De los historiadores de la Grecia antigua,
entre los que destacan Hecateus, Herodoto, Tucídides, Polibio, la figura de
Jenofonte resalta, entre otros muchos aspectos, por haber sido el primer soldado
en dejar sus memorias de combate, inaugurando una tradición que luego retomaría
Julio Cesar y seguiría hasta nuestros tiempos con figuras como T.E. Lawrence,
convirtiendo el género en un clásico del estudio de las artes militares.
Pero su papel como historiador es mucho más
complejo, no sólo escribió su memorable Anábasis, conocido también como La
expedición Persa, o La Retirada de los Diez Mil, en la que participó como jefe
militar, sino que retomó la historia de Grecia que dejó su antecesor,
Tucídides, durante la Guerra del Peloponeso, y la llevó hasta la caída de la
hegemonía de Tebas, de allí surgieron Las Helénicas; escribió también una de
las primeras crónicas, Historia de mi tiempo, una biografía, Agesilaus, y uno
de los primeros manuales de formación para los príncipes, La Educación de Ciro,
género que se haría muy popular durante el Barroco y el Renacimiento.
Para el gran helenista John Bagnell Bury, en
las conferencias que dictó en la Universidad de Harvard (1908), Jenofonte queda
muy mal parado, al criticarlo en su rol como historiador, diciendo que era poco
profundo y banal, que se dejaba llevar por sus apetencias e intereses,
descuidando la imparcialidad, acusándolo de ser un simple “corresponsal de
guerra”.
Jenofonte es un personaje harto interesante;
nacido en Atenas (430 AC.) de una familia importante, que le permitió ser
caballero (los que poseían caballos en aquel tiempo podía pertenecer a la
caballería en el ejército) aunque en realidad no estaba dentro de sus intereses
ser un soldado profesional, aunque sí le gustaba viajar y conocer otros
pueblos. Tuvo contacto y fue influenciado en Atenas por el gran maestro,
Sócrates, a quien tuvo como guía en su obra y vida, pero dadas sus amistades,
Jenofonte fue acercándose cada vez más a Esparta, al punto de mudarse y hacer
vida en la eterna rival de su ciudad natal, situación que le trajo incómodos
problemas de lealtad.
Fue en Esparta donde se enroló en el ejército
de mercenarios que Ciro, Príncipe de los Persas y aliado de Esparta, reclutó
para marchar hasta Babilonia y desalojar del trono a su hermano, Atajerjes II.
Por su grado de nobleza e influencias
Jenofonte logró un puesto entre los oficiales y luego de una marcha forzada,
atravesando una buena parte de la Anatolia, Capadocia, y el desierto de Siria,
soñando con las glorias y la recompensa que recibirían al instalar a Ciro como
nuevo Rey de Persia, llegaron finalmente a las puertas de Babilonia donde en la
primera gran batalla, en Cunaxa, Ciro muere en acción.
El mundo se les vino abajo a estos 10.000
espartanos, lejos de sus casas, en un territorio desconocido, rodeados de
enemigos y sin Comandante en jefe ni generales, esperan lo peor; Atajerjes II
les pide la rendición y que luchen para él, ya que los espartanos eran soldados
fogueados en el oficio de la guerra y muy estimados como mercenarios en el
mundo antiguo.
El ejercito heleno tenía como costumbre
resolver todo en asamblea, no había rangos superiores en prevalencia, ni la
experiencia era suficiente para obtener el mando, se reunieron y permitieron
que hablaran todos los que tuvieran algo que decir; luego de varias reuniones,
fue Jenofonte el que mejor se expresó y esgrimió mejores argumentos, tanto que,
a pesar de la oposición de algunos comandantes, fue nombrado jefe de la
expedición, su plan fue la retirada inmediata por una nueva ruta, hacia el
norte, buscando el litoral del Mar Negro, por el Ponto.
Es aquí donde empieza Anábasis; no es en
realidad el recuento de una guerra, como en el caso de Julio César en Las
Galias, sino de una retirada, que es, bajo los estudios militares, un caso
excepcional y no menos difícil.
Italo Calvino, en su obra Porqué leer los
clásicos, nos dice: “La impresión más fuerte que produce Jenofonte, al leerlo
hoy, es la de estar viendo un viejo documental de guerra, como vuelven a
proyectarse de vez en cuando en el cine o en la televisión. La fascinación del
blanco y negro de la película un poco desvaída, con crudos contrastes de
sombras y movimientos acelerados… El paso rápido de una representación visual a
otra, de ésta a la anécdota, y de aquí a la notación de costumbres exóticas:
tal es el tejido que sirve de fondo a un continuo desgranarse de aventuras, de
obstáculos imprevistos opuestos a la marcha del ejército errante. Cada obstáculo
es superado, por lo general, gracias a una astucia de Jenofonte: cada ciudad
fortificada que hay que asaltar, cada formación enemiga que se opone en campo
abierto, cada paso, cada cambio atmosférico requiere una idea ingeniosa, un
hallazgo, una iluminación genial, una invención estratégica del
narrador-protagonista-caudillo.”
