No importa la
alharaca que monten a través de los canales de su hegemonía comunicacional, el
Gobierno rumia en sus entrañas un preocupante resultado. Particularmente al
PSUV le fue muy mal, ni siquiera logró los cinco millones de votos que la
mayoría de los analistas políticos consideran es el tamaño de su clientela
cautiva
(empleados públicos, beneficiarios de su misiones, etc.).
Quizás la
arriesgada estrategia “DAKA” les reportó algunos dividendos electorales, pero
estos quedaron sepultados por el tsunami que se les viene en contra: el
creciente descontento en sus seguidores derivado de una crisis económica que ya
se les ha ido de las manos.
Me comentaba un
amigo, muy informado de las interioridades del otro lado del muro, que en una
elección anterior: el 70% de los electores en un nuevo urbanismo cuyas
viviendas habían sido regaladas por este régimen no habían acudido a las urnas.
Que a ellos les preocupaba esa “deslealtad”. ¿Y qué les extraña? Si este
socialismo ramplón lo que ha servido es para criar una clientela dependiente
que pide más y más, porque no dispone de medios propios para afrontar su
permanente crisis vivencial. Y cuando ya no se les puede continuar dando, responden
como castigo con total indiferencia electora.
Dame, dame o sino no voto. Se
sienten defraudados, con o sin razón, todavía no sienten la motivación de poner
sus esperanzas en una opción del otro lado del muro, pero al oficialismo ya no le
quieren votar. En una parroquia eminentemente chavista (Miguel Peña en el
Municipio Valencia), la participación bajó de un 80 a un 52,5 por ciento de las
presidenciales de abril a este 8D.
Una emblemática demostración del castigo
abstencionista que propinó un creciente sector otrora pro oficialista: ¡que
tiene su explicación! Quizás no tan descarnada como la que les he bosquejado,
con diversas variantes, pero todas contentivas de un factor común: el nefasto
impacto de la crisis social y económica que a ellos más les afecta.
Y la abstención del lado opositor: ¿Cómo se
explica? Porque vamos a estar claros, la oposición representada en la MUD
también tuvo su descalabro. Se puede matizar: no tuvo prácticamente acceso a
los medios de comunicación; los recursos de los que dispuso para hacer campaña
brillaban por su blanca palidez frente a la grosería de dispendio electoral del
Gobierno (ayer estuve en Caracas y lo de los afiches de Villegas rayaba en lo
grotesco e inmoral); el CNE se dejó irrespetar hasta límites nunca vistos,
permitiendo una campaña que podríamos proponer para el libro de records
mundiales de Guinness por su inequidad.
Todo lo anterior es verdad, pero por otra parte: La crisis no es un “coco” que
está por venir. Ya la tenemos instalada en nuestros predios y con tendencias
claras de evolucionar hacia daños verdaderamente severos a nuestro modo de
vida. Nos ha empobrecido y nos va a empobrecer
aún mucho más. Además, ya hemos sido testigo de las respuestas absurdas que
este gobierno diseña para hacerle frente. ¿Qué más nos resta por ver?
Por esto
y porque en esta etapa de crisis siempre he supuesto que el voto opositor tiene
en promedio un mayor nivel de educación y por ende: mayor capacidad para tomar
conciencia sobre el tipo de sociedad hacia la cual se nos quiere conducir, es
que no lograba entender, esa noche del 8D, que de los más de siete millones
trescientos mil electores que votaron por Capriles en abril, la votación opositora
fuese tan menguada por la abstención.
Así lo puse en
un “tweet” y alguien me recomendó que al calor de tan frustrantes resultados
mejor era: no exteriorizar opinión. Pero continuaba preguntándome: ¿Era errada
mi premisa de que todos esos opositores de abril debían tener, ahora, mayor
conciencia de las razones por las cuales a este gobierno había que propinarle
un nocaut electoral?
Para mí era como si en una pelea de boxeo, tuviésemos al
contrario mareado, propenso a caer a la lona si le propinásemos un buen golpe,
y nos abocáramos a dar saltitos mingoneando para permitirle que se mantuviese
en pies hasta el final del round. Por supuesto, una imagen metafórica, como
simbólica y muy acertada era la tesis de asumir estas elecciones como un
plebiscito. No iba a sacar a Maduro de la Presidencia, obviamente, pero lo iba
a frenar en sus intenciones que, por lo demás, a estas alturas ya están
claramente develadas (por si acaso todavía alguien tenía dudas al respecto). ¿Qué
tan diferente sería hoy el ambiente político en el país si la Oposición hubiese
obtenido al menos unos seis millones y medio de votos?
La tesis
plebiscitaria tenía además la virtud de sobre imponerse por encima de algunos
niveles de ruido opositor ocasionado por el descontento con relación a algunas candidaturas
locales. El caso de Evelin Trejo en Maracaibo es un ejemplo emblemático: si la
motivación anti gobierno no hubiese movilizado a muchos hacia las urnas, otro
gallo estaría cantando en ese patio cuyo potencial opositor fue desaprovechado.
Otro tanto, aunque en menor medida, podría decirse de Cocciola en Valencia,
aunque haya resultado victorioso por un buen margen (seguramente habrá otros
ejemplos, pero me refiero a dos escenarios sobre los que dispuse de suficiente información).
Al final, ese sentido de urgencia que pretendía transmitir el mensaje
plebiscitario de La Unidad no cuajó en su totalidad y no queda más remedio que
tratar de entender lo que me resistía a entender esa noche de duros insultos contra
los opositores que no votaron.
Eso sí, sigo negándome a creer que el único
argumento explicativo sea la naturaleza local de las elecciones. Esto podría
ser válido en el caso de un país en circunstancias políticas y económicas
normales y ese no es, ni remotamente, nuestro caso.
Por razones de
extensión, me atreveré a proponer sólo dos temas a considerar en el análisis de
las posibles causas de la abstención opositora (por supuesto que hay otros): la
desconfianza en el CNE es uno. Aunque se han desarrollado buenos argumentos
para motivar el voto como vehículo para derrotar también esa evidente
parcialidad del árbitro electoral, se observa que la duda sigue haciendo mella
en muchos electores. El otro es el agotamiento del modelo MUD como plataforma integradora de las fuerzas democráticas. Es evidente que ha crecido un sentimiento disidente sobre la forma cómo se está conduciendo a la Oposición – a lo mejor sigue siendo la adecuada, pero requiere de su legitimación en un escenario de mayor participación democrática. Esto lo reflejan los resultados del 8D: un crecimiento nada desestimable de los votos obtenidos por grupos opositores al Gobierno que actuaron fuera de la MUD (casi un 20%). Algunos pretenden agotar la discusión acusándolos simplemente de divisionistas. ¿Por qué no pasearse por el argumento de que no se dio la adecuada acción política que permitiera alinearlos en una estrategia unificada? ¿Hasta cuándo una cofradía de partidos puede tener el derecho exclusivo de decidir sobre candidaturas sin que otras fuerzas opositoras se sientan que sus propuestas y liderazgos no son tomadas en cuenta?
Fue ese 20% adicional lo que permitió matizar el resultado final: la Oposición ganó, sí, pero fue una victoria pírrica y no podemos darnos el lujo de repetirnos en este esquema. Por esto es que urge un esfuerzo serio de reorganización de las fuerzas democráticas, pero esto será ya objeto de consideración en otro artículo.
Asdrubal Romero
asdromero@gmail.com
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