Persisto en mi intento por explicarme y
explicarles las razones profundas de nuestro gran fracaso como nación y país;
no es posible, ni siquiera justificable por ningún argumento, que un país
petrolero, con las reservas energéticas, supuestamente, más grandes del mundo,
se encuentre en la situación de quiebra y desmoronamiento institucional en que
nos encontramos al día de hoy.
Éramos en Latinoamérica, hasta hace poco, la
democracia más antigua y la de mayores éxitos en la región, lo que jamás nos
garantizó su prevalencia, por la sencilla razón de que la democracia es un
trabajo de todos los días, de muchos, no de pocos; es una labor de afianzar
libertades, desarrollar oportunidades, permitir que sean legión los que fueran
propietarios, tuvieran éxito en sus emprendimientos, recibieran educación de
primera y participaran, sintiéndose protagonistas en la construcción del Estado
Venezolano.
Pero nuestra democracia empezó a fallar
cuando los gobiernos, los partidos políticos, sus líderes y las élites se
dejaron llevar por la tesis del Estado fuerte; la tentación era enorme, el
Estado era el dueño de la riqueza petrolera y en la medida que las entradas de
dinero se hicieron más copiosas, los funcionarios empezaron a cercar sus
dominios para evitar la participación del resto de los venezolanos, y como ya
el germen del socialismo estaba sembrado en nuestra psique como la ideología
“más justa y humana”, fueron las políticas del Estado Benefactor las que se
privilegiaron, para “una justa redistribución de la renta petrolera”, que no
era otra cosa que alimentar con dineros públicos una base clientelar del partido
de gobierno, de allí al populismo lo que había era un pasito.
Efectivamente, la construcción diaria de la
democracia dejó de ser una prioridad; la presencia del Estado era avasalladora,
hubo grupos y pactos para la alternabilidad en el gobierno, y fue cuando la
corrupción se hizo virulenta; no era para menos, el dinero entraba a chorros y
cada vez había más razones para robar; como observó un destacado político, la
única condición era cumplir con las dadivas para el pueblo, las cuales,
proporcional y efectivamente, eran cada vez menores.
Ese socialismo de discursos y de oficina, de
presupuestos para obras públicas para mejorar servicios, se hizo atractivo para
la avaricia de muchos y la corrupción los contaminó, de modo que el grueso de
la población se alejaba cada vez mas de los valores de libertad y democracia;
se descuidó peligrosamente su educación, salud, alimentación, vivienda, y el
pueblo creció mirando cómo los funcionarios de turno llegaban al poder y salían
ricos, se enteraban de los grandes negociados, donde muy pocos se forraban de
dólares, veían los privilegios groseros de quienes se decían representantes y
les habían enseñado a estirar la mano y pedir.
Paralelamente a ese desbarajuste social, los
enemigos de Venezuela en el exterior, principalmente Fidel Castro en Cuba,
tenían como objetivo apoderarse de su vecino rico; la democracia venezolana le
estaba ofreciendo al dictador cubano, en bandeja de plata, un pueblo
mayoritariamente pobre, ignorante y oprimido, e intentó varias veces y por diferentes
caminos hacerse con el poder.
Este esfuerzo de los cubanos fidelistas
rindió sus frutos cuando un grupo de venezolanos, de la izquierda
revolucionaria, inauguró el camino de la violencia con los movimientos
guerrilleros.
Hacemos de nuevo el señalamiento: Venezuela,
en su modernidad, jamás fue capitalista, ni permitió el libre juego de la
oferta y la demanda en un sistema de mercado, siempre estuvo sujeta al yugo del
pensamiento socialista, de allí que, por mucho tiempo, sus libertades
económicas estuvieran suspendidas o reguladas, el hecho que su industria
petrolera copiara el modelo de las empresas petroleras internacionales no nos
convertía en un país capitalista; igualmente, el régimen de la propiedad
privada siempre estuvo sujeto a los vaivenes de la política, este derecho
permanecía supeditado a la voluntad de los gobernantes de turno, quienes lo
otorgaban o lo quitaban a su conveniencia, a una gran parte del pueblo jamás le
estuvo permitido disfrutar del derecho de propiedad a plenitud, no había
títulos sobre sus inmuebles, no había registro, por lo tanto, jamás fueron sus
propiedades parte de su patrimonio, ni reconocidas por el sistema financiero.
Ese socialismo fatuo, irresponsable,
“democrático”, fue una de las razones principales para que se fuera
desarrollando en nuestro país un desprecio supino por el libre emprendimiento y
la propiedad privada; la idea del un Estado Fuerte estaba acendrada en la
psique del venezolano, aunque, a pesar de todos estos inconvenientes y trabas,
floreció un sector privado importante, se desarrolló un parque industrial y de
comercio nada despreciable, se estableció un muy sano consumismo entre la
gente, la variedad de la oferta
cultural, informativa y del entretenimiento que disfrutábamos, contribuiría a
mantener el comunismo a raya.
Este sistema, que algunos expertos llaman
“Mixto”, un híbrido entre socialismo y capitalismo, más socialismo que otra
cosa, con su tendencia paternalista hacia un pueblo que sólo era importante al
momento de las elecciones, es lo que los venezolanos hemos conocido hasta el
momento, por lo que es una mentira y una manipulación mal intencionada echarle
la culpa al capitalismo de nuestros males; aquí el verdadero culpable es el
socialismo, una tara mental que todavía afecta a buena parte de los venezolanos
y que impide el desarrollo de la persona, favoreciendo el colectivismo, a la
manada.
Nuestra tradición democrática se complace en
presentarnos a una serie de grandes señores que, desde la política, le han
servido la cama y la mesa al barbudo caribeño en sus planes colonialistas
comunistas; a mí, en lo personal, me produce una ineludible repulsión ver a
tanto joven “comiendo” de esta ideología basura, como si se tratara de lo mejor
que les ha sucedido, repitiendo como discos rayados las consignas del momento y aparentando ser
buenos cristianos, mientras les roban la libertad, el trabajo y la conciencia a
sus hijos, padres y hermanos.
Este sistema “Mixto” sólo ha servido para
alimentar la fantasía, los vicios y las oportunidades de los grupos radicales
de izquierda, que quieren hacer la transición hacia el comunismo de manera
acelerada y violenta. Una y otra vez, el socialismo ha demostrado su fracaso en
el mundo y los venezolanos insistimos, tercamente, en propiciarlo, sin darnos
cuenta de que caemos siempre en lo mismo, más corrupción y violaciones masivas
de derechos humanos, embrutecimiento progresivo del pueblo y ruina del país.
Estos últimos 14 años de gobierno revolucionario han sido la apoteosis de esa
ideología de esclavos y siervos hacia el Estado Fuerte, esa entidad descomunal
que impide que los individuos se desarrollen como seres humanos. –
saulgodoy@gmail.com
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