lunes, 9 de diciembre de 2013

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, DEL ODIO A LA INEFICIENCIA, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL

A decir por la mediocridad que reviste la realidad venezolana, gobernar dejó de ser lo que la nueva ciencia política.

No puede pensarse que gobernar es un problema que resuelve las emociones. Más, en medio de situaciones cuyo nivel de susceptibilidad puede enturbiar todo propósito en la dirección de generar algún resultado loable. Cuando se gobierna a partir de presunciones, no hay distancia alguna que separe lo mal de lo peor. 

Todo lo pretendido, cae en la más profunda oquedad. Y aunque la razón de Estado no debe oponerse al estado de la razón, parafraseando al monarca Carlos V, resulta absurdo no sólo entender el problema de gobernar desde una concepción ligeramente elaborada. Sino también, desde la adulancia y el provecho propio por cuanto desde dicha postura no luce difícil dejarse arrastrar por las trampas mediáticas que utiliza un gobierno desprovisto de principios democráticos para derruir valores morales. Y en consecuencia, arrasar con el horizonte de posibilidades de desarrollo al cual tiene derecho una sociedad emprendedora y con conciencia de sus libertades.

No obstante, a decir por la mediocridad que reviste la realidad venezolana, gobernar dejó de ser lo que la nueva ciencia política explica. Particularmente, cuando habla de la gobernabilidad como resultado de un proceso de gestión basado en la conjugación de variables que tocan factores económicos, sociales, tecnológicos y hasta culturales estrechamente entrelazados en el contexto de una sociedad compleja crecientemente globalizada. Pareciera obviarse que la acción de un buen gobierno, compromete razones y condiciones que determinan  la eficacia de los procesos atinentes.

Pero en este país, donde impera la improvisación aunada a resentimientos de la más baja calaña, el problema se exacerba al compás de la desvergüenza asumida por altos funcionarios. Esta situación ha provocado decisiones de efectividad nula por lo que se han empeñado en mostrar realidades en contrario apoyados en un despliegue propagandístico cuyo derroche de recursos ha servido para estimular la corrupción cuyos niveles superan cualquier estimado por avezado que sea. Sin embargo, frente a lo que estas verdades implican cuando se calibran con el arbitrio de los principios, deberes y derechos que consagra la Constitución Nacional, ¿qué puede decirse al momento de “justificar” arbitrariedades o excesos cometidos en nombre del socialismo chanflón que el régimen pretende imponer con el concurso de actores políticos y factores institucionales cómplices de una letal jugada contra el Estado de democrático y social de Derecho y de Justicia?

Los problemas que marcan a Venezuela no tienen más acentuado su origen en ideologismos de imprecisos contenidos o de desgarradores propósitos, que en la intriga y el egoísmo de quienes detentan posiciones de alto gobierno. Cuando estos valores sirven de instrumentos de acción en momentos de necesidad nacional, los resultados son desastrosos pues terminan convirtiendo la sociedad en subordinada de la degradación física, cívica y moral encubierta en la actitud populista de estos sórdidos personajes de marras. Y por supuesto, tan nefastas realidades se tienen cuando se viven situaciones que van del odio a la ineficiencia.

VENTANA DE PAPEL

“PALO ABAJO”