El gran logro de Jenofonte como general fue
conservar la unidad entre un ejército tan grande, en una de las rutas más
peligrosas del mundo, tratando de mantener el orden durante los pillajes cuando
entraban a un pueblo doblegado, la coherencia entre el continuo hostigamiento
de las guerrillas locales o de los ejércitos de los Sátrapas, vencer las
tentaciones de quedarse en un lugar y fundar un asentamiento en el épico viaje,
prever la logística de aquella movilización… cada página de esta historia es
una lucha continua en contra de los elementos, la geografía y los ejércitos
enemigos, incluso hasta el final, cuando por fin llegan a Esparta, precedidos
por una fama de violentos y desestabilizadores, y por miedo, les niegan el
permiso para que entren a la ciudad, impase que sólo tiene solución cuando
Esparta decide contratarlos como ejército, para que peleen otras de sus
guerras.
De acuerdo al estudio preliminar a la obra,
en la edición de Pinguin Classics, el estudioso George Cawkwell observa que el
núcleo central de las fuerzas en conflicto lo constituía la infantería pesada,
tanto la infantería liviana como la caballería eran útiles sólo en las
escaramuzas del inicio o con un rol menor en los flancos. Cuando se daba la
orden de atacar, los generales podían hacer muy poco, la mayoría se involucraba
personalmente en los combates, y como no se usaban reservas para el apoyo o
sostén de puntos clave, no había juego estratégico; Jenofonte fue uno de los
primeros generales en no concentrar sus fuerzas en un único ataque frontal,
utilizaba reservas con las que podía jugar para obtener la victoria, aprendió a
depender de la infantería ligera y de la carga de caballería, sobre todo
cultivó el concepto de tropas élites, profesionales para penetración de los
frentes y para la contención, persecución y destrucción de los ataques tipo
guerrilla.
Todas las armas pesadas que se usaron en la
Guerra de Troya, las paredes de escudos, los carros de guerra y los largos
venablos para las marchas de contacto, fueron cayendo en desuso luego de las
lecciones aprendidas en esta aparatosa retirada, donde tuvieron que enfrentar
una multiplicidad de enemigos sobre los más variados terrenos.
Leer a Jenofonte es tomar un curso intensivo
de la guerra post-peloponeso; los detalles son simplemente asombrosos, era la
nueva forma de guerra que heredaron los macedonios, primero con Filipo, luego
con Alejandro Magno, quien según algunos autores leía a Jenofonte con mucho cuidado;
fue la primera vez que una retirada tenía sentido militarmente.
Alejandro, aparte de la Ilíada de Homero
(tenía un ejemplar comentado por su maestro Aristóteles) utilizó a Jenofonte
para aprender de esta primera incursión hacia Mesopotamia, utilizó varias de
sus tácticas, como el cruce de los ríos ayudándose con las pieles de las
tiendas, llenas de heno, como flotadores, hizo caso de las advertencias sobre
los accidentes de la ruta, pasos estrechos en los acantilados, ciudades
amuralladas que había atacado, pantanos, descripciones del terreno que le
fueron de mucha utilidad, sobre todo en los sitios de Caria y Lycia, muy
desfavorables para la caballería, o el uso de pasajes en las montañas para la
conquista de Capadocia.
Jenofonte enseñó, en su Anábasis, cómo el
combate nocturno era un arma poderosa contra los persas que, por creencias
religiosas y costumbres ancestrales, consideraban la noche un mal momento para
guerrear.
Jenofonte aprendió rápidamente que la
velocidad era fundamental en una campaña (en su caso, una retirada) y
aleccionaba a futuros comandantes: “En primer lugar, pienso que debemos quemar
todas las carretas que tenemos, de modo que el ganado no sea nuestro
capitán, y que podemos tomar cualquier
ruta que sea mejor para el ejercito. Segundo, también deberíamos quemar
nuestras tiendas, porque son igualmente difíciles de cargar, y no nos ayudan ni
en la lucha ni obteniendo provisiones. Es más, vamos a tirar todo nuestro
equipaje innecesario, dejando sólo lo que nos sirva para pelear, para comer o
beber, esto para poder tener el mayor número de hombres en armas y el menor
peso muerto que llevar.”
Jenofonte no fue sólo un corresponsal de
guerra, fue un gran general, un héroe, un estratega y un historiador. –
saulgodoy@gmail.com
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