uno de los descubrimientos más importantes de los estudios sobre el sueño es que los cronotipos varían con la edad, los bebes se despiertan muy temprano, los adolecentes se convierten en seres nocturnos y es alrededor de los veinte años que vuelven a ajustarse a los ritmos diurnos, las personas de la tercera edad vuelven hacerse nocturnas, con algunas siestas en el transcurso del día.

Los estudios han encontrado que los adolecentes concilian el sueño en las horas de la madrugada, como lo hacen los roedores, por lo que naturalmente les cuesta levantarse temprano, hayan fiesteado o no, por eso hay un movimiento en países desarrollados para tratar de que los muchachos inicien la escuela un poco más tarde, una hora más de sueño para un adolecente significa una enorme diferencia en ser productivo y eficiente en la escuela, un adolecente necesita entre ocho y diez horas de sueño para que esté en condiciones optimas, robarle esas horas de descanso afectan su motivación, el proceso de aprendizaje y hasta hábitos alimenticios (ingesta de azúcares y carbohidratos).

El sueño, que hoy se hace en inmejorables circunstancias - lo digo por los buenos colchones y almohadas, por la cómoda ropa para dormir que existe, por las habitaciones insonoras y climatizadas al gusto - se ha convertido en la mejor de las medicinas preventivas, pero las distracciones abundan y cada hora de sueño que le robamos al cuerpo, es reclamada inexorablemente por nuestra mente, so pena de entrar en un desbalance que rompe con nuestro equilibrio psicosomático.

Recordemos que, en el siglo XVIII, los trabajadores de las fábricas en Inglaterra preferían dormir sentados en unos bancos, con cuerdas que les sostenían los brazos, posa barbillas que sostenían sus cabezas, a tener que regresar a sus hogares para cazar las ratas que los despertaban, o quitar los piojos de la cama porque no los dejaban dormir.

Es por todo esto que una de las maneras de conocer a las personas es, dime como duermes y te diré quién eres (y hasta cuanto vas a durar) – 

saulgodoy@gmail.com

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