En Venezuela es corriente el empleo de la frase “palo abajo” a manera de significar premonitoriamente que algo va mal o que saldrá mal. Precisamente, decir que el país va “palo abajo”, es lo que cualquier persona con un mediano sentido común puede asentir luego de escrutar lo que está ocurriendo. En lo económico, el régimen ha seguido esquemas trasnochados a consecuencia de la necedad de quienes han estado al frente de la conducción política nacional.
Esta gente, improvisada en términos de preparación y disposición, no ha tenido la menor intención de inducir reacciones determinadas a partir de del esfuerzo mancomunado que encauce una generación y distribución de riquezas producidas desde la organización de un modelo económico que no se intimide ante el libre juego de oferta y demanda para lo cual el gobierno solamente tendría la tarea de controlar y evaluar su impacto con el concurso de políticas públicas adecuadas y pertinentes. En lo social, el régimen se ha avocado a incentivar la mediocridad toda vez que se tiene como seguro “caldo de cultivo” de actitudes macilentas que tienden a quebrantar la voluntad de superación personal tanto como el sentido del orden y de la ética en el comportamiento del venezolano.
Por tan crudas razones, el país ha entrado en un tiempo de mengua cuya influencia ha determinado que la sociedad haya adoptado posturas marcadamente controvertidas. En consecuencia, las realidades se exasperaron de tal forma que muchos viven ahora pensando que el bienestar social es una reconquista producto del derecho natural y no una reivindicación derivada por el trabajo y el deber que se adopta de cara al esfuerzo propio del individuo. Estas degeneraciones vistas como aberraciones paridas por el régimen, han revertido importantes condiciones alcanzadas en el curso de un período de importantes luchas sociopolíticas y socioeconómicas que permitió la democracia.
Ahora, con la alteración inducida por el oprobio del régimen favorecido por la descabellada acumulación de poder, el país ha venido desbaratándose pues el mismo régimen ha sido el artífice del desaliento que se ha instalado en buena parte de su población. Y es lo que hace que la indiferencia prevalezca por encima de la justicia, la tolerancia y el pluralismo político. Con tristeza hay debe aceptarse que el país viene “palo abajo”.

¿CON QUÉ MORAL?

La muerte del expresidente sudafricano y líder de la democracia e icono mundial de la reconciliación, Nelson Rolihlahla Mandela, conocido en su país como Madiba, conmovió al mundo entero. Todos los países con sentido de pertinencia de los valores morales sobre los cuales descansa el desarrollo político, económico y social de una nación, declararon duelo público. Sin embargo, otros países como Venezuela se atrevieron a hacer lo mismo sin que sus gobiernos asuman efectivamente un ejercicio de la política en la dirección de los fundamentos de justicia social que defendió Mandela a pesar del costo personal que para él significaron casi treinta años de prisión.
El régimen criollo decretó tres días de duelo lo cual es casi una apología de la hipocresía que si bien pasa por un hecho de particular diplomacia, constituye una afrenta al sentimiento democrático de quienes, como Madiba, dedicaron su vida a reivindicar principios y derechos que exaltan las libertades del hombre en todas sus manifestaciones. Entonces, más que la declaración de un duelo de pura figuración, ha molestado esa burla hacia el concepto de lucha que encarnó Nelson Mandela en su entrega a combatir el régimen racista del apartheid o segregación racial que  esconde manejos de perversa política.
Quienes respiran sentimientos de democracia en el país, han objetado tan farsante declaratoria elevada por el régimen cuando su praxis adelanta procedimientos determinados por todo lo contrario a lo que exhortó en vida el expresidente Mandela. No hay razón alguna que justifique tan grotesco engaño. Un sistema político como el venezolano, caracterizado por una sed de venganza, de terrorismo judicial y de crasas arbitrariedades, ha caído en el ridículo pues nada de lo que decide es comparable con lo que distinguió el discurrir político, social y moral de Mandela. Un hombre grande en todo el sentido de la palabra. Insigne como "Mahatma" Gandhi, Martin Luther King o Juan Pablo II.
Un verdadero líder, que siempre luchó, no sólo por la libertad, sino también por la paz a partir de su bondad. Sin odio alguno. No como esos falsos líderes y patéticos payasos que han estado delante de maquinarias de gobiernos latinoamericanos. Almas llenas de odio y resentimiento, que sólo dejaron un amargo legado de división, penurias y discordias. Así que no hay forma de disculpar el decreto de duelo del régimen toda vez que sus acciones instigan odio, exclusión y violencia de toda naturaleza. ¿Cómo estos gobernantes indecentes, se han atrevido a dictar tal consideración? ¿Con qué moral?


“Un mal gobierno es como un dolor de cabeza. A pesar que el malestar reduce posibilidades de acción, la visión del mundo se constriñe a tal punto, que las decisiones tomadas casi siempre resultan equivocadas” AJMonagas


Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com


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