Entra a la historia de nuestro siglo con el reconocimiento universal, como pocos lo han hecho por sus grandes virtudes humanas y políticas, ciudadanas y éticas, por lo trascendente de su causa, la magnitud del sacrificio, la ejemplaridad de sus acciones, el alcance de sus resultados y el modo de obtenerlos, Nelson Mandela.
Su nombre queda inscrito entre los grandes hombres de este tiempo, esos que fueron capaces de transformar la historia por su manera de anticipar y construir las nuevas realidades, y hacerlo sin destruir a otros, sino en la forma ejemplar de inspirar y conducir el destino de una nación.
Son contados los casos en que la adversidad y la injusticia produce en la naturaleza y en los actos de un individuo respuesta tan extraordinaria, esa que trasciende los ordinarios límites de la venganza y el desquite, y que al evidenciar los profundos males de su tiempo los denuncia en toda su implicación moral, los padece con elevado sacrificio, hasta que logra evidenciar toda la indignidad, avergonzar al otro, justificar que el bien se imponga con la autoridad inobjetable de la razón y la verdad, contra la cual sólo puede oponerse la más baja obediencia, la peor violencia, el más horrendo crimen.
Los sistemas y regímenes de opresión terminan por deslegitimarse en la conciencia pública que en lo interno y en lo externo los reprueba y condena, resultado infamante su presencia en una sociedad que cada vez se opone a formas de despotismo, autoritarismo y totalitarismo en lo político, a privilegios y explotación en lo económico, a la intolerancia y discriminación en lo colectivo.
No obstante que en sus comienzos Mandela se acercó al comunismo como forma de lucha, bien pronto se deslindó de sus propuestas y sus métodos, advirtiendo que: "Estábamos inspirados por la idea de una república democrática en la cual todos los sudafricanos gozaran de derechos humanos sin la menor discriminación; en la cual africanos y no africanos pudieran vivir en paz, compartiendo una nacionalidad común y una lealtad común a este país...".
Comprendió a tiempo la necesidad de superar la violencia y el modelo insurreccional, edificar una democracia durable y el desarrollo de una política contraria al: "apartheid" pero, al mismo tiempo, de renovadora y auténtica integración social. Observó la necesidad de las transformaciones humanas y escogió adecuadamente el método, prefirió a la ruptura el cambio, propició el diálogo y la negociación, dio prioridad a la unidad nacional en vez de la irremediable división.
Nelson Mandela no ejecutó una revolución sangrienta, una guerra civil, un abismo de separatismo y exclusión, exilios y desplazamiento poblacional, como muchos que ahora destruyen a sus pueblos por sus ambiciones de poder, imponiendo un régimen político sostenido por la fuerza y la negación de los derechos de las minorías y de las mayorías. Por el contrario, el proceso político y social liderado por Mandela, fue de carácter verdaderamente democrático para superar la violencia, la injusticia y el atraso de un sistema de dominación, discriminación y exclusión.
Mandela respaldó el contenido de esa lucha cuando en Kliptown, en 1955, aprobaron: "The Freedom Charter" (La Carta de la Libertad) en la cual indicaron que: "Africa del Sur pertenece a todos: a los negros y a los blancos y ningún gobierno puede reclamar su autoridad si no está basado en la voluntad del pueblo". Ese mismo concepto fue ratificado en 1964 al describir la orientación de su acción política: "He luchado contra la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He promovido el ideal de una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas puedan vivir en armonía y con igualdad de oportunidades".
Su ejercicio como presidente demostró consecuencia con aquel ideal que 27 años de cárcel no modificó, estando dispuesto a unificar, a propiciar el diálogo justo y fecundo, establecer la convivencia entre unos y otros, como es propio de líderes demócratas y de las sociedades democráticas. Mandela permitió el libre desenvolvimiento de su país, refrendó una constitución democrática, fue ajeno a ataduras personalistas, no se enseñoreó en el poder, prestigió a su nación internacionalmente.
"En todo el mundo hoy en día, los hombres y las mujeres están siendo encarcelados por sus creencias políticas...". "Hay demasiados líderes que reclaman la solidaridad con la lucha de Madiba por la libertad, pero no toleran la disidencia de su propio pueblo", ha referido el presidente Obama en su homenaje, señalando a los viejos y nuevos opresores y oprimidos de este tiempo.
"Ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás", nos enseña Mandela, resaltando los deberes y derechos propios y de otros que debemos defender en el largo camino de las reivindicaciones humanas.
Honra a la memoria de Mandela y a hombres que luchan por ser libres.
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