La
fotografía de un General del Ejército distribuyendo propaganda electoral,
generó un escándalo durante las elecciones municipales de 1995 en Perú,
comicios que se celebraron bajo sospecha y acusaciones de fraude que recaían en
el Primer Mandatario Alberto Fujimori. Igual que durante su reelección, el
signo de esta campaña fue la abusiva intervención de las FAN, la corrupción y
“la inescrupulosidad y poco respeto por las reglas del juego democrático
atribuidos al presidente y su entorno”, algo que fue muy bien documentado por
Fernando Rospigliosi en varias publicaciones. Tristemente, todo esto nos
resulta familiar en Venezuela.
“Con
todo el apoyo” fue el slogan oficialista en la capital, sugiriendo que si
ganaba el candidato de Fujimori, la ciudad recibiría recursos del gobierno
nacional. De lo contrario, podía repetirse la historia del Alcalde Ricardo
Belmont, quien fue víctima de represalia política por no estar alineado con el
régimen. Algo similar a lo que hicieron con Antonio Ledezma y la Alcaldía
Metropolitana, sin importar las consecuencias para los caraqueños. El argumento
del dictador Fujimori fue el mismo que usa hoy Nicolás Maduro y los
gobernadores oficialistas, otra triste coincidencia. El pueblo estaba hastiado y ante su elocuente
molestia, el gobierno asustado movilizó tropas y maquinaria pesada para recoger
la basura que antes no habían recogido, salieron a hacer nuevas promesas y a
repartir toda clase de “regalos”, apuntando que el oficialismo debía ganar para
que todo eso continuara. Nada distinto a
lo que está pasando en nuestro país.
Espero
que el resultado tampoco sea diferente. El pueblo peruano decidió correr el
riesgo de que el gobierno nacional asfixiara económicamente a los municipios
pues a fin de cuentas, ya vivían asfixiados por el autoritarismo del régimen,
su incompetencia y corrupción. Buscaba soluciones, exigía cambios. No aceptó
falsas promesas, ni se dejó chantajear por regalos y le propinó una contundente
victoria a la oposición. Este triunfo electoral fue decisivo para la posterior
salida de Fujimori del poder por la vía democrática y para impulsar el cambio
que anhelaba el pueblo peruano. Quedó claro que no es cierto que “dictadura no
sale por votos” y que cuando un pueblo decide cambiar, no hay nada que lo
detenga. Esta experiencia –igual que la victoria de la concertación chilena
contra la dictadura militar de Pinochet o el triunfo de Violeta Chamorro sobre
Daniel Ortega y su revolución cubano-nicaragüense- deben servirnos para valorar
la importancia del voto este 8D. Esa es la única cola que vale la pena hacer en
Venezuela.
Twitter:
@richcasanova
